He tenido que esperar hasta
veinticuatro horas después de la muerte de mi maestra ,
Oriana Fallaci, para ser capaz de encajar la noticia de la
desaparición del mundo y el tránsito hacia la Luz de esta
genial florentina.
Panegíricos por doquier en todos los medios de comunicación
de ese Occidente por cuya defensa ella luchó como una fiera
corrupia (tenía mucha mala leche), desenmascarando
vergüenzas, dejaciones, seguidismos y cobardías. Necrologías
plagadas de alabanzas hacia la una de las mejores reporteras
y escritoras de los siglos XX y XXI y los curioso es que,
muchos de los que hoy aplauden su inmenso valor, su infinita
honestidad, su espíritu visionario y sus insuperables
cojones, ayer temblaban de terror y aprensión leyendo sus
frases pensando “No vaya a ser que…”. Y los de ciberderechas
neoconservadores decimos “Vale, y si es que ¿Qué?”.
Siguiendo la estela del estilo Fallaci crecimos y nos
formamos allá por los setenta, generaciones de escribidores
que hoy probamos suertes en este arte de la expresión
escrita en distintos medios. Ella comenzó a estudiar
medicina, alternando las disecciones con articulejos, a mí
me obligaron a estudiar Derecho, como me podían haber
obligado en aquellos años de férrea disciplina paterna, a
estudiar Veterinaria y hoy estaría vacunando gatos.
Entonces, en aquella época tan rigurosa y tan cuadriculada,
los hijos hacíamos lo que nos ordenaban nuestros
progenitores, escaqueándonos a veces furtivamente e
invirtiendo horas preciosas de estudio en aquello que era
auténticamente vocacional “tonterías y fantasías” según mi
justiciera familia, en mi caso la escritura de artículos
para el periódico universitario granadino llamado Al Hizam,
del que se publicaron escasos números porque lo censuraron.
Lo importante es que cumplíamos las órdenes a rajatabla y a
la perfección. Yo saqué en los cinco años de rigor la
soporífera y amuermante carrera de Leyes, estudiando pocos
meses al año y por la ley del mínimo esfuerzo para sacar
notable medio. Oriana Fallaci mientras tanto correteaba por
las guerras, entrevistaba a poderosos y era todo un
referente de un feminismo que intuíamos existente pero
inalcanzable aún para nuestra generación de mujeres que
habíamos sido adoctrinadas en el espíritu de “Con olivares y
viñas, se casa bien a las niñas” y en las artes de buscar un
buen partido para vivir como reinas.
Inútiles enseñanzas en mi caso. Nunca pesqué a un buen
partido, sería por mi carencia intrínseca de olivares y
viñas y porque era una rifeña retornada que soñaba con ser
periodista y contadora de historias, lo que, a nivel
familiar, trataron por todo los medios de impedirme en
aquellos años, no diré oscuros, porque más peligrosos y
tenebrosos son los que estamos viviendo, sino distintos y
distantes. En el sentido de que, nunca jamás conocí a nadie
que se planteara abiertamente y antes que nada, su derecho a
ser feliz. Ni en los años setenta ni en los ochenta se
hablaba de la felicidad como derecho irrenunciable del ser
humano. Ni tampoco de la realización, ni de nuestra
capacidad evolutiva, ni del control de las emociones, ni de
la empatía. No eran conceptos al uso. En verdad que
estábamos algo asilvestrados espiritualmente hablando.
Pero la Fallaci hablaba de todo y de todos, maestra querida,
genio del idioma escrito. Ya ven ¿Saben lo que más me ha
impactado de las circunstancias de su fallecimiento? El
hecho de que temía a la muerte y decía que “ la vida es
bella aunque sea fea”. Y no lo comprendo. Oriana era
cristiana y occidental, seguidora de nuestro amadísimo y
venerado Papa Benedicto XVI que la recibió en audiencia
privada ¡Vaya suertón poder besar la mano del que ocupa la
silla de Pedro! Y la muerte la inquietaba, ese tránsito de
la vida hacia el resplandor, el túnel, la Presencia de Dios
Padre y la pregunta eterna “Dime ¿Cuánto amor has dado y
cuanto has recibido?” ¿Por qué maestra, te asustaba el
morir? Joder y joder. Servidora repite como un mantra,
diariamente ese “Vivo sin vivir en mi y tan alta vida
espero, que muero porque no muero”. Ahora que, comprendo que
la genial escritora se aferrara a este mundo, aún en medio
de los terribles dolores del cáncer, porque tenía mucho que
decir y que revelar, tenía a muchos gobernantes
occidentales, tan mariquitusos ellos, tan cagones ellos, que
poner firme diciendo las verdades. Oriana Fallaci vivía su
lucha, que es la de todos, ante el teclado de su ordenador,
pariendo palabras inspiradas por el Espíritu Santo, Señor y
Dador de vida, el que habló por los profetas y por la
Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica . Iglesia a
la que, a los occidentales, si se nos tocan las pelotas…
Mejor que no. Que no se tire mucho de la cuerda y que no se
nos toquen las pelotas, porque nosotros, casi todos
nosotros, cuando somos buenos, que es siempre, somos muy
buenos, pero cuando somos malos somos horribles. Por más que
existan marginales de la política que se arrejunten a
pontificar en esa mamarrachería de Cumbre de los No
Alineados. El indigenista Evo Morales, un demente. El Hugo
Chávez, que está como una vicuña que es la cabra salvaje del
Perú. El presidente iraní, que es un tipo que se le oye y es
para mear y no echar gota. El sanguinario dictador de
pacotilla de Corea del Norte y otra tanda de impresentables
pordioseros políticos de ideas caducas, apolilladas y
zarrapastrosas, que van por el mundo de antiimperialistas,
todos bajo el paraguas protector del gran garante de las
libertades y de los derechos humanos, el camarada Fidel, un
viejo dinosaurio que tiene a su país en la más absoluta de
las miserias y de la oscuridad. Un poner ¿Se puede figurar
alguien que a los Estados Unidos de América le puede
interesar tener a socios de semejante calaña?. ¿Qué si
estaban los de este Gobierno? ¡Callen, callen y no me
abrumen, que todo tiene un límite! Oriana les hubiera metido
una buena capujana dialéctica a los de la Cumbre. Desde la
honestidad y desde esa rarísima cualidad , que la
acomplejada y servil izquierda europea, cautiva de sus
sucios fantasmas, quieren que desaparezca de nuestra
cultura: el decir lo que se opina en, desde, para y por la
libertad. Y Oriana Fallaci, hija de un albañil, provenía de
la izquierda más combativa, pero nunca de la de estos
medrosos cantamañanas de ahora. Y la vida, el mundo, la
experiencia y la realidad, la fueron haciendo evolucionar y
definirse ideológicamente. Será que, como decía el genial
Bertolucci “A la espiritualidad no se llega por la filosofía
ni por la literatura, sino por la experiencia vivida” Y la
escritora fue, en sus últimos años, un ser puramente
espiritual, infinitamente profético y escandalosamente
sincero, con una sinceridad diáfana y llena de coherencia,
que amedrentaba a los cobardes y enardecía y daba esperanza
a los valientes.
Diez años sufriendo un cáncer y transformando su dolor en
rabia y orgullo. Mejor la escritura que la morfina, porque,
en estos momentos, no vale adormecer el sentido, sino
permanecer alerta y preparados para defender lo que nos
pertenece y plantar cara con gallardía a las amenazas
externas. Yo me siento profundamente orgullosa de ser
occidental, mi maestra me dio lecciones, muchas, de ser
agradecida y por lo tanto bien nacida, porque me haya tocado
la lotería de la Historia: ser occidental y cristiana.
Maestra, mis manos en tus manos, que Dios te bendiga y que
la luz te acompañe. Hasta pronto.
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