¡Así no se puede vivir! España
parece haberse convertido en una especie de Estado
Ñoño-Policial y, sencillamente, a los espíritus libres nos
falta el oxígeno. Y lo malo es que no estamos en Japón donde
existen establecimientos de hostelería donde te das un chute
saludable de oxigenoterapia y te vuelves pa tu casa limpio y
escamondáo, vendiendo la salud a chorros y más bonito que un
San Luis. Aquí, ventajas de la modernidad, las mínimas y si
quieres disfrutar de cualquier nueva técnica te tienes que
gastar las pelas. Eso si, prohibiciones todas y
restricciones las máximas.
Y lo más vomitivo es que, a los ciudadanos, no nos prohíben
las cosas en plan fascistoide, algo que se asume como un
reto y un obstáculo a las libertades contra el que hay que
luchar. Me crean, eso hace muchísima ilusión, me refiero a
combatir por obtener un logro. Ya lo decía el genial
dramaturgo noruego Ibsen “Lo que me gusta de la libertad, es
la lucha por ella. Conseguirla no me interesa”. Estos y los
otros no prohíben en plan “Mariquilla cojones” sino en plan
redentoristas compulsivos, buenista, “por nuestro bien” y
para “salvarnos” y ¡Ya está bien de Salvapatrias!. A
salvarnos vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo, el resto
de vocacionales de nuestra salvación es capaz de hacer que
nos suden y se nos irriten, no con dermatitis de pañal, sino
de braga o calzoncillo, las partes pudendas. Pero nada más.
En efecto, las ansias salvadoras de quienes quieren lo mejor
para la sociedad, porque la sociedad es tonta y no sabe lo
que le conviene, ha llegado ahora a la moda y a la Pasarela
Cibeles. Los cursis irredentos de la Comunidad de Madrid,
si, esa misma, donde está el Albertín Gallardín, se han
puesto en complot con la sociedad de endocrinología y han
decidido que, tan solo desfilen en la pasarela modelos
“saludables” y, lo que es “saludable” lo deciden ellos, para
descartar a chicas demasiado delgadas porque pueden
“promover la anorexia”. Una crueldad y una discriminación.
Primero porque existen personas delgadas por constitución o
porque les sale del coño, con perdón de la palabra, cultivar
la delgadez y no por ello han de ser discriminadas por dar
“mal ejemplo”.
Porque, por esa regla de tres y ya que, los ciudadanos y las
ciudadanas, somos jilipollas, manipulables y sin criterio
propio, proclives a dejarnos influenciar por “lo que sea”
deberían prohibir los telefilmes y películas donde salgan
actrices o actores bellos, porque puede llevar a la estúpida
juventud a lanzarse a las clínicas de cirugía estética para
conseguir un perfil perfecto o unos labios pulposos y, si no
hay dinero para ponerse en manos de cirujanos, desencadenar
epidemias colectivas de ansiedad y depresiones por el
incumplimiento de sus expectativas. Y en plan prohibición,
ya que se castiga a las flacas porque provocan anorexia, que
se prohíba a las gordas porque, se puede seguir su ejemplo y
caer en la obesidad mórbida. Y proscribir a los machacas de
gimnasio porque, podemos copiarnos y caer en la vigorexia.
Mejor que todo esté prohibido y controlado por buenistas
seres superiores que van a ser como los “Guardianes de la
Virtud” del “paraíso” iraní.
¡Imbéciles! ¿Qué sabrán los Gobernantes de la puta anorexia?
¿Qué que se yo? Pues todo. Porque la vengo semicontrolando
desde hace cuarenta años, la he estudiado y analizado y la
identifico hasta metía dentro de una talega.
Dicen que “luchan” contra la anorexia. ¿Y saben como enfermó
servidora de ustedes? Pues en el comedor de las santas
monjitas, siendo niña, cuando nos obligaban a comer “todo lo
que hay en el plato” y si vomitábamos, a comernos nuestros
vómitos. La comida pasaba de ser una necesidad y un placer a
ser una angustiosa obligación, siempre asociada al castigo.
Hoy en día no hacen que, los niños, ingieran sus vómitos,
pero siguen “obligando a comer” en los comedores escolares y
lo digo por experiencia, porque he tenido a dos hijos en
comedores y broncas notables con los educadores por
“obligarles” y asociar la comida con un repugnante calvario
de arcadas y “no me gusta y no tengo ganas”. El ser humano,
desde la más tierna infancia, odia las imposiciones en
determinadas materias y una de ellas es la comida. Aún yo
hoy, a los cincuenta y dos años, sigo teniendo que comer en
platos pequeños, porque si me presentan una ración grande
empiezan las náuseas. Asociar la nutrición al castigo es una
perversa distorsión propia de sociedades que han pasado
mucha hambre y donde, ante un niño con clara tendencia a la
obesidad, los padres, en lugar de preocuparse exclaman
satisfechos “¡Que hermoso está y es que me come como una
lima!” Pues no. No hay que comer como limas. Sino comer
normal y sano y solamente lo necesario. La información
nutricional está ahí, para quien se quiera enterar.
¿Qué si la comida-castigo es la única causa de la anorexia?
No. La puede desencadenar en parte, pero es infinitamente
más compleja, los conflictos internos de los ángeles con las
alas rotas son infinitos. Porque suelen ser
extraordinariamente inteligentes, pero no son felices, ni en
su piel, ni en su entorno. Hay un durísimo rechazo y un
infinito reproche en el hecho de dejarse morir de hambre
negándose a comer. Mucho más doloroso y denso que la
frivolidad estúpida y de cara a la galería de los mandamases
de la Comunidad de Madrid. De hecho, el rechazo a las
delgaditas es “para que salga en prensa” y todos nos demos
cuenta de cómo quieren salvarnos, redimirnos, ayudarnos y
mimarnos. Que se vayan al carajo. Yo quiero que me salven
con cultura, conocimiento y muchas becas; que me rediman
quitando a los delincuentes de las calles y limpiando las
ciudades; que me ayuden reconociendo constitucionalmente mi
derecho inalienable a la felicidad y que me mimen
respetándome como ciudadana y dejando de ofender mi
inteligencia con sus mamarrachadas de profesionales de la
buena conciencia publicitada, por supuesto, publicitada
porque si no la gente no se entera y no les vota.
¿Y se creen que con esos excesos de necedad y
autocomplacencia nos van a engatusar para que le aseguremos
la poltrona con nuestros sufragios? En lugar de un voto les
deberíamos obsequiar con una genuina mierda pinchá en un
palo, la mierda pa que se la coman y el palo pa que se
quiten las miajillas de los dientes.
¿Qué algunos me consideran dialécticamente muy dura? No lo
soy. En absoluto. Mi carga genética, puro gazpachuelo de
culturas, me obliga a describir lo que pienso de forma
libre, por mor de la Constitución y directa, por mor de mi
religión. No olviden que, nuestro Dios no es un Todopoderoso
pamplinero y tampoco lo fue aquel chico judío que murió a
los treinta y tres años y que, en su día, arrojó a latigazos
a los mercaderes del templo ¿Qué por que les arrojó? No se.
Supongo que porque estarían vendiendo copias pirata de las
Sagradas Escrituras, o porque se hartó y le dio por ahí al
ver a los mercachifles. Pero nuestra fe es muy cañera y muy
de decir “no me conformo” y yo no me conformo con malvivir y
ser infeliz en un Estado Ñoño-Policial lleno de
restricciones y prohibiciones donde, la moralina más babosa
llega hasta las pasarelas y encima nos presentan sus
inútiles melindres como medidas “salvadoras”. Y yo no quiero
ser “salvada”.Me niego.Y menos aún cuando no tengo el
consuelo de poder acudir a un bar a aspirar oxígeno puro y
limpiarme las neuronas y los pulmones de tanto empachoso
buenismo moralizador.
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