Juan Vivas fue durante
muchos años el funcionario estrella de la Administración
Local. Cuando le preguntabas a un político siempre te
hablaba de él como de alguien a quien convenía consultar
antes de tomar cualquier decisión. Era un poder en la sombra
municipal, que absorbía todo lo que le contaban y, desde
luego, cuanto veía.
Pronto se percató Vivas de lo importante que era haberse
ganado la confianza de los políticos, de cualesquiera
siglas, y también del peligro que tenía no calcular bien las
relaciones con ellos. Cualquier error podía costarle muy
caro. Y a fe que usó sus armas, las que mejor domina, y se
convirtió, sin prisas pero sin pausas, en un auténtico
personaje.
Del pasado de Vivas, y de los errores que haya podido
cometer en el transcurso de su tarea como funcionario,
apenas si existen motivos para buscarle las cosquillas. Con
lo cual se puede decir que, salvo lances negativos de poca
monta, salió inmaculado de esa prueba. Porque supo manejar
muy bien un elemento perceptible y no medible, en la
naturaleza de alguien, que hace que sea lo que es y como es.
Me estoy refiriendo a la cualidad.
De las cualidades de Juan Vivas se han destacado varias: la
inteligencia, el entusiasmo que pone en todo lo que hace y,
sobre todo, el atractivo personal. De manera que la gente de
su pueblo lo consagró en su momento como la persona idónea
para que dirigiera los destinos de esta tierra.
Eso sí, me gustaría que algún sociólogo analizara las causas
y nos explicara donde radica el encanto de este hombre, en
el que los ciudadanos siguen confiando mayoritariamente, a
pesar del desgaste que causa manejar todos los resortes del
poder de la Ciudad, durante varios años.
Lo que no le perdonaría al especialista en temas sobre
comportamientos humanos, es que nos dijera que el secreto de
Vivas es su humildad. Pues sólo con esa cualidad, siempre
difícil de saber si es verdadera o ficticia, resulta
imposible obtener el beneplácito casi general y el que los
votantes acudan a las urnas dispuestos a convertir su
nombre, el de Vivas, claro está, en una mayoría absoluta.
Debe haber algo más.
Por lo tanto, me extra muchísimo que Juan Luis Aróstegui,
persona inteligente y sobrada de recursos políticos, no haya
caído en la cuenta de que denigrar a Juan Vivas todos los
jueves, desde su espacio en El Faro, es perder el
tiempo. Porque lo que no puede ser, no puede ser, y... Sin
embargo, en El Dardo de los Jueves es posible
percibir que su autor ve al presidente de la Ciudad como un
advenedizo. Alguien que ocupa un sitio que no le
corresponde. Y es ahí donde uno columbra la envidia que le
corroe a un hombre que viste con ropajes de humildad cuando
en el fondo le puede la soberbia y el derecho a padecer de
bovarismo: Estado de insatisfacción debido al desajuste
entre la alta concepción de sí que tiene Aróstegui y sus
condiciones reales.
Y, por ello, me imagino que habrá momentos en los cuales se
pregunte el fundador del Partido Socialista del Pueblo de
Ceuta: ¿Por qué a Vivas se le entregan los ciudadanos y yo
sólo logro hacerme notar entre un número amplio de
funcionarios agradecidos? ¿Qué tiene este fulano que no
tenga yo? Y metido en ese dédalo de preguntas martirizantes,
unas veces escribe hache y otras be. La última ha dicho,
entre otras cosas, que Vivas consiguió la presidencia por la
tutela de Luis Vicente Moro y porque éste dirigió una
moción de censura contra el GIL, en la que participaron
varios diputados de este partido. Menos mal. Es, quizá, lo
mejor que ha hecho Moro por Ceuta. De no haber sido así,
ahora habría en Los Rosales, esperando carnaza, una ristra
de periodistas. O sea, lo mismo que en Alhaurín de la Torre.
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