Son muchas las formas que se
pueden emplear para el halago personal o la consecución de
fines a través de los medios mas inverosímiles que uno pueda
imaginarse como el de aquel modesto funcionario de los
tiempos difíciles de la posguerra, cuando el ascenso en la
carrera profesional se lograba por la consecución de méritos
ante el Director General correspondiente que era quien
proponía y, en definitiva, adjudicaba los puestos mejor
retribuidos de la Administración del Estado.
Y vemos aquí que este protagonista de hoy, conocedor de las
debilidades de su jefe, melómano empedernido, pensó en
ganarse la confianza del mismo a través de la música para lo
que, ni corto ni perezoso, buscando en todas las bibliotecas
enciclopedias y biografías al caso, se empapó de la vida y
milagros y de su obra creativa, de los mejores músicos
extranjeros y españoles como Beethoven, Mendelsohn, Schubert,
Wagner, Chopín, Falla, Albéniz o Granados y de los
instrumentos menos conocidos, tanto de viento, como de
percusión o de cuerda, el Bombardino, Corno Inglés, Tuba,
Tiorba, Clavicordio e, inclusive, se estudió los nombres de
las partes del violín (el bucle, la cejilla, el mástil, la
caja, el diapasón, el puente, el cordal, …) y de otros
instrumentos, con lo que logró impresionar a su jefe y, de
paso, intimar hasta conseguir que no pasara el día en que
entre los dos no se entablara una amena e interesante charla
musical durante el transcurso de la cual nuestro
protagonista demostraba, claro está, la erudición y
conocimientos de música clásica e, inclusive, de
instrumentos de los que era poseedor.
Como ya hemos anunciado en la introducción de parte de este
cuento, el humilde funcionario quería lograr, lo que de
hecho consiguió, una mejora profesional y,
consiguientemente, un incremento de su salario que al fin y
a la postre era, aunque empleando paciencia china, su
propósito.
Ahora son otros los modos: se afilia uno a un partido (del
carro ganador, claro) principalmente en épocas pre-electorales,
tanto si son para los órganos directivos como para procesos
locales o nacionales. Se dedica, acompañado de su esposa e
hijos mayores, a la labor de meter en sobres la publicidad
del partido. Se “buzonea” y se reparte toda la propaganda
que sea necesaria y se acompaña, “para hacer número”, a los
candidatos en sus periplos locales, municipales o
provinciales, según sea la elección. Al final, convertido en
su sombra y adquirida la confianza del mandamás, se implora
un puesto en la lista, procurando siempre que esté dentro de
las posibilidades de ser elegido y, una vez conseguido, se
dedica al mamoneo de las ubres del ente que corresponda, a
colocar a la esposa e hijos y, si hace falta, emulando al
funcionario antes citado, a estudiar cursos de música
clásica para mantenerse en el poder. ¡Ah¡, llegado el caso,
una vez conseguido un puesto, aparece por la mesa en unas
elecciones para órganos directivos del partido a un minuto
del cierre de la misma, alegando que no había encontrado
medio de locomoción para llegar antes, con lo que el tal se
ahorra de tener que dar la cara entre los candidatos y así,
“camaleónicamente”, pasar, por una parte, desapercibido y,
por la otra, una vez acabado el proceso, mostrar su más
entusiasta felicitación al ganador (al otro candidato, al
perdedor, ni mirarlo a la cara) consiguiendo disponer de su
confianza con objeto de que, en próxima convocatoria, lo
mantenga en el puesto para seguir chupando de la vaca. En
resumen: dos métodos si no razonados, lógicos y ordenados,
sí originales para la consecución de los fines que ciertos
sujetos (no todos los políticos son iguales) se proponen.
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