PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura


Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - SÁBADO, 23 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Prohibido dar barquinazos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Días atrás, Juan Luis Aróstegui, en su Dardo de los Jueves, decía que Juan Vivas consiguió la presidencia por la tutela de Luis Vicente Moro y porque éste dirigió una moción de censura contra el GIL, en la que participaron varios diputados de este partido. Mi respuesta, en este mismo espacio, fue la siguiente: Menos mal. Pues es, quizá, lo mejor que ha hecho Luis Vicente Moro por Ceuta. Porque de no haber sido así, ahora habría en los Rosales, esperando carnaza, una ristra de periodistas. O sea, lo mismo que está sucediendo en Alhaurín de la Torre.

Tras haber leído y oído las conversaciones que Juan Antonio Roca, el cerebro de la trama corrupta de Marbella, mantenía desde su despacho sito en el patio de Monipodio, con rufianes y ladrones, me veo obligado a destacar, nuevamente, lo bien que hizo Moro destrozando al GIL. A pesar, todo hay que decirlo, de que mis relaciones con el entonces delegado del Gobierno, además de cortas, acabaran de aquella manera.

Frases como “coge el dinero que esto se acaba”. O la referida a Isabel García Marcos: “No le doy más terrenos a esa hija de puta”, entre otras muchas, me permiten pensar qué hubiera sido de esta ciudad de no haber tenido Moro la feliz idea de acabar con un GIL que llegó a Ceuta dispuesto a vender hasta el Monte Hacho.

Mas no sólo me acuerdo de ese pasaje de un delegado que luego metería la pata en otros asuntos, sino que justicia obliga, aunque me tachen de redoblar el tambor, que destaque el comportamiento que tuvo este periódico en aquellos días, meses, y años, donde oponerse al GIL significaba correr un riesgo de consecuencias tan peligrosas como ilimitadas.

Lo dice alguien que vivió perseguido, en la acera de enfrente, por las mismas razones que a este medio se le negaba todo. No claudicar ante un poder que estaba dispuesto a robar hasta agotar la mina, y que a su vez no se paraba en barras a la hora de acabar con los disidentes.

Podría, si quisiera, y citando de memoria, contar hechos y nombrar a individuos que aprovecharon la ocasión para atentar contra las personas que no estaban de acuerdo en secundar las tropelías del GIL. Y lo peor es que eran fulanos nacidos en esta tierra y que iban a recordarle a Manolo de la Rubia, por ejemplo, la necesidad que había de castigar a quienes ellos señalaban con el dedo. Y pedían, sin ningún miramiento, que se les echara de sus empleos. Sin pensar en las graves consecuencias que esa petición iba a ocasionarles a quienes necesitaban el trabajo para poder comer.

Mientras ellos, analfabetos funcionales, se sentaban en despachos con ínfulas de políticos convencidos de que estaban ganándose una posteridad digna de estatua. Imbéciles de poca monta, que cuando el GIL se desintegró, gracias a las habilidades de Luis Vicente Moro, según Aróstegui, cayeron en depresiones y ya no volvieron a levantar la cabeza.

Habían tenido la oportunidad, para destacar, y ésta sólo les sirvió para darse cuenta de que eran unos mindundis. Con el agravante de que ya no pueden nunca más mirar hacia atrás, y no por miedo a quedarse como la mujer de Lot, sino a verse, y perdonen por lo escatológico, como la mierda que cagó la Trini.

Pues bien, dicho queda que este periódico, que fue tildado de panfleto cuando el GIL, por defender la postura del PP, sigue su trayectoria sin dar bandazos. No es el editor amante de dar barquinazos peligrosos. Hoy contigo, mañana con otro, y así hasta volver locos a quienes no entienden que una línea editorial se pueda cambiar a gusto del consumidor.

No ha mucho, decía un político en la intimidad, que El Pueblo de Ceuta no se desnorta porque sí. Y ahí se resume gran parte de su valor.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto