El tema que voy a tratar quizás traiga un poco de polémica,
ya que como titulo dice que es la Religiosidad Popular, y la
verdad que está muy bien definida, en el mundo cofrade lo
que ocurre que hay que llevarla a cabo por cada uno de
nosotros.
Pero no obstante voy a intentar desglosar un poco que es la
Religiosidad Popular; Religiosidad Popular es la
manifestación externa de tu Fe y profundizando más, en el
mundo cofrade el trabajo diario y callado de todo un año
para hacer manifestación publica de tu fe cristiana en el
día de tu Estación de Penitencia, culminando en el Domingo
de Resurrección que para todo Cristiano es el día mas grande
puesto que nos recuerda que Jesús esta VIVO y con nosotros.
Para llegar a estas conclusiones primero ha de ser uno
cristiano y después cofrade, dejando el traje de los
domingos y poniéndonos el de diario, porque una cofradía no
es solamente desde el Domingo de Ramos al Domingo de
Resurrección, sino todo el año, porque hay mucho trabajo y
pasan desapercibidos como por ejemplo; la caridad,
participar de la eucaristía con tu hermandad etc etc.
Pues una vez conscientes de que es la religiosidad popular
vamos ha explicarla un poco, aunque es un tema muy trillado
pero muy interesante y siempre se aprende algo.
Al asomarnos a la religiosidad popular hemos de eliminar
cualquier tic de autosuficiencia o menosprecio. No la
situamos, sin más, como suele ocurrir tantas veces, en el
campo de la patología de la fe, junto a la ignorancia
religiosa, el fundamentalismo, el fanatismo o la
superstición. La religiosidad popular es, pura y
simplemente, la religiosidad del pueblo. Se mueve, pues, en
las coordenadas de la gente común y asume sus modos de
expresarse en la familia, la profesión, la sociedad y la
cultura ambiente. Cierto que el concepto pueblo es también
polivalente, con sus versiones que pasan de popular a
pueblerino, y de éste a populachero.
Yendo a lo nuestro, hablamos de una religiosidad creyente,
cristiana, católica y compartida por muchos. La más de las
veces con fuerte arraigo tradicional, con acusadas
expresiones emotivas, simbólicas y plásticas, sin que falle
en el cóctel una vena de interioridad y hasta de intimismo
religioso (rezar a solas ante el Cristo o la Virgen de tu
cofradía).
En la tradición religiosa de España, la religiosidad popular
se manifiesta en la fuerza emocional de las imágenes
sagradas, en las cofradías que les damos culto y en las
procesiones que desfilan por las calles para la veneración
del gran público. Cristo, la Virgen, los santos, o, más
exactamente, los Cristos y las Vírgenes más veneradas por
nuestra ciudad, se nos muestran como si se diera en ellos
una segunda encarnación de esos sagrados personajes en el
lienzo o la talla de un artista inspirado.
Es, por lo general, falso e injurioso que se trate aquí de
idolatría. Todos sabemos bien que Cristo y la Virgen sólo
son uno y una, y están en el cielo. A Él y a Ella son a los
que adoramos e imploramos aquí, sobrepasando la mediación
del lienzo o de la talla. Se ofenden sobremanera, y con
razón, si se nos tilda de adorar a un leño o a un trozo de
arpillera. No, no es ése el fallo de la religiosidad
popular. Sus lastres, innegables y graves tantas veces, son
la carencia de catequesis cristiana y el consiguiente
reduccionismo de la práctica religiosa y de la misma fe a
esos gestos y signos, desprovistos de vida litúrgica y
sacramental, sobrecargados de exterioridades, deficientes en
la fe personal e incoherentes en el comportamiento moral.
Se dan también degeneraciones vulgares de esa religiosidad,
con signos tan pintorescos como robarle el Niño a San
Antonio, tragarse papelines con efigies de santos para
aprobar los exámenes, o acudir los martes a San Antonio para
alcanzar más favores. Pero ni la religiosidad popular ni
ninguna otra cosa debe ser definida por su caricatura.
Todos, aunque no seamos iletrados ni (quizá por desgracia)
pueblo, tenemos nuestro Cristo, nuestra Virgen, nuestro
santo, nuestra cruz o medalla, enraizados en nuestra
historia personal de salvación. Todos conservamos, Dios lo
quiera, un rincón íntimo de religiosidad popular, desde el
que nos hacemos como niños ante el Padre, Cristo y María.
Y me gustaría concluir con unas palabras que dejó escritas
el Papa Pablo VI: “La religiosidad popular cuando está bien
orientada, sobre todo mediante una pedagogía de
evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de
Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer.
Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo,
cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo
sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad,
la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra
actitudes interiores que raramente pueden observarse en el
mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad:
paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego,
aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos
aspectos, la llamamos gustosamente "piedad popular", es
decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad”.
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