La guitarra, que siempre fue
española cien por cien, y sus cuerdas andaluzas desde que
Manuel Machado puso la voz de los cantares en algo que
acaricia y algo que desgarra, resulta que ahora en Estados
Unidos es también el instrumento que, como divertimento, más
se vende. Reconozco que se me llena el corazón de alegría
pensando en estas pujanzas musicales, portadoras de un
lenguaje de libertad. Poblar el ambiente con estos sones,
tiene su punto de ocio y, asimismo, su pausa educacional.
Además de servirnos como catarsis, de igual forma nos vale
para ayudarnos a sobrellevar mejor las tormentosas
emergencias terroríficas que padecemos. El que la atmósfera
se parezca más cada día a una desapacible cámara de gas
incendiaria, antes que a un campo apacible de músicas
poéticas, nos hace pensar en esa guitarra que nos alarga el
verso y nos achica el dolor. Creo que nos hacen falta estos
acordes instrumentales como purificación interior, aunque
sólo sea para desinfectarnos por dentro de las muchas
adicciones que nos salen al encuentro.
No hay como dejarse acompañar por el llanto de la guitarra
lorquiana, a la que es imposible callarla, para purgarse. Lo
recomiendo. Estas cuerdas de Federico son mágicas, tienen
duende y conversan en todos los idiomas, hacen llorar a los
sueños y reír a las piedras, envolverse de cantes y evadirse
de alucinógenos. Es una manera sana de incubar el vuelo de
la belleza y de acabar con la creciente moda de consumir
drogas herbales. Al parecer este comercio es el gran negocio
del siglo, a juzgar por el número de tiendas que nos abren
sus ventanas a poco que naveguemos por el espacio virtual.
Me cuentan que los pedidos por correo electrónico, para este
tipo de sustancias prohibidas, se han disparado. Pienso yo,
en consecuencia, que mejor sería pedir una guitarra con
alma, entre clásica y flamenca, en vez de este tipo de
explosivos milagreros para el cuerpo, al fin grisúes para la
vida.
La música de guitarra tiene una presencia prominente entre
los estadounidenses. La razón es bien clara. En todos los
segmentos demográficos, la guitarra se asocia –según
informes que tienen- con diversión, creatividad, inspiración
y otros atributos positivos. Estoy de acuerdo con este
catálogo de beneplácitos. En un tiempo en el que parece que
cuenta sólo el ansia de producir y enriquecerse, veo muy
reconfortable llevar alegría y diversión a la vida que nos
ha tocado vivir, siempre para bien, porque el mal es un
invento humano. Revivir recuerdos y esparcimientos a través
de los brazos de una bandurria, me parece lo mejor de lo
mejor, una acertada manera de reunirse y de unirse.
Ya se ha dicho. Por los hondos caminos de una guitarra la
pena se olvida y la tristeza se ahuyenta. Los jilgueros del
aire vibran emociones que serenan y los campos se vuelven
balcones de fiesta, donde nadie puede permanecer
indiferente. Nos hace falta tomar esta respiración sana, el
pulso armónico que una guitarra siembra a través del viento
y del vientre del verso, disfrutar realmente del gozo, para
no caer en las redes de un divertimento aparente, en la
huida de lo real hacia lo ilusorio, hacia una felicidad
falsa que nos han querido meter por los ojos, mediante un
aluvión de endemoniadas pastillas de los mil y un sabores
fantasiosos. Se olvidan que la guitarra es la más nívea
fantasía. Que se lo digan a los corazones.
Pues, entonces, vengan guitarras al mundo. Y que cada cual
nos interprete un concierto para que el niño dormido se
despierte. Lo prefiero antes que los anuncios de postizo
júbilo, o esa ficticia campaña que nos llama a una vida
desenfrenada y de consumo. En realidad todo esto es un
instrumento de muerte y yo busco un instrumento de cuerda
que nos de savia, lo que hoy se dice ganar calidad de vida,
para disfrutar saludablemente del libro abierto de la
naturaleza. Detesto la anticultura que ignora el rasgueo de
un instrumento que nos da fuerza. Ahí va la tarjeta roja,
ganada a pulso, por habernos puesto en el terreno de la vida
la amargura en la boca, en lugar de una guitarra que nos
dulcifique la existencia. Música tan de verdad –dijo el
poeta, cuando versó a la guitarra- que las estrellas se
callan para poderla escuchar.
Cuando una guitarra suena, hay que pedir silencio y
escuchar. El mundo de las ilusiones se alza como un ciprés
al aire; pero, de igual modo, descienden los sentimientos.
Es como un balón de oxígeno, que tiene en su caja de
resonancia, todos los abecedarios de las verdes ramas.
Representa un tronco común, universal, de expresión armónica
hacia esa belleza que todos buscamos. La guitarra se ha
convertido en un instrumento favorito. Todas las bandas de
jóvenes utilizan hoy este instrumento de cuerda. Me gustaría
que también fuese instrumento preferido en las escuelas.
Considero que puede ser un buen aliado para desarrollar
aspectos imaginativos, de aguzar el oído y una forma
divertida de expresarse, auscultando los sonidos. En todo
caso, el cultivo de la guitarra, lo veo como un excelente
procedimiento para relajar tensión y remediar males. En
verdad, si no fuera por una guitarra, habría que inventarla
e inventarse una manera de poner abecedarios al flamenco, al
jazz, al blues, al POP, o al mismísimo rock.
Yo me reafirmo que en España tenemos las mejores maderas,
los más lúcidos artesanos constructores y también un buen
puñado de ingeniosas manos, instruidas en el arte, que ponen
voz a la guitarra y un estallido de poemas en el ambiente.
Por si alguien tiene dudas de nuestros guitarristas, Manuel
Machado, puso la denominación de origen con este verso:
“Vino, sentimiento, guitarra, poesía/ hacen los cantares de
la patria mía…” En suma, yo que suelo aceptar a pies
juntillas lo que versan los auténticos poetas, admito que se
podrán comerciar más instrumentos en otras partes del mundo,
pero los cantaores de la tapa armónica tienen un calado de
polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga, que les hace
singulares donde el aire ya es verso que canta. Como en
España, ni hablar; lo dice la copla. También para la
guitarra, lo dice servidor.
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