En un documento fechado entre los años 1947-48, se daba
cuenta de los proyectos del Ayuntamiento de nuestra ciudad,
presidido por D. José Rojas. Entre ellos se encontraba la
construcción del Grupo Escolar “Convoy de la Victoria”, que
iría en la Barriada de Hadú con el fin de reunir en un grupo
las cinco escuelas de niños, las cuatro de niñas, dos de
párvulos, así como la Hispano-Árabe; en total doce
diseminadas, en la actualidad en varios lugares de “mala
vecindad”, así como catorce viviendas para maestros y
conserjes. El asunto se está gestionando con el Ministro de
Educación Nacional”.
El colegio se construyó, pero, no, las viviendas para
maestros y maestras; para el conserje se habilitó una
vivienda a partir de un aula. En principio, el Grupo se
dividió en dos secciones: una dedicada a las alumnas y la
otra a los alumnos. El patio de recreo, de amplias
dimensiones, marcaba la separación por medio de un muro
central consistente, con una altura de algo más de un metro,
con lo que se conseguía que los niños y niñas no se
mezclaran. (Maleni, una alumna de los años setenta recuerda
el derribo del muro de la siguiente manera: “cuando lo
echaron abajo, nos pareció como la retirada del muro de
Berlín. Se dieron pasos al frente. Se unieron niños y niñas,
era lo más natural, era y es la realidad del mundo.
Interacción hombres-mujeres en todos los órdenes de la
vida”).
De la sección de niñas se responsabilizó Dº Manuela Rusillo
Aguilar, directora por oposición, dinámica, emprendedora y
de gran carácter, capaz de “poner firmes” al Gobernador de
la Plaza.
Era tan fuerte su influencia, que los Inspectores apenas
visitaban el Centro, ya que estaba más que probado que con
ella todo iba bien. Pasados unos años, asumió la
responsabilidad de las dos secciones, erigiéndose el centro
en dirección única.
Me comentaba Dª Manolita –se lo diría a todos- que el Sr.
Alcalde le hizo el ofrecimiento de que el Grupo Escolar
llevara su nombre, pero ella se opuso, y, en un gesto
patriótico, propuso el nombre “Convoy de la Victoria”. La
alumna antes aludida, se expresa así, evocando su Colegio:
“Aunque sé que ahora se denomina “Ramón y Cajal”, para mí
será “Convoy de la Victoria”, para toda la vida. Para mí era
un buen Colegio. Allí crecí y me desarrollé como persona y
progresé tanto a nivel intelectual como a nivel humano…”
Pero, ¿cómo era la enseñanza en aquellos primeros momentos?
Dª. Teresa Sánchez, alumna de los años inmediatos a la
construcción del Colegio, se expresa así: “Con cinco años
empezamos, mi hermana y yo, en la clase de párvulos. Somos
gemelas. Nuestra maestra, Dª Eugenia, nos llamaba
cariñosamente mis ‘polluelos’. Había clase por las mañanas
de nueve a doce y por la tarde de tres a cinco. Mi madre nos
llevaba y nos recogía. Los desplazamientos los hacíamos
andando, desde la Barriada Valiño, donde vivíamos. Cuando
llovía, nos poníamos ‘empapadas’.
Por la tarde nos daban la merienda: un bollito y una
pastilla de chocolate. Yo era muy inquieta, y la maestra
salió un momento. Cuando llegó la canasta con los bollitos y
el chocolate, yo cogí una pieza y le di un bocadito. Cuando
regresó Dª Eugenia, preguntó en voz muy alta, quién había
mordido el chocolate, y todas las niñas contestaron:
¡Teresa! ‘Pues se queda sin merienda’. Salí llorando y me
preguntó mi madre que por qué lloraba. Yo le contesté lo que
me había pasado. Y me llevó a la tienda de ‘Marcelino’ y me
compró un bollo y chocolate. Al día siguiente, la maestra
preguntó que quién se había quedado sin merienda. Nadie
contestó. Yo tampoco, pues me enfadé mucho. No quise coger
la merienda. Atila, una niña muy buena, se benefició.
Tanto mi hermana como yo tuvimos problemas para hacer la
Primera Comunión. Cuestión de los trajes. La Sra. Directora
era muy exigente. Con grandes dificultades mi madre nos pudo
comprar los dos equipos y una vecina -siempre se lo
agradeceré- nos hizo los trajes.
La misa: obligatoriamente teníamos que asistir. De ellos se
encargaba una niña –nombrada por la directora- que tomaba
nota de las que no asistían. Por supuesto que eran
castigadas.
Con diez años nos integramos en el Coro de la Iglesia. D.
Luís, un policía local, tocaba un piano grande. Ensayábamos
en el tiempo del recreo.
Tengo gratos recuerdo de las Maestras: Dª. Eugenia, Dª.
Carmen, Dª. Mercedes, que era de Úbeda y nos hablaba mucho
de su pueblo, Dª Ana María y Dª Marta.
Mi maestra decía que yo estudiaba más que mi hermana, pero
ella decía que ‘como siempre estábamos juntas, con una que
estudiara era suficiente’.
A la entrada se subía la bandera con el himno nacional. Como
no podíamos mezclarnos con los niños, en el centro del patio
había un arriate con flores, que respetábamos. Usábamos un
único libro: la Enciclopedia. La maestra me preguntó que
quien era la mujer de Abraham. Yo dije que Rebeca. Me
equivoqué. Pero me la di de graciosa, y me atreví a
responder, ‘bueno si no ha sido Rebeca, será Chaquetón’. Me
costó el recreo.
En ocasiones teníamos que pasar el papel de lija a los
pupitres. Nos daban leche en polvo y unos trozos de queso
que estaban muy ricos. Nos regalaron unos ‘polos’ y telas
para faldas. Era el uniforme. Nos pusimos muy contentas.
Para los más necesitados existía el comedor. La cocinera era
la Sra. Petra, que era muy trabajadora. Nos ponía 1º, 2º
plato y postre. Éste era un plato de arroz con leche.
Cuando no nos sabíamos la lección había que copiarla 50,
100, 200 veces… No ganábamos para papel y utilizábamos hasta
el de estraza.
Fui elegida para un viaje a El Escorial. Fue una oportunidad
perdida. Mi madre no me dejó, temerosa de los accidentes.
Cuando aprobé el certificado de escolaridad, dejé los
estudios. Mi hermana continuó. Mi maestra habló con mi madre
para que yo pasara al Instituto. No pudo ser, ya que mi
hermano ya estaba estudiando el Bachillerato, y mis padres
no disponían de recursos. Sólo el autobús nos costaba seis
perras gordas. Hasta ahí llegaron mis estudios, pero la
lectura nunca la abandoné. Me agrada, y leo todo lo que cae
en mis manos.
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