Días atrás, Juan Luis Aróstegui,
en su Dardo de los Jueves, decía que Juan Vivas
consiguió la
presidencia por la tutela de Luis Vicente Moro y porque éste
dirigió una moción de censura contra el GIL, en la que
participaron varios diputados de este partido. Mi respuesta,
en este mismo espacio, fue la siguiente: Menos mal. Pues es,
quizá, lo mejor que ha hecho Luis Vicente Moro por Ceuta.
Porque de no haber sido así, ahora habría en los Rosales,
esperando carnaza, una ristra de periodistas. O sea, lo
mismo que está sucediendo en Alhaurín de la Torre.
Tras haber leído y oído las conversaciones que Juan Antonio
Roca, el cerebro de la trama corrupta de Marbella, mantenía
desde su despacho sito en el patio de Monipodio, con
rufianes y ladrones, me veo obligado a destacar, nuevamente,
lo bien que hizo Moro destrozando al GIL. A pesar, todo hay
que decirlo, de que mis relaciones con el entonces delegado
del Gobierno, además de cortas, acabaran de aquella manera.
Frases como “coge el dinero que esto se acaba”. O la
referida a Isabel García Marcos: “No le doy más terrenos a
esa hija de puta”, entre otras muchas, me permiten pensar
qué hubiera sido de esta ciudad de no haber tenido Moro la
feliz idea de acabar con un GIL que llegó a Ceuta dispuesto
a vender hasta el Monte Hacho.
Mas no sólo me acuerdo de ese pasaje de un delegado que
luego metería la pata en otros asuntos, sino que justicia
obliga, aunque me tachen de redoblar el tambor, que destaque
el comportamiento que tuvo este periódico en aquellos días,
meses, y años, donde oponerse al GIL significaba correr un
riesgo de consecuencias tan peligrosas como ilimitadas.
Lo dice alguien que vivió perseguido, en la acera de
enfrente, por las mismas razones que a este medio se le
negaba todo. No claudicar ante un poder que estaba dispuesto
a robar hasta agotar la mina, y que a su vez no se paraba en
barras a la hora de acabar con los disidentes.
Podría, si quisiera, y citando de memoria, contar hechos y
nombrar a individuos que aprovecharon la ocasión para
atentar contra las personas que no estaban de acuerdo en
secundar las tropelías del GIL. Y lo peor es que eran
fulanos nacidos en esta tierra y que iban a recordarle a
Manolo de la Rubia, por ejemplo, la necesidad que había de
castigar a quienes ellos señalaban con el dedo. Y pedían,
sin ningún miramiento, que se les echara de sus empleos. Sin
pensar en las graves consecuencias que esa petición iba a
ocasionarles a quienes necesitaban el trabajo para poder
comer.
Mientras ellos, analfabetos funcionales, se sentaban en
despachos con ínfulas de políticos convencidos de que
estaban ganándose una posteridad digna de estatua. Imbéciles
de poca monta, que cuando el GIL se desintegró, gracias a
las habilidades de Luis Vicente Moro, según Aróstegui,
cayeron en depresiones y ya no volvieron a levantar la
cabeza.
Habían tenido la oportunidad, para destacar, y ésta sólo les
sirvió para darse cuenta de que eran unos mindundis. Con el
agravante de que ya no pueden nunca más mirar hacia atrás, y
no por miedo a quedarse como la mujer de Lot, sino a verse,
y perdonen por lo escatológico, como la mierda que cagó la
Trini.
Pues bien, dicho queda que este periódico, que fue tildado
de panfleto cuando el GIL, por defender la postura del PP,
sigue su trayectoria sin dar bandazos. No es el editor
amante de dar barquinazos peligrosos. Hoy contigo, mañana
con otro, y así hasta volver locos a quienes no entienden
que una línea editorial se pueda cambiar a gusto del
consumidor.
No ha mucho, decía un político en la intimidad, que El
Pueblo de Ceuta no se desnorta porque sí. Y ahí se resume
gran parte de su valor.
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