Todas las críticas que he leído de
Alatriste, película que está proyectándose en todos los
cines, coinciden en destacarla en lo técnico y en lo
artístico. De las fotografías hablan y no acaban. Resaltan
los vestuarios, el decorado, el maquillaje. Dicen que es
sobresaliente la ambientación y que las interpretaciones son
excelentes. Pero... En este caso se trata de un desacuerdo
con el director; Díaz Yanes, a quien consideran un
individualista porque su guión ha querido abarcar demasiadas
novelas de Arturo Pérez Reverte y no consigue
construir ni una trama sólida. Que el director se haya
extendido en el texto en el cual detalla de manera
pormenorizada el argumento de la extraordinaria obra de
Pérez Reverte, me parece pecado menor. Sobre todo si nos
percatamos de que está manejando datos del siglo XVII.
Una época tan miserable en lo político como extraordinaria
en el mundo de las letras. Cien años dramáticos de una
España con reyes incapaces, entregados por completo al
halago y consejos de los validos, y donde las grandes
catástrofes naturales, algunas de extraordinaria gravedad
(Peste de1599, hambre de 1605), aumentaban la mortandad
hasta extremos insospechados. Con Felipe III y
Felipe IV, hijo y nieto de Felipe II, el duque de
Lerma y el Conde Duque de Olivares hicieron
encaje de bolillos. Hasta el punto de que España era un
desastre en todos los aspectos: había hambre a granel, la
miseria pululaba a su antojo, la corrupción no tenía límites
y los problemas internacionales estaban desatendidos. Mas el
pueblo, aunque escandalizado, se lo tomaba a broma y admitía
con frivolidad tales desmanes de los gobernantes.
Los pueblos celebraban fiestas interminables donde la gente
descubría reliquias insignes, se inventaba mártires, y
nombraban nuevos patronos para compararlos con los de otros
pueblos y por si venían peor dadas, someterse a su
protección. Las jácaras de Lope de Vega y Quevedo,
al finalizar las funciones de teatro, cantadas por mujeres
muy dispuestas al espectáculo, servían de dormidera. Los
embozados, espadachines venido de Flandes, sin una moneda en
la bolsa, alquilaban la espada y daban matarile a
cualquiera.
Felipe IV, mientras tanto, aunque menos inepto que su padre,
bebía, cazaba, comía, jugaba a las cartas y follaba a
discreción. Luego, como era de una simplicidad religiosa que
daba miedo, se sometía a los consejos de sor María de
Ágreda, su confidente, y la penitencia era endurecer la
vida de las monjas de clausura y maltratar a todas las putas
del reino. Eso sí, cada mañana al levantarse recibía la
visita del conde-duque que se iba derecho al orinal regio y
lo besaba con deleite.
Por consiguiente, si uno se ha leído el Siglo XVII, desde
distintos enfoques, y también se ha empapado del diálogo
mantenido entre Diego Alatriste y Gualterio
Malatesta, en la taberna del Turco, lleva ya bagaje
suficiente para quedarse embobado con la película, aunque la
trama no esté conseguida. No me resisto, pues, a escribir
aquí algunas de las preguntas y respuestas que existen en la
larga conversación mantenida por los dos espadachines que
dicen ser adversarios, y, aunque se admiran, han decidido
que uno de los dos ha de morir a mano del otro.
Malatesta: “¿Alguna vez habéis pensado en lo mucho que nos
parecemos?”. Alatriste: “Hay diferencias. Yo sólo soy un
hijo de puta. Vos sois un hijo de la gran puta. M: Además
reconozco que tenéis... ¿cómo se dice en España?... Dos
cojones...”. A: “Lo mismo digo de vos. En tiempos como
éstos, cuando se compra y vende todo, desde las banderas
hasta la vida eterna, el valor es lo único que no puede
comprarse. Es lo único que le queda a gente como nosotros”.
Iré a ver la película cuanto antes. Aunque falle la trama.
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