Nada de lo que abrazó el santoral
del tiempo es perecedero. Siempre queda un sedimento. Los
mundos nuevos tienen mucho que ver con lo vivido. Hay fechas
inolvidables, que nos ablandan el corazón. Desde 1948, se
celebra el aniversario de la entrada en vigor de la Carta de
las Naciones Unidas, el 24 de octubre de 1945.
Tradicionalmente, las celebraciones en todo el planetario
incluyen reuniones, deliberaciones y exposiciones sobre los
objetivos y los logros de la Organización. Me parece justo
que así se haga y que, con motivo de la efemérides, se
abracen las naciones para regenerar la subsistencia; porque,
efectivamente, para ganarse el título de ángel protector de
la paz, y aunque la ONU es un excelente guardián, nunca hay
que tirar la toalla, ni desfallecer, en todo aquello que
sirva para mejorar la existencia de las personas, o sea, la
vida misma.
Todavía queda bastante por hacer. La fisura entre ricos y
pobres es cada vez más profunda y gigante. Para muchos, la
vida aún sigue siendo un mal sueño en un mal refugio. Pocos
son los países que están en vías de cumplir para el 2015 los
objetivos de desarrollo del Milenio: Erradicar la pobreza
extrema y el hambre. Lograr la enseñanza primaria universal.
Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la
mujer. Reducir la mortalidad infantil. Mejorar la salud
materna. Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras
enfermedades. Garantizar la sostenibilidad del medio
ambiente. Y fomentar una asociación mundial para el
desarrollo. Considerables personas siguen padeciendo
atrocidades, represión y conflictos brutales. El terrorismo
y la reacción que suscita, así como los desafíos de los
ensayos nucleares, propagan el miedo y la inseguridad. Con
este espanto, sobre el cuerpo, resulta bastante complicado
vivir en paz. En consecuencia, el foro de la universal
tribuna de la ONU, desde el que se enjuician y valoran los
problemas de la humanidad para intentar solventarlos, ha de
ser vínculo de unión; no caben los abrazos protocolarios,
sino los abrazos a la vida.
Hoy cuando tanto se habla del desarrollo, sobre todo de los
bienes materiales en detrimento de la dimensión espiritual,
resulta que tenemos la vida humana vendida a las exigencias
de la producción, de un injusto mercado, que nos vuelve
esclavos del consumo. A propósito, un informe elaborado por
la consultora Accenture, se pone de manifiesto que la
productividad es el motivo central de desvelo entre los
empresarios españoles. Nada le importa la persona con tal
que produzca. Esto, ¿no es fruto de haber subordinado la
vida a una concepción antihumana? En efecto, no se puede
combatir los gérmenes de las contiendas de forma
superