Un siglo en el que España pierde su dignidad. En este
escenario transcurre la historia de un hombre, llamado Diego
Alatriste, que no es -como nos han hecho creer- el antihéroe
de capa y espada. Vive su tiempo y las cicatrices de su
entorno miserable apagan su espíritu. El magnetismo de un
Viggo Mortensen, cuyo acento aporta firmeza a sus palabras a
la vez que delicadez, eclipsa de alguna forma a las
actuaciones estelares del elenco de actores españoles.
La intriga de la Corte de Felipe IV en la España de las
batallas del siglo XVII que ennegrecen la vida cotidiana de
las clases bajas se escenifica a la perfección. Un Javier
Cámara que matiza perfectamente las fases del Conde Duque de
Olivares y Juan Echanove en la piel de Francisco Quevedo son
los personajes que retratan un pasado glorioso en tiempos
deneznables.
La fotografía de la película es, sin duda, un premio para la
vista. La iluminación y la puesta en escena conforman el
cuadro de costumbres de cualquier pintor de la época. El
guiño a Velázquez es evidente, pero no sólo porque se le
mencione en varias ocasiones sino porque su obra forma parte
inseparable de la película en la guerra y en la paz. De
hecho, una de las grandes virtudes de esta película es que
tiene un contenido realmente didáctico a la par que estético
en cuanto al acontecimiento histórico. No lo estanto, la
visión misógena de Reverte, que empapa el papel de la mujer.
Las protagonistas son corrompidas por la necesidad y el
ansia de poder, y por su puesto, traen la desgracia más
absoluta. La mirada cansada de un Alatriste que se da cuenta
con los años que todo en lo que creía se desvanece, el amor
de su vida lo traiciona y el arrepentimiento llega tarde. La
batalla es lo único que le queda en un país que languidece
en silencio. El mensaje que transmite la película es
desesperanzador pero el orgullo y el respeto a las reglas
del honor dignifican en cierta forma a un protagonista que
no pretende tocar la gloria. Esta superproducción no
desmerece el trabajo de los profesionales españoles. Al
contrario, manifiesta que el género histórico en España
funcionó en los sesenta y funciona en el siglo XX por varias
razones: nuestro pasado es trágico y abundante, lleno de
matices y culturas diferentes y, por su puesto, nuestros
actores, directores y realizadores tienen talento suficiente
para llevarlo a la gran pantalla.
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