Está demostrado que Juan Vivas
tiene don de gentes. Y no es la primera vez que uno destaca
esa habilidad tan suya. Es diestro en el arte de encandilar
a primera vista, y también del más difícil todavía: mantener
esa grata impresión entre quienes le dieron nota alta, nada
más intercambiar las primeras palabras con él. Una tarea
complicada, a más no poder, pero que el presidente la
realiza con el mínimo esfuerzo.
Me consta que incluso cuantos trabajan codo a codo con él y,
lógicamente, salen a veces hasta los adminículos de cómo
entiende el presidente que han de hacerse las cosas,
terminan cayendo en las redes de esa forma de ser de un
Vivas perito en tareas de relacionarse con los demás.
Y, desde luego, estoy legitimado para decir que hasta los
que, en algún momento, se vieron perjudicados por cualquier
decisión del Vivas funcionario o del Vivas político, lo
juzgan con menos severidad que si los daños recibidos
hubieran sido obra de otros.
Habrá quienes piensen, y están en su perfecto derecho, que a
nuestro hombre se le juzgan siempre sus errores con una
benevolencia que no se tiene con otros. Y, sin duda, se le
destaca sobremanera su buen hacer y se le concede suma
importancia a cualquier detalle carente de relieve.
Así, ninguna extrañeza produce cuando se refieren a él como
alguien que ha nacido de pie. Que tiene la suerte de los
quebrados, o que a la gente es por lo que le da y que ahora
-bueno, desde hace ya muchos años- le ha dado por cantar que
Juan Vivas es cojonudo, y que como él no hay ningún político
en esta tierra que le llegue a la altura de sus zapatos. O
sea, miren ustedes, que de darse estas circunstancias en
Cádiz, un suponer, todo se resumiría con la siguiente
vulgaridad: Con Juan Vivas hay que mamar... ¿Por qué?...
Vayamos con ello.
Llegado tarde a la política activa, aunque se ha pasado toda
una vida despachando con políticos y observándolos con
mirada de médico de cabecera antiguo, entendió bien pronto
que lo que no podía es transformar su forma de ser en el
trato con los ciudadanos. Que estaba obligado a ser la misma
persona que todos conocían y que a pesar del desgaste que
producen los cargos importantes, y el suyo lo es, nunca
debía mostrarse atrabiliario.
Cierto que Juan Vivas ha tenido un espejo donde mirarse para
que el poder no lo convirtiera en una persona irritable y
tonante y de carácter variable. Esa persona es, dicho sin
acritud, Paco Fraiz. Capaz de cautivar durante las
campañas electorales por su simpatía, su esplendidez, su
encanto, su trato acogedor con tirios y troyanos, y por esa
sensación amistosa que desprendía. Lo cual le hacía ganarse
el favor de los votantes.
Sin embargo, en cuanto se sentaba en el sillón donde los
huevos requieren atención permanente para que no se
desmadren, tiraba por la borda el capital político ganado en
buena lid. Era otro Paco Fraiz. Era, de verdad de la buena,
un hombre empeñado en arruinar todo lo obtenido en la calle.
Un azote para los suyos y un peligro constante para la
convivencia.
Pues bien, jamás he hablado de ello con Juan Vivas, entre
otras razones porque yo no acostumbro a frecuentar a los
presidentes. Aun así, me consta que la tragedia política de
Fraiz es algo que él conoce y le sirve, por mucho que sean
personas muy distintas, para no deslizarse por caminos
conducentes a la perdida de confianza de una ciudad que lo
distingue como el mejor.
No obstante, y en vista de que en política hay también
personas destacadas en la sombra, no olvide el presidente,
cuando llegue su momento, que Emilio Carreira, huraño
cual hosco, en bastantes ocasiones, es pieza que no debe
dejar escapar. Confíe en mi intuición, presidente.
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