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OPINIÓN - JUEVES, 7 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

El Alatriste
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Todas las críticas que he leído de Alatriste, película que está proyectándose en todos los cines, coinciden en destacarla en lo técnico y en lo artístico. De las fotografías hablan y no acaban. Resaltan los vestuarios, el decorado, el maquillaje. Dicen que es sobresaliente la ambientación y que las interpretaciones son excelentes. Pero... En este caso se trata de un desacuerdo con el director; Díaz Yanes, a quien consideran un individualista porque su guión ha querido abarcar demasiadas novelas de Arturo Pérez Reverte y no consigue construir ni una trama sólida. Que el director se haya extendido en el texto en el cual detalla de manera pormenorizada el argumento de la extraordinaria obra de Pérez Reverte, me parece pecado menor. Sobre todo si nos percatamos de que está manejando datos del siglo XVII.

Una época tan miserable en lo político como extraordinaria en el mundo de las letras. Cien años dramáticos de una España con reyes incapaces, entregados por completo al halago y consejos de los validos, y donde las grandes catástrofes naturales, algunas de extraordinaria gravedad (Peste de1599, hambre de 1605), aumentaban la mortandad hasta extremos insospechados. Con Felipe III y Felipe IV, hijo y nieto de Felipe II, el duque de Lerma y el Conde Duque de Olivares hicieron encaje de bolillos. Hasta el punto de que España era un desastre en todos los aspectos: había hambre a granel, la miseria pululaba a su antojo, la corrupción no tenía límites y los problemas internacionales estaban desatendidos. Mas el pueblo, aunque escandalizado, se lo tomaba a broma y admitía con frivolidad tales desmanes de los gobernantes.

Los pueblos celebraban fiestas interminables donde la gente descubría reliquias insignes, se inventaba mártires, y nombraban nuevos patronos para compararlos con los de otros pueblos y por si venían peor dadas, someterse a su protección. Las jácaras de Lope de Vega y Quevedo, al finalizar las funciones de teatro, cantadas por mujeres muy dispuestas al espectáculo, servían de dormidera. Los embozados, espadachines venido de Flandes, sin una moneda en la bolsa, alquilaban la espada y daban matarile a cualquiera.

Felipe IV, mientras tanto, aunque menos inepto que su padre, bebía, cazaba, comía, jugaba a las cartas y follaba a discreción. Luego, como era de una simplicidad religiosa que daba miedo, se sometía a los consejos de sor María de Ágreda, su confidente, y la penitencia era endurecer la vida de las monjas de clausura y maltratar a todas las putas del reino. Eso sí, cada mañana al levantarse recibía la visita del conde-duque que se iba derecho al orinal regio y lo besaba con deleite.

Por consiguiente, si uno se ha leído el Siglo XVII, desde distintos enfoques, y también se ha empapado del diálogo mantenido entre Diego Alatriste y Gualterio Malatesta, en la taberna del Turco, lleva ya bagaje suficiente para quedarse embobado con la película, aunque la trama no esté conseguida. No me resisto, pues, a escribir aquí algunas de las preguntas y respuestas que existen en la larga conversación mantenida por los dos espadachines que dicen ser adversarios, y, aunque se admiran, han decidido que uno de los dos ha de morir a mano del otro.

Malatesta: “¿Alguna vez habéis pensado en lo mucho que nos parecemos?”. Alatriste: “Hay diferencias. Yo sólo soy un hijo de puta. Vos sois un hijo de la gran puta. M: Además reconozco que tenéis... ¿cómo se dice en España?... Dos cojones...”. A: “Lo mismo digo de vos. En tiempos como éstos, cuando se compra y vende todo, desde las banderas hasta la vida eterna, el valor es lo único que no puede comprarse. Es lo único que le queda a gente como nosotros”. Iré a ver la película cuanto antes. Aunque falle la trama.
 

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