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OPINIÓN - VIERNES, 8 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Sánchez-Prado
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Antonio López Sánchez-Prado era médico. Persona de buen porte, elegante en el vestir y entregada a la causa de los obreros. De militancia republicana, y declarado, además, afecto a la sociedad “Amigos de los Soviets”. Sus enemigos, que lo veían socorrer a los pobres, tragaban bilis porque no entendían que uno de su clase se pusiera de parte de una masa que sólo daba problemas a las fuerzas vivas de la ciudad. Por otro lado, también los suyos estaban hasta el gorro de verlo frecuentar la Delegación del Gobierno para preguntar si habían llegado los dineros de Madrid con los que dar trabajo a los parados. Y para mayor inri, nuestro hombre se ponía delante de una manifestación acompañado por sus hijos, cuando ya en España se estaba fraguando la tragedia.

Y, para colmo, el alcalde, pues Sánchez-Prado lo era, llegó un día a la barriada del Sarchal y presidió unos festejos de donde saldría una carta anónima que fue muy bien puesta en un cajón de la Delegación del Gobierno para que se encontrara en el momento oportuno. Una carta cargada de balas y que llevaba marcada la hora y el sitio donde sería abatido el médico sevillano.

Así, ni los integrantes del Consejo de Guerra ni quienes formaron parte del pelotón de la muerte, pudieron darse cuenta, aquel cinco de septiembre de 1936, de que más que quitarle la vida a un rojo, a un comunista peligroso, estaban allanando el camino para que el pueblo lo santificara sin la intervención de la Iglesia. Y no olvidemos que los beatos o santos que designan los pueblos, aun sin la intervención de Roma, suelen acaparar mucha fe.

Dicen que innumerables mujeres llevan en su bolso una billetera y dentro de ella no falta la fotografía del fusilado. Algo que he visto yo. Como asimismo he tenido entre mis manos una bolsa de reducidas dimensiones y en su interior contiene una reliquia: una flor de las muchas que aparecen cada día en el nicho de quien sigue más vivo que nunca en el recuerdo de los habitantes de una Ceuta a quienes sus padres han ido entregándoles el testigo del afecto y la esperanza que el médico despierta.

Hace pocos días se ha descubierto una estatua de Sánchez-Prado y se ha colocado frente al edificio del Ayuntamiento, sin que esté apoyada en un pedestal de centímetros apropiados con los que pueda ganar en esbeltez. Sé de buena tinta que los artistas, que han conseguido una gran obra, han querido que al ex alcalde se le viera como un transeúnte más. Pero el hombre propone y... La verdad es que, según los técnicos, ni el sitio ni la colocación son los idóneos. Y parece ser que, en cuanto la estatua regrese de Algeciras, adonde deberá ir para ser reparada, es posible que se le busque acomodo en esa especie de costanilla, aunque con escaleras, por la que se accede a la calle Jaudenes.

Lugar adecuado para que alguien que suscita tanta devoción y despierta tan enorme interés, pueda seguir inmortalizado y, por qué no, preparado para recibir todas las muestras fervorosas de cuantos lo han distinguido como santo y no escatiman ni flores ni rezos ni peticiones. Es curioso, en una ciudad donde, por circunstancias, las ideas conservadoras consiguieron más arraigo y las tradiciones religiosas permanecen casi intactas, surge el pueblo llano y señala a Sánchez-Prado como el símbolo de una época. Pero no conforme con ello, sus gentes lo ven como guía y acuden a su nicho para demostrarle que no está solo. Que es parte muy principal de esta tierra. Y a partir de ahí, ante un fenómeno tal, conviene que la estatua sea situada en el sitio apropiado. Y, desde luego, cuidada con verdadero esmero.

Nota: en la columna de ayer apareció “El Alatriste”, como titular, en vez de Alatriste. Perdonen el error.
 

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