Hacer memoria, volver la vista
atrás, meditar sobre historias vividas y caminos recorridos,
es un acto de valentía y humildad. Supone reconocer tanto
los avances como los fracasos, los errores e incoherencias.
Acercarse al pasado a través de lo literario de cara a la
reconstrucción del ambiente, me parece una buena manera para
interpretar la historia.
La idea del Ayuntamiento de Madrid y de la Sociedad Estatal
de Conmemoraciones Culturales de promover una exposición
homenaje a Baroja, con motivo del cincuenta aniversario de
su muerte, que permanecerá en el Museo de la Ciudad hasta
primeros de diciembre, opino que es un ejercicio de
hermenéutica histórica saludable para acrecentar un correcto
juicio histórico.
Pienso que hay que potenciar este tipo de eventos y no tener
miedo a la verdad que emerge de la historia. Al fin y al
cabo, todos nosotros, sin excepción alguna, llevamos el peso
de los yerros y de las caídas de quienes nos han precedido.
Releer la historia a través de Pío Baroja creo que es una
buena orientación. Un hombre fiel a sus ideas hasta la
muerte, independiente (no ha participado en ningún proyecto
político), liberado de todo menos de la palabra, neutral
para ejercer conciencia crítica, franco a la hora imprimir
su criterio. Todo ello y más, sobre todo la de ser un
literato privilegiado, con una visión de futuro que parte
del realismo y una revisión del presente que parte de su
enraizado culto a la cultura.
En suma, tiene todos los ingredientes en su haber pensante,
como pensador de naturaleza estético científica (y también
ética) para llevarnos a una reflexión exacta acerca de aquel
tiempo vivido. Valoro que nos viene de perlas a los humanos
de hoy, para contrarrestar impurezas y poder discernir. En
ocasiones recibimos imágenes del pasado que se encuentran
sobrecargadas por una emotividad pasional que impide una
diagnosis serena y objetiva.
Baroja que como buen médico fue un gran observador de la
vida, al igual que como buen fedatario de historias y
redactor de imágenes fue un hombre de mundo, de cultura y de
ciencia, ya advertía por entonces lo nefasto que es la
palabrería y la vulgaridad. Le cansaba ver a tantos
charlatanes de plazuela elevar su voz.
Y lo que es peor, todavía hoy siguen con sus impertinencias.
Aquella pedantería alzada por unos tipos sin escrúpulos,
manchados por el juego sucio tanto de un bando como de otro,
y el manto de la brutalidad servido en bandeja, le
desasosiegan e indignan. ¿Y a quién no?
A veces me pregunto, ¿qué pensaría si viviese hoy el
pensador guerrillero, autor de los más níveos principios
filosóficos y sociales, que ejerció la máxima reacción
frente a la miseria y el dolor, al comprobar que los
maltratos a los débiles es el pan nuestro de cada día, que
la venganza toma posiciones y la inseguridad poder, que la
clase política ha perdido el señorío del mérito y toda
capacidad para frenar desequilibrios y poner justicia?
Quizás como el protagonista de “el árbol de la ciencia”,
asistamos impotentes a los desafueros de una sociedad
mezquina y envilecida.
Siempre tendremos el verbo para quejarnos. Me niego a seguir
el juego de la insensibilidad. No podemos (tampoco debemos)
permanecer pasivos frente a tantos desmanes.
Cuando menos, ahí está como testimonio, el afán y desvelo
que tuvo Baroja por hacer un camino propio, su rebelión
moral. Hasta su tesis doctoral versó sobre “el dolor”.
Le preocupaba la violencia vertida y las formas de
resentimiento, en el fondo las enfermedades del alma. Tal
vez, por ello, el vivo cronista de los instantes y para
todas las épocas, dijese aquello de que el hombre está un
milímetro por encima del mono cuando no un centímetro por
debajo del cerdo.
Bajo esta perspectiva, los actos llevados a cabo para evocar
la memoria histórica, y en este caso a través de la
ejemplaridad de la vida y obra de Baroja, estimo que
representan un valor virtuoso y profético, tanto para las
culturas de las religiones, cuanto para los gobiernos que
aún tienen charlatanes de plazuela en sus filas, como para
las naciones, que podrán verse así ayudados a vivir de
manera más auténtica lo que fue y no debió ser. O sea, que
sirva como lección de futuro.
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