Me gusta que cabalguen los
soñadores como un manantial naciente. Precisamos de su valor
para enfrentarse a una emergencia planetaria. Además pienso
que soñar es un movimiento de agua que viene muy bien para
refrescar las sequedades que rajan las carnes de la tierra.
Por ello, siento cuando menos expectación, sobre la acción
del Ministerio de Medio Ambiente y de la Fundación Nueva
Cultura del Agua (FNCA) al presentar las directrices de lo
que será el V Congreso Ibérico de Gestión y Planificación
del Agua. Se celebrará en la localidad de Faro (Portugal)
este próximo invierno. Me parece que estas reuniones son tan
necesarias como urgentes. Que fructifique, madure,
desarrolle, progrese, coseche, y de sus frutos de imitación,
el análisis de los planes de las cuencas hidrográficas
ibéricas y, de un modo especial, el Convenio de Albufeira,
que regula el uso compartido de los principales ríos
hispano-lusos, es un buena horma frente a tanto
comportamiento suicida.
Las gentes de alma, o sea de verso, saben bien que el
surtidor del agua es el corazón de la vida, el alba de las
cosas. Sin un chorro de fuente que llevarse a los labios,
todo se marchita. Sus manos purificadoras, néctar de nardo
puro, llevan a los altares las rosas. Hasta las charcas
llevan consigo el amor de los cielos, imprescindibles pozas
y aguadas para la supervivencia y, así, no morir
desesperadamente chupados. Por desgracia, los días amanecen
entre los puñales destructores de un consumo irresponsable
de usar y tirar, y más bien poca reutilización y reciclaje.
Es necesario, en consecuencia, prestar más atención a estos
problemas que hacen irrespirable el ambiente y no quedarse
sólo en el eco de la noticia, con los brazos en jarra,
viendo pasar los eslabones del aire herido, como si no fuera
con nosotros la cadena doliente.
Las burbujas de los manantiales ya no tienen fuerza para
limpiar los fuegos de las manos destructoras del hombre.
Ahora se pide un uso racional y solidario del agua, se exige
la colaboración y cooperación de todos. Pero yo me pregunto:
¿Nos hemos tomado en serio lo de la nueva cultura del agua?
De igual modo que se pide el auxilio ciudadano, promoviendo
políticas de sensibilización y educación en materia de
aguas, intentando fomentar valores en este sentido, creo que
es necesario también predicar con el ejemplo.
Quizás las instituciones tengan que revisar sus planes de
gestión de aguas y reciclajes. A veces se palpa un cierto
desgobierno que para nada contribuye a la concienciación de
que la crisis del agua es tan real como la vida misma y que
pasa por la alianza y el compromiso firme. Asimismo,
entiendo, que los organismos internacionales han de
consensuar posturas, dictar recomendaciones, implicarse en
que las normas se cumplan. Llevarlas a término. Que no se
quede sólo en palabras lo que es ley de vida, como puede
ser: recuperar ecosistemas hídricos, caudales contaminados,
explotaciones descontrolas que generan impactos
irreversibles… ¡Cuántas veces la ira torció la mirada del
justo Quijote!
La cuestión del agua, pues, aparece como un elemento central
de la presente situación de emergencia planetaria y la
solución al problema no es nada fácil, va más allá de la
mera educación ciudadana, pasa por ajustar los sistemas de
producción y modelos de vida impuestos, a las exigencias
ecológicas. Quiero pensar que, el Congreso Ibérico de
Gestión y Planificación del Agua, nos va a llamar al orden,
esclareciendo los motivos que causan el descenso de los
recursos hídricos. Considero que merece la pena detenerse en
nuestro comportamiento, ver lo que hacemos cada uno de
nosotros, por mejorar una fuente tan vital como es el agua,
para poder vivir. Hay que parar, cueste lo que cueste, la
contaminación y degradación de los ecosistemas,
solidarizarse y comprometerse con la situación. Las
administraciones tienen que actuar sin miramientos, sino
queremos que los recursos hidrológicos se cansen de nuestro
despilfarro y juegos sucios. Y –moraleja- nos vallamos todos
por la evaporación de la eme.
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