Carlos Orúe es un
entrenador que ha obtenido éxitos incuestionables en la
Segunda División B. La temporada pasada, sin ir más lejos,
consiguió sacar a la Asociación Deportiva Ceuta de la sima
en que estaba metida, debido a los errores de un Calderé
cuya obsesión por denigrar a la familia Muñoz le
impedía centrarse en su trabajo. Grave error. Que pudo
costarle un serio disgusto al primer equipo de la tierra.
De manera que en este periódico, quien suscribe, no dudó en
destacar la extraordinaria labor del técnico jerezano. Y lo
hice, claro está, porque en más de una ocasión me tocó
realizar tarea tan ingrata, y siempre con final feliz, pero
que me dejaba extenuado por la responsabilidad de saber que
era muy tenue la línea que separaba el éxito del fracaso. Ya
que al menor descuido, dos actuaciones malas, por ejemplo,
podían convertirme en enterrador más que en salvador. Y
descender a un equipo es una pesada losa que ningún
entrenador quiere soportar.
El buen hacer de Orúe necesitaba que la nueva directiva
quisiera renovarlo. Algo que hizo ésta con celeridad. Y,
además, los directivos le ofrecieron la oportunidad de
elegir siete u ocho jugadores conocidos por él. Es decir, de
su absoluta confianza. A fin de que con los nuevos fichajes
y con los que ya había en la plantilla, el entrenador
pudiera cuanto antes darle vida a un sistema de juego
adecuado a las condiciones de los futbolistas.
Una decisión acertada a todas luces. Aunque conviene aclarar
lo siguiente: el técnico, tal y como se ha hecho toda la
vida, en casos así, presentaba un trío de jugadores y la
directiva se decidía por quien entraba dentro de sus
posibilidades económicas. Nada que alegar. Si es verdad que
ha sido la fórmula empleada a la hora de contratar.
Pero iré al grano: un equipo entrenado por Orúe despierta
siempre ilusión entre los aficionados. Máxime cuando se
conoce que él ha fichado a media plantilla. Por lo tanto, y
aunque en Baza la ADC perdió una gran oportunidad de ganarle
a nueve jugadores, durante gran parte del segundo tiempo,
las gentes fueron el domingo al Murube convencidas de que
iban a ver un conjunto equilibrado en sus líneas y con los
futbolistas bien distribuidos en el césped. Eso sí, con los
lógicos chirridos de una máquina que está empezando a
carburar y que deberá ajustar sus piezas. Que si quieres
arroz, Catalina.
La ADC carece de esa distribución racional, de momento, que
hace posible que las líneas se entrelacen, que las
anticipaciones se produzcan, que las entradas no sean
aparatosas más que efectivas, y que el balón salga jugado
con naturalidad y sentido desde atrás. Para ello, sin duda,
es necesario que existan los llamados rincones de seguridad.
Y, desde luego, lo primero es que haya jugadores zurdos y
derechos en una proporción mayor de la que existe
actualmente. También he notado que escasea la altura en la
plantilla y que en la parcela vital del medio terreno, S.
Narváez debe ser muy bueno técnicamente para compensar
su escaso trabajo y la endeblez a la hora de cortar balones
aéreos. Pues no es lógico que todos los saques de los
porteros o despejes de los defensores rivales, lleguen
directamente a la cabeza de Sandro. Por razones
obvias.
A pesar de todo, y dado que en el banquillo se cuenta con un
entrenador experimentado y ganador, tengo la certeza de que
más pronto que tarde el equipo estará en condiciones de
competir por la fase de ascenso. De cualquier manera, si
acaso pintan bastos en los primeros partidos, es necesario
que se mantenga la calma y que nadie, por mentideros y
corrillos, vaya contando su historia para sacudirse las
pulgas. Suerte, pues, y que yo la vea desde la sala de estar
de mi casa. Gracias a la televisión local.
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