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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 13 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Oído al parche, presidente
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando uno habla con los políticos, en estos momentos, tiene la sensación de que está ante personas sumidas en un mar de confusiones. Pues dejan entrever un estado de intranquilidad producido por no saber con certeza si aparecerán nominados en las listas confeccionadas por la ejecutiva de su partido. Conviene aclarar, antes de seguir adelante, que también los hay convencidos de que no prescindirán de ellos. De cualquier manera, el nerviosismo, por diversos motivos, es tan general como palpable. Y ello les impide centrarse en el trabajo. Aunque hacen de tripas corazón para ganarse afectos perdidos y simpatías dilapidadas, cuando se vieron en la cresta de la ola y decidieron escupir fuera del tiesto.

Pues lo peor del mandar es que trastoca las cabezas hasta límites insospechados. Tal es así que Benito Pérez Galdós, en uno de sus Episodios Nacionales -creo que el referido al sitio de Gerona, cito de memoria-, dice que el mandar trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio a los tontos, arrogancia a los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza.

Como verán una descripción perfecta de quienes ostentan cargos y que no ha perdido un ápice de veracidad a pesar del tiempo transcurrido. No me extraña, pues, que pronto los partidos vuelvan a convertirse en un hormiguero de intrigas, de ambiciones, de zancadillas... Donde todo vale a cambio de no perder el puesto apetecido o bien de obtenerlo por primera vez contra viento y marea.

Todo ese bullir de políticos de pacotilla, dispuestos a lo que fuere con tal de alcanzar su propósito, debería ser controlado por los dirigentes de mérito, que, si bien son pocos, es verdad que los hay. Políticos con arrojo para sobreponerse a los otros: a los badulaques y ambiciosos sin límites, pero carentes de las cualidades necesarias para situarse en despachos de ordeno y mando.

En los partidos son imprescindibles personas que saquen a relucir el carácter y pongan el orden consiguiente para impedir que los peores y, sobre todo, los mediocres y arribistas, obtengan el premio Gordo de Navidad. Es decir, un puesto en la Asamblea remunerado como si fuera matador de toros de los primeros del escalafón. Lo cual es, sin duda, tarea muy complicada. Pero es ahí, precisamente, donde Juan Vivas ha de revelarse, de una vez por todas, como alguien capacitado para elegir a los mejores.

De no ser así, mucho me temo que alguien pueda tildarlo de no estar a la altura de las enormes expectativas que su persona sigue generando entre los ciudadanos. Y, desde luego, no debe temblarle el pulso a la hora de seleccionar, con verdadero mimo y sin pararse a pensar en rencores ni rencillas pasadas, a cuantos hayan demostrado que son los más válidos o puedan serlo en los años venideros.

El hecho de que me dirija al PP, y concretamente a Juan Vivas, es porque no me cabe la menor duda de que los populares volverán a ser los ganadores de las próximas elecciones. Y que lo harán, además, de forma arrolladora. Por lo tanto, si los votantes están decididos a confiar ciegamente, otra vez, en el hombre que cuenta con más crédito político en la ciudad, a éste le corresponde ser el que seleccione a las personas que han de trabajar cuatro años más a su vera.

Sé que tantas veces decida yo insistir en este asunto, tantas me seguiré ganando las iras de quienes no quieren que Vivas sea el hacedor de su equipo de Gobierno. Por razones obvias. Sin embargo, y en vista de que a mí me importa un pito lo que piensen algunos sobre mí, prometo no decaer en el empeño aunque me tachen de plúmbeo. Todo antes que en esas listas aparezcan nombres de personas poco válidas pero que son muy hábiles como cucañeras. Así que oído al parche, presidente.
 

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