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OPINIÓN - DOMINGO, 17 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

El periodista judío

Por Flor Garrido


Había vivido desde su nacimiento en Mea Chearin, el distrito más ortodoxo de Jerusalem, donde se decía haber corrido más sangre y haberse sufrido más durante la Guerra del cuarenta y ocho.

Era Meir un niño de la Escuela Talmúdica, cerca del Muro de las Lamentaciones, por lo que su formación personal y religiosa fue perfecta, todo en consonancia con los preceptos que debería guardar a lo largo de toda su vida.

Ocurrió que un precioso día, en una radiante tarde de primavera en la que el cielo daba la sensación de querer tocar la tierra, los chiquillos salieron de la clase para jugar, y no recordaba hoy exactamente, a quién, tal vez Marco, el travieso e intrépido del grupo, se le ocurrió la desafiante idea de subir a la "Ciudad Prohibida", al Sepulcro de Josué, donde llegaba tanta afluencia de peregrinos en aluvión, venidos de diferentes países y culturas, que iban a rezar de otra manera distinta a la suya. Se sabía que aquello era una enorme temeridad que merecería después un estruendoso castigo, si los pillaban con las manos en la masa, pues suponía salirse de las normas establecidas, por lo que podría constituir un pecado gravísimo e imperdonable. ¡Pero los niños son impredecibles!

Aprovecharon el gentío para camuflarse a escondidas y no causar asombro entre los suyos y se esparcieron por las oquedades de unas sugerentes dependencias interiores en medio de aquel recinto oscuro.

La providencia hizo que Meir quedase a solas en una cueva sin luz. Se perdió de su grupo y en su nerviosismo y algo de miedo, no sabía cómo ingeniárselas para regresar de nuevo con ellos. En lo que se tarda en dar un leve suspiro, una silueta de Mujer se hizo presente. Le sonreía en silencio. Llevaba manto azul y túnica blanca. Meir quería moverse y huir, pero se hallaba completamente petrificado, inmóvil, mudo y aterrado.

¿Sería aquella la cueva del Enterramiento del Rabí?

No quería ni pensarlo del miedo que invadía todo su ser. La Mujer le abría los brazos para atraerlo hacia sí, pero Meir guardaba las distancias. Creyó oír Su voz dulce y sonora: "Llegará un día en que me buscarás, jovencito Meir".

Luego, una voz sugerente, templada, varonil, espaciosa y convincente, parecía brotar de aquel sitio, como si de una fuente caudalosa se tratara. Y oyó:

-"Soy Jesús de Nazaret. Estoy aquí entre vosotros. Os quiero mucho a todos". Y Meir, casi como un autómata embelesado, sin saber nada ni ver nada, preguntó:

-"¿Qué quieres de mi?"

-"Sigue mi Camino. Sigue mis pasos. Sigue mis huellas… y no olvides escribir. Tus manos escribirán hasta el final de tus días, pues darás testimonio de cuanto ocurra a tu alrededor".

Ya no oyó más. Sin saber cómo ni por qué, dejó de tener miedo, y una paz interior, una felicidad inaudita que provenía de ningún lugar exterior más que de sí mismo, le invadió de súbito. Era como estar atrapado en medio de unas redes sobrenaturales. Y de repente, se hizo la luz; así que los amigos que buscaba los encontró enseguida.

Pensativo, silencioso, siguió con su grupo, camino de la ciudad judía saliendo por la puerta llamada Hafa, al barrio donde él vivía tan felizmente con sus padres y demás familia. Guardó en su corazón el tremendo secreto que no podía de ningún modo desvelar a nadie, pues se hubiese metido en un terrible problema, y eso Meir no lo quería por nada del mundo, por tanto, lo guardaría para siempre como joya de valor incalculable.

A partir de aquel momento, una luz interior encendía constantemente su alma. Sentía una gran curiosidad por saber quién era este Maestro del que ninguno de sus profesores, los rabíes más afamados del mundo, querían hablar. Nada menos que eran doctores de la Ley a los que venían judíos de todos los continentes para ser informados y bendecidos en las fiestas principales de las Pascuas.

Nadie le daba razón a sus preguntas, por lo que no podía satisfacer sus inquietudes. "No preguntes más por Jesús, Meir, que no te daremos respuesta alguna acerca de Él. No debéis confundiros los chicos judíos. Las enseñanzas rabínicas no comprenden el conocimiento del Maestro".

Pero ya el joven había sido impregnado de un amor diferente, tocado por una mano invisible y su inquietud, por saber, había él decidido saciarla. Esperaría a la excursión prometida para las fiestas de Hanucá, a Nazaret. Iban a conocer un pueblo con mucha historia, con unas vistas entre colinas que le hacían muy pintoresco, desde donde se veían los montes del Hebrón, húmedos, umbríos y verdes, y descansarían en los campamentos estudiantiles para participar en convivencias con otros jóvenes estudiantes de otras localidades. Debían conocerse los israelitas de todos los lugares de Israel e incluso del mundo, y compartir ideas y emociones.

Cuando llegó al fin el ansiado día, hizo Meir lo que tenía de antemano previsto y decidido hacer. Y cuando ya habían tomado el almuerzo y por grupos se disponían a charlar, reírse o dormitar esparcidos por mitad del campo de castaños, olivos y alcornoques, él se marchó son que apenas nadie se percatase de su ausencia, hacia la parte prohibida para ellos, donde se encontraba el entorno de la casa de Nazaret, donde se decía que había vivido Jesús y donde María, Su Madre, recibió la visita y el aviso del Arcángel Gabriel. Tenía gran curiosidad por conocer el lugar, imaginando y suponiendo lo que allí había ocurrido. No le costó mucho llegar, pues el sitio era visitado asiduamente y los pasos de los otros llevaban a Meir a donde él pretendía acudir.

