Existen palabras y términos, que,
a fuerza de repetirse, se abaratan y pierden su auténtico
significado hasta convertirse en una especie de ñoñas
coletillas, políticamente correctas, pero vacías de
contenido, amen de empalagosas.
Particularmente me pasa con el uso y abuso de la palabra
“tolerancia” que, para estar bien pronunciada ha de
acompañarse de una serie de gestos irrenunciables y con la
adecuada entonación lacrimosa, tipo doblaje de las películas
de los años cuarenta. ¿Qué cual es la gestualidad que ha de
acompañar a la invocación del término? Pues a saber, una
expresión entre bondadosa y contrita, intentando que, el
rostro, refleje la emoción que embarga el espíritu de quien
la invoca. Porque, quien pregona y “se siente” tolerante, se
tiene por persona extraordinariamente bondadosa y
sacrificada.
¡Memeces!. El montaje, desde un principio está mal enfocado
y la semántica desastrosamente utilizada. Pongo ejemplos
¿Qué se puede pensar de un esposo que diga que “tolera” a su
mujer? Pues ese “tolerar” no tiene más vuelta de hoja
interpretativa que significar que la “soporta” y la
“aguanta” y para la cónyuge sería extraordinariamente
insultante. ¿Cómo se interpreta que un jefe diga que
“tolera” a su empleado? Pues poco menos que le “soporta”
haciéndole un favor. Utilizada así la acepción resulta
claramente ofensiva. De hecho, yo rechazo con indignación
que me “toleren” porque detesto el buenismo profesional y no
soporto la sublimación hipocritona de las virtudes
lacrimosas como son la compasión y la caridad.
Antes que “tolerancia”, “compasión y caridad” prefiero
justicia y respeto. Que me respeten si. Que me “toleren” no.
Que sean justos y equitativos con mi persona si. Que sean
“compasivos” o “caritativos” no. El que usa y abusa de la
“tolerancia” va en plan salvador compulsivo y yo no quiero
que nadie nos salve ni a mi ni a los míos. Nosotros queremos
ser tratados con justicia, con respeto y si hacemos méritos
para ello, ser aceptados o incluso queridos.
A servidora ustedes la pueden querer, algo por lo que les
estaré muy agradecida, pero si dicen que me “toleran” es que
me soportan malamente, con una especie de calzador, casi a
la fuerza y porque no tienen más remedio y si es así,
prefiero largarme adonde me acepten, me valoren y me
aprecien. Todos tenemos nuestra dignidad implícita al ser
humano y merecemos mucho más que ser meramente “tolerados”.
¿Ven como las palabrejas de moda se abaratan y acaban siendo
top manta? Burdas expresiones de sentimientos mal definidos
y calificados. Cuando dicen que Ceuta es un ejemplo de
“tolerancia” flaco favor el hacen a la ciudad, porque
significa que, la ciudadanía “se tolera”. No se quiere, ni
se aprecia,ni se respeta por principios, ni son colegas o
amigos, conviven “tolerando” es decir, soportando. Y
servidora, la maestra liendre, que de ná sabe y de tó
entiende, ni quiere soportar ni que la soporten. Es más,
rechazo con auténtica irritación ser “tolerada” me resulta
humillante, como si me estuvieran haciendo un raro y valioso
favor. ¿No consideran la utilización y el abuso del término
como algo condescendiente y altivo? Eso pasa siempre. Porque
nuestros Poderosos están malamente asesorados por los
tiralevitas, que no aconsejados por los más sagaces
críticos. Los palmeros que se desollan las manos y se parten
el culo en alabanzas son bien “tolerados”, a los críticos no
se les puede soportar, por mucho que también esté de moda
invocar la “crítica positiva” que consiste en dar la razón y
rechazar la “crítica negativa” que consiste en exponer con
objetividad defectos y aristas que hay que limar.
¿Qué si yo me definiría como intolerante? Pues ni más ni
menos como ustedes. No toleramos abusos,ni que se aprovechen
de nosotros,ni aguantar y soportar por imposición, ni
cacicadas, ni que nos victimicen, ni que nos chupen la
sangre y nos parasiten. Porque es insoportable e
inaguantable y no hay quien lo encaje sin efectos
secundarios, como la infelicidad y la irritación.
Personalmente presumo de no haberme confesado “tolerante”
jamás, porque nadie soy para ir presumiendo, en plan
superior, de “soportar” desde mis alturas. Yo prefiero
intentar ser justa, respetar lo que merece respeto, aceptar
lo que merece aceptación y nunca jamás desde una especie de
moral del sacrificio en plan ¡Que buenos somos porque les
“toleramos”!. Porque quien vive aguantando y tragando,
sacrificándose y porcuelado, no es un santo, sino un
jilipollas masoquista, con la autoestima al nivel de las
boñigas y más tonto que bailar la música del telediario.
Hay que variar la terminología y la moral de ser
profesionales de la buena conciencia y del sacrificio más
abnegado. Porque esto no parece una sociedad sino un
martirologio, amén de un campeonato para obtener el record
Guiness del mutuo aguante. Y quien mucho soporta y aguanta
acaba por reventar, porque hace mucho que se superaron
arcaicos conceptos como lo de que, el mundo, es un valle de
lágrimas, que hemos nacido para cargar con una cruz y que
nacemos para sufrir y morir. La moral sufridora para quien
tenga auténtica vocación de martirio y presente alguna
anomalía psiquiátrica digna de ser tratada por
profesionales. Nosotros, la gente normal, los pepitos, los
curritos y las marujas, hemos nacido para ser felices, o al
menos intentarlo, pero no para vivir amargados por
imposiciones supuestamente éticas y que son un puro invento
de marketing político. Nosotros no queremos que, nuestras
vidas, las marquen los slongans acuñados en esos despachos
enmoquetados cuyos moradores pueden permitirse “tolerar”
desde los años luz de sus privilegios.
¿Se figuran que el Zetapé apareciera en un mitin diciendo
que “tolera” a los españoles? ¡Nos lo comíamos! En plan
¿Pero que se ha creído este mindundi? ¿Pero quien se cree
que es?. Cuidadito, cuidadito con el lenguaje y con el uso y
abuso de palabras cursis, porque pueden ofender y hacer
sentir que “todo” el pueblo vive merced a un inmenso
ejercicio de sacrificio y tanto fue el cántaro a la fuente
que, al fin, se rompe. ¿La vacuna contra el mal empleo de
los términos? Pues la reflexión objetiva y la utilización
racional del lenguaje, para que no se convierta en un
lenguaje de pancarta, pasquín o cartel, encargado a unos
publicitas y diseñado para “quedar bien” o dar “ buena
imagen” y el personal no se queme y recele. Porque, el
buenismo empalaga y repele a las mentes normales y
prácticas, es una inmensa tomadura de pelo para quienes
somos ciudadanos de a pie y estamos en primera línea. Los
despachazos y los coches oficiales con escoltas no son
primera línea, sino la dorada retaguardia. Hacer realista el
lenguaje, cambiar cursilerías por sustantivos que conlleven
absoluto respeto a las sensibilidades: justicia, respeto,
afecto, aceptación. Inmenso error quien asume
intelectualmente que “los buenos” “toleran” desde su
infinita superioridad a “los otros”. ¿Existe en el lenguaje
mayor crueldad y mayor exclusión?.
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