Ayer, los hombres y mujeres “del
tiempo” de todas las cadenas de televisión, nos alertaron e
inquietaron con agoreros avisos de la inminente llegada de
un huracán. ¡Que viene el huracán por las Azores! ¡Y miren
que tienen mal vagío esas idílicas islas! Será que solo se
habla de ellas por la cosa meteorológica, aunque nos medio
tranquilizan informándonos de que, cuando los nubarrones y
las ventoleras lleguen a Galicia y al norte de España, lo
harán en forma de “tormenta tropical” Y digo yo y dicen
ustedes ¿Qué carajillo tenemos que ver los descendientes de
los visigodos y de su rey Recaredo con las tormentas
tropicales? Nada. Porque no estamos en el trópico y, por lo
tanto, nuestras catástrofes naturales se tienen que ceñir
estrictamente a la célebre “gota fría” y a las riadas e
inundaciones que son más culpa de las pésimas
infraestructuras y de la imprevisión, que de fenómenos de la
naturaleza.
Los cataclismos tropicales mejor en Venezuela, donde
gobierna el mamarracho Hugo Chávez usando y abusando de un
populismo cutre de culebrón de ellos ¿Qué a algunos les cae
bien? Si, a los pijoprogres, porque son muy mindundis y se
chalan por las categorías ¿Qué Chavez no tiene ninguna
categoría? Vale. Pero su banquero favorito es el papá de
María Margarita de Vargas Santaella, la esposa de Luis
Alfonso de Borbón, Duque de Anjou. El señor de Vargas es un
banquero exquisito que viaja con sus caballos a Sotogrande
para jugar al polo y lleva a los equinos en aviones
especiales. El papá de la preciosa María Margarita, que está
esperando su primer bebé y es una princesita sin pasado y
con una trayectoria académica que pasa por colegios de
monjas y universidad, un dulce de niña, casi adolescente y
una dignísima duquesa de Anjou, el papá de la bellísima e
impoluta esposa de Luis Alfonso, es un peso pesado
venezolano y está a la vera del Chávez aunque estoy seguro
de que permanece totalmente ajeno al marketing hortera de
telenovela venezolana que se gasta el caudillo
antiimperialista.
Y, mientras espiamos el cielo, con cierta aprensión,
esperando algún tipo de obra cumbre de la ingeniería, como
un puente entre Algeciras y Ceuta o algún invento similar,
tipo túnel de la Mancha, tenemos que desayunarnos con
memeces y gazmoñerías que ponen auténticamente “de los
nervios”. Fatal en este cambio estacional el que nos pongan
“de los nervios” porque ya saben que existen las depresiones
estacionales y hay quienes se ponen melancólicos y
tristones. Servidora no. Servidora ingiere cada mañana
Dobupal 150 que es un antidepresivo que sienta regular, no
es gran cosa. Con ello quiero decir que controla los estados
crónicos de ansiedad, o casi controla, pero no borra la
tristeza ni da marcha, ni euforiza. Ya ven, estoy buscando
por Internet el pillar un ansiolítico norteamericano que se
llama Vicodín y le llaman “la pastilla dorada” allí por lo
visto es un crack y da una euforia desinhibidora, eso es a
lo que yo aspiro, a la célebre euforia desinhibidora ¿Qué
dicen? ¿Qué deje a un lado mi búsqueda de Indiana Jones de
los ansiolíticos y les diga que última memez políticamente
correcta me pone de los nervios?. Vale. Se trata de la
relamida Esperanza Aguirre que, vista la publicidad de la
anorexia que ha conseguido con la Pasarela Cibeles, quiere
llevar a cabo un “pacto social” contra la enfermedad,
dramatizando y demonizando la realidad de que, muchas
féminas, aspiramos y anhelamos la delgadez. Pacto social
digo yo que, para hechos de mayor trascendencia, por
ejemplo, las repatriaciones de africanos en barcos de la
marina y custodiados por la Legión, cientos en cada barco y
sin dengues ni ñoñerías, nada de avioncitos con dos policías
por tipo, quitados de las calles donde velan por nuestra
seguridad, para estar que voy que vengo custodiando a
africanos y costándonos el dinero a los españoles.
El sentido del término “pacto social” se frivoliza y se
abarata cuando es usado para darse autobombo y publicitarse,
como es el caso de la Comunidad de Madrid, donde deberían
angustiarse más por las gordas y menos por las flacas, ya
que existen muchas más gordas, amargadas por estarlo, que
delgaduchas. Eso si, si Esperanza Aguirre sufre desvelos por
las preferencias estéticas de las mujeres y no quiere que
nos lancemos a regímenes salvajes para tumbar las
cartucheras, la celulitis y el michelín, lo que tiene que
hacer es ofertar a nivel Comunidad de Madrid liposucciones
gratuitas en la Seguridad Social, lipoescultura en los
Hospitales Públicos y gimnasios municipales donde se
impartan sin coste alguno cursos intensivos de Pilates con
máquinas y de yoga con auténticos yoguis expertos. Así todas
las féminas satisfechas y encima sanas. Porque se puede caer
en la anorexia cuando, las preferencias físicas se ven
frustradas por la falta de recursos económicos.
Las liposucciones y las lipoesculturas valen una fortuna y
no todos ni todas podemos costearlas y nos entra
amargamiento porque nuestras expectativas se ven
defraudadas. El maravilloso Pialtes con máquinas de origen y
monitor, que , en diez sesiones te cambia la vida y en
treinta te pone un body de anuncio, cuesta un ojo de la cara
y las adolescentes no pueden permitírselo, ni las
trabajadoras medias, marujonas nosotras, podemos
permitírnoslo, ni el pepito que paga letras e hipotecas se
puede poner tremendo haciendo abdominales mimosamente
dirigido por monitor y entre una extraña maquinaria que
tiene consistencia de milagro fisioterapéutico, porque le
faltan pelas.
El pueblo llano, los curritos, los pepitos y las marujas y
nuestros hijos, si queremos cuidarnos a tope y utilizar los
métodos maravillosos que nos brinda el progreso, como mucho
podemos invertir unos veinte euros en comprar la última
innovación farmacológica, unos comprimidos supuestamente
adelgazantes con regusto a regaliz que se llaman XLS y que,
a servidora, en quince días, no le han hecho perder ni medio
gramo, al contrario, me han hecho sentir tremendamente
infeliz porque podría haber utilizado ese dinero en
comprarme un trapajillo en Zara. Así que nosotros, los
paganinis, podemos soñar, que no aspirar, a tratamientos
punteros en clínicas maravillosas, soñamos con innovaciones
tecnológicas pero, a la antigua usanza y a lo castrojo, si
queremos quemar no nos quedan más cojones que pasar hambre,
distraer la gusa con manzanas y yogures 0%, andar para
quemar o como mucho ir a un gimnasio baratero de barriada,
con cuatro máquinas roñosas y obsoletas, a sudar la
acumulaciones de grasa y a desesperarnos delante de la
báscula. ¿”Pacto social” contra los desórdenes alimentarios?
Mejor dar a los ciudadanos gratuitamente avances y
tratamientos para estar guapos y ser felices. “Pacto social”
irrealizable y fantasioso, mejor hacerlo contra los
huracanes y las tormentas tropicales, contra las borrascas y
las gotas frías, contra las riás y las inundaciones. Porque
“pactando” sobre los huracanes de las Azores lo mismo les da
por ensanchar redes de alcantarillados, pero “pactando”
sobre nuestra celulitis, lo único que hacen es que nos
sintamos aún más míseros y frustrados y nos amarguemos.
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