Me levanto cada mañana pensando
que la vida en Ceuta es un milagro. Y cuando se me pregunta
al respecto, suelo decir siempre que esta ciudad goza de la
protección de todos los dioses.
De no ser así, resultaría imposible, al menos para mí, que
cuatro culturas distintas vivan en tan corto espacio y la
convivencia entre sus componentes, algo tan complicado, se
mantenga en un estado que bien podría catalogarse de muy
bueno.
Y es así, porque, por encima de todo, prima la tolerancia.
Ya sé que practicarla exige una dosis grande de buena
voluntad. De lo contrario, seguro que soportarse no sería
posible entre ciudadanos de distintas religiones y
costumbres.
La tolerancia en Ceuta, insisto, no tiene precedentes. Claro
que hay rifirrafes y a veces parece que las aguas de la ira
se van a desbordar y todos quedaremos a merced de la
corriente. Y puede que hasta alguien me quiera recordar que
ya en la Andalucía árabe se conllevaban tres religiones.
Pues no: ya que aquello terminó como el rosario de la
aurora. Fue un desastre. Y si no lean España Tres Milenios
de Historia, escrito por Antonio Domínguez Ortiz, un
sabio andaluz. Libro que recomendé en su día a una gran
librera de Ceuta. A fin de que alguien tuviera la suerte de
poseerlo como la había tenido yo. Y me hizo caso, aunque
creo que sólo recibió dos o tres ejemplares.
Por lo tanto, no me ha extrañado que el presidente de la
ciudad, en su discurso correspondiente al Día de la
Autonomía, haya hecho hincapié en que la convivencia, vivir
con otros, ha de estar regida por la tolerancia. Es decir,
la que nos permite no saltar como un energúmeno en cuanto
nos fastidia el comportamiento o las tradiciones de los
distintos. Y, por qué no decirlo, las opiniones y actitudes
de los propios. Por descabelladas que éstas sean.
No han sido estas, ni por asomo, las palabras de Juan Vivas;
pero yo me he tomado la libertad de desarrollar lo que él
dijo textualmente: “Convivencia y tolerancia son los pilares
básicos de la ciudad”.
Pues bien, presidente, permítame decirle que está usted en
lo cierto. Que esta ciudad, y gracias a esos cimientos,
basados en aguantar lo que nos desagrada de los otros y a
éstos de nosotros y así sucesivamente, hacen que Ceuta sea
un ejemplo constante de superación y, sobre todo, de ciudad
hospitalaria. Y aún más: produce en quienes la visitan el
sentir de que están ante un hecho que no ocurre en ninguna
otra parte del mundo. Redoblo el tambor: un milagro. Una
situación privilegiada que habrá de cuidarse como oro en
paño.
Por lo demás, presidente, aprovecho para decirle que vi los
actos del día de la Ciudad, por la televisión, como no podía
ser de otra manera, y que me sigue impresionando el Patio de
Armas. Es un marco esplendoroso, que en una noche de verano
menguante, se llenó de lágrimas. De esas lágrimas que a
ciertas edades son verdades como puños.
Ay, yo que llevo en la ciudad más de 24 años no entendía por
qué razón nunca he pasado de decirle adiós a José Solera
Barco. Y por qué no me había preocupado de conocer su
historial, para solicitarle una entrevista. De todo ello me
acordaba cuando don José leía emocionado la cumplida
respuesta a su galardón. Cuando llegaron las inevitables y
necesarias lágrimas, de quien me parece que no ha cesado de
llorar por Carmen, su mujer, me acordé de ella.
Carmen, por si no lo sabía el señor Solera, era lectora de
mi columna y en cuanto me veía, con ese sigiloso estar y esa
finura tan suya, me alegraba la vida con sus ponderados
comentarios. Sé que llego tarde; pero me someto a la
voluntad de un hombre que ha dejado una honda huella en el
Patio de Armas de las Murallas Reales.
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