Por fin se encontró en uno de los habitáculos de la pequeña morada. A solas, miró con gran curiosidad a todos los rincones. Apenas le dio tiempo de reaccionar.

De nuevo pudo oír primero el canto de unos salmos esta vez en arameo antiguo, que Meir había estudiado en la escuela talmúdica, y luego con nitidez una voz femenina, que él intuyó podría ser de María, por la similitud con la voz primera en el Calvario, le sorprendió:

-"Meir, ¿tú me amas?", le preguntó- Y el joven, instintivamente y con emocionado temblor, le contestó que sí. La voz prosiguió:

-"Yo te quiero a ti mucho más… Grandes acontecimientos os esperan. Parecéis dormidos. No os dais cuenta de lo que subyace en las tinieblas. Pero, no te aflijas. Mira al cielo. Mira mi manto de estrellas".

Meir alzó la vista y vio cómo el cielo semejaba haber bajado a la tierra, hasta el punto de casi poder ser tocado con las manos.

La bóveda estaba completamente azul-celeste y se había cuajado de estrellas. Era estremecedor estar presente en aquel grandioso espectáculo. Sintió cómo una mano le frotaba la espalda. Y Meir preguntó:

-"¿Qué significa esto, Señora?"

-"Pronto lo sabrás"- Le contestaba la voz. Y la voz se despedía pidiéndole que pasado un tiempo volviesen a encontrarse en otro último punto de reunión: en Belén de Judea.

En efecto, luego llegaría el momento cuando todos supieran de sus preciosas experiencias, que como una Madre, lo había estado limpiando en forma simbólica, de cuanto malo quisieran culparle los demás, por falta de entendimiento hacia su persona y sus experiencias.

Era muy tarde, tenía que emprender de nuevo camino de regreso donde se encontraban los demás y después aparentar con despiste que "aquí no había pasado nada". Tan sólo se había marchado a dar un paseo por los alrededores del pueblo y conocer algo más de su historia contada por los lugareños.

En casa ya, de vuelta de la maravillosa excursión incluida su sorprendente e increíble experiencia, meditó y resumió decidido que llegaría a conocer, el final de cuanto le estaba sucediendo…

Habían transcurrido algunos años. Aquel joven de Jerusalem a punto de terminar los estudios de periodismo, podía ahora permitirse unos días más de asueto, coger un autobús en la tajaná mercasí, la parada principal del autobuses, para tomar camino hacia Belén. Esta vez no necesitaba decir a nadie lo que haría ni a dónde iba, ya era mayorcito para dirigir sus pasos de la forma más apropiada, según su libre criterio.

El lugar estaba relacionado con un antiguo pesebre en el interior de una antigua posada de hacía más de dos mil años.

A solas otra vez. Entró en el pequeño recinto y enseguida tuvo la sensación de ver muchos pájaros bañados de distintos colores, rodeando a la bellísima María con túnica blanca, manto azul hasta los pies y cinturón brocado en oro haciéndole aún más hermosa su presencia.

Ángeles colocados en semicírculos que sostenían diferentes instrumentos de orquesta y cantaban himnos alegres en honor a la Santa María.

Árboles con ramas abundantes, luces que caían del cielo formando figuras preciosas y diversas. Ella aparecía con el Pequeño Jesús en sus brazos y sonriente le hablaba así:

-"Meir, mi hijo amado. Debes volver a esperar. Espera el Gran Aviso. Medita en tu corazón mientras acabas tus estudios. Pues a ti te elijo, si quieres, para anunciar entre nuestro pueblo lo que aquí pasó. No lo demores. Espera los cielos nuevos y la tierra nueva, en donde habitará la Justicia, la Paz y el Amor. Y no dudes; ni te canses hasta cumplir con tu misión. Sé pluma al viento movida por los hilos celestiales, sin que nadie sepa de dónde vienes ni a dónde vas, ni tus más profundos e íntimos pensamientos.

Yo te manejaré como quiera para hacer la voluntad de Dios.

Y ahora, vete en paz".

¿Cómo no iba a cambiar Meir su destino? Así, siendo tan amorosamente amado y en la esperanza de servicio, pasaría el resto de sus días.

Mucho más aún, cuando muchos de su Pueblo perecían por causa de los falsos impostores semejantes a setas envenenadas, que se filtraban para confundirlos.

Él era ya hoy un famoso y reconocido periodista. Daría testimonio de cuanto le había acontecido y de todo lo que quedase aún por ocurrir. Pasara lo que pasara él sería fiel a los principios en los que tan maravillosamente bien había sido educado.

Meir estuvo estudiando tanto la Torá, que en el fondo no veía más que una continuidad de la misma en su persona. Él no era una excepción a la regla. Y recordaba cómo Abrahán vio al ángel que le anunciaba el nacimiento de su hijo. O el padre de Tobías consolaba a su esposa y la animaba cuando su hijo se marchó:

-"No llores… Nuestro hijo volverá sano y salvo… Estoy convencido que un ángel bueno de Dios lo acompañará y volverá feliz con nosotros…"

Eran tantas y tantas las intervenciones celestiales para encaminar y salvar el mismo Dios a sus protegidos, que Meir no tenía ninguna duda de que algo increíble, maravilloso, le estaba ocurriendo. Y se sentía bien seguro de que algo especial le tocaba anunciar a los suyos muy pronto. Como periodista, no tenía más que cumplir su misión con exactitud, pues así también se lo habían enseñado…
 

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