Soy abogado. Desde hace veintiséis
años. Y de lo que estoy viviendo, profesionalmente, en estos
momentos, no tengo referencias anteriores. Ni me sirve la
experiencia de perro viejo del Derecho. Será que, aunque los
malos tratos contra las mujeres han existido siempre, el
problema estaba tan encriptado como esas fatwas que lanzan
por Internet los integristas islámicos y que ahora condenan
a Gustavo Arístegui por “islamofobia” ¿Qué quien puso la
diana al diplomático español experto en asuntos árabes? Pues
un mamarracho llamado Mansur Escudero que es el presidente
de no se que comisión islámica, un converso radicalizado,
aunque el Mansur, en lugar de dar la cara ha echado el culo
para atrás, esperando la lógica y durísima respuesta penal a
su fechoría.
Terror encriptado en el seno de la familia, silencios
cómplices en el entorno y un Síndrome de Estocolmo
generalizado entre las maltratadas que les hacía besar la
mano del verdugo el día que no las hartaba a palos. Pero, en
la era de la información, han sido demasiadas las campañas y
demasiado demoledores los mensajes, comenzado, mal nos pese,
por tantas famosas y famosillas de la casquería del corazón,
que han mercadeado con sus penas y con sus palizas, cheque
en mano, ante el micrófono y con la cámara de televisión en
directo, enviando sus miserias a millones de hogares.
Hablando. Y eso en lo importante: ser capaz de contarlo y de
acudir al Juzgado de Guardia o a la Comisaría a relatar el
calvario y que el mecanismo se ponga en marcha.
Y se pone. Testigo directo estoy siendo del hecho. Estoy
viviendo una primera línea de combate, demasiado repetida,
demasiadas veces como para no estar profundamente alarmada.
¿Pero que está pasando? A este paso , amen de llevar el
registro general de ADN y controlar la venta de tarjetas
para móviles para tener controlado a todo el personal, algo
lógico en la situación de guerra soterrada contra el Mal que
estamos padeciendo, tendrá también que controlarse
psiquiátricamente a “toda” la población civil para evaluar
desequilibrios psíquicos y aplicar medidas precautorias.
Las mujeres a las que he asistido últimamente, cuya
identidad, como es lógico, soy la primera en salvaguardar,
no provenían de un ambiente marginal ni desestructurado,
sino de una clase media normal, medianamente próspera y
medianamente culturizada. Un denominador común en ambas, un
factor que estoy encontrando en muchas víctimas: los maridos
consumían cocaína y eran lo que se ha dado en llamar
“bebedores sociales” que viene a significar que no agarran
normalmente la melopea, sino de cuando en cuando, en plan
buen rollito, entre amigos, de fiesta y luego las rayas para
despabilarse y la vuelta al hogar para armar la bronca por
cualquier nimiedad. ¿Toxicómanos? Ante la policía que corre
como fuguillas a detenerles, nada más ser denunciados,
tajantes negativas. “¿Yo drogadicto? ¡Eso es mentira!¡Ella
que es una histérica y miente para hundirme!”. Pero si. Si
son drogadictos, no miserables enganchados que acaban
mendigando para una paquetilla con las venas rotas y los
pulmones roídos por la tuberculosis, pero son drogadictos
porque, cada semana, de fiesta o sin fiesta, tiran por la
nariz para darse ánimos, por diversión o por afición, en
plan social en plan “Esto lo toma todo el mundo” Con el
handicap de que ese “todo el mundo” que se mete mierda en
las neuronas, se neurotiza, se desequilibra, puede sufrir
episodios psicóticos y, sencillamente, no controla.
De mis dos últimas maltratadas, a una la creyeron, porque
llevaba un parte de lesiones y la marimorena judicial
incluyó la orden de alejamiento y el juicio rápido. A la
otra desdichada, muy jovencita, la pusieron en cuarentena,
porque no aportó “el parte”. ¡Aviso a las navegantes! ¡Hay
que aportar el parte! Por mucho que, las bofetadas
habituales, pasen sin pena ni gloria y se tarde un mundo en
denunciar, cuando los moretones incluso ya han desaparecido.
Para denunciar hay que tener su picardía y acudir, tras la
paliza o la agresión, al dispensario a por “el parte” e
intentar ir señalada, porque si no te señalan o la patada ha
sido en el estómago o te han metido la cabeza dentro de una
bolsa de plástico para asfixiarte, o te han arrastrado de
los pelos, si no hay “las secuelas de la agresión” no hay
agresión. Lo cuento desde la primera línea del frente donde
acabo de ver a una joven, majada a palos, ser dada por poco
fiable y no dictar orden de alejamiento contra el pepito
porque ella no iba chorreando sangre . Y ahora, para
demostrar los malos tratos tenemos que buscar testigos, la
médico de cabecera que la vio llena de moretones, las
vecinas que escuchaban sus gritos, la conocida que la
consoló cuando le dieron de hostias y llevaba la cara como
hinchada por la cortisona.¡Que crueldad! ¡Y que
desinformación! Hasta para ser considerada víctima hay que
demostrarlo cumplidamente, porque ahora ha dado por decir
que hay muchas denuncias falsas. Y puede haber alguna. Pero
las mujeres a las que yo he acompañado tras tomar esa
decisión esencial de sus vidas, que es denunciar, una
decisión que puede madurarse durante meses o durante años,
esas mujeres, iban como juguetes rotos, totalmente
desconfiadas y sin sentirse en absoluto protegidas por
futuras órdenes de alejamiento. Porque ya está visto que el
alejamiento es un leve paliativo, que no un remedio, el
remedio es, de entrada, la prisión incondicional, para que
se calme la mala leche y después esa figura jurídica del
destierro que existe en nuestras leyes para ser aplicada.
Dicen los expertos que, los maltratadotes, no son locos sino
seres perversos. Yo estoy en parte de acuerdo, porque la
maldad existe, pero siempre la he visto asociada a alguna
anomalía psíquica relevante, de hecho, los psicópatas, son
seres de apariencia normal y capaces de llevar una vida
normal, aunque tengan el cerebro agusanado. Pero el caso, es
que, según mis estadísticas personales, a todos los
violentos que estoy teniendo la desdicha de conocer en
calidad de imputados, a la perversidad manifiesta se les une
alguna adicción. Y encima siempre niegan y no solo niegan,
estoy presenciando con estupefacción como mucho berraco
llega a alegar “malos tratos mutuos” es decir, que ambos se
pegan y también que “Ella empieza y yo me defiendo”.
La primera línea de combate es muy distinta a ver la guerra
desde una trinchera o desde la terraza de un hotel, que es
como se cuentan ahora muchas guerras, la primera línea es la
de las lágrimas, las de la sudorina de ansiedad, la del
pánico incontrolable “¿Y después de denunciar tengo que
verle? ¿Me lo van a poner delante?”. No, no hay que verle,
ni le ponen delante, pero sin “el parte” poca cosa hay que
hacer o “el parte” o una reata de testigos, cuando un simple
psiquiatra forense podría determinar en el acto si, la
mujer, es una víctima hecha polvo psíquicamente o es una
ventajista que va a sacar rédito del tema del maltrato. Las
mías, por desgracia, han sido víctimas y no lagartas, me
crean, en la primera línea hay muchos padeceres, muchos
sudores, muchos apretones de mano para reconfortar. ¿Qué si
en primera línea está el Mansur Escudero con sus dianas
perversas? No ese salió por patas, negando y renegando.
Negar es el recurso de los miserables. Y donde me encuentro
,en la línea de fuego estoy teniendo la mala suerte, maldita
sea, de conocer a muchos.
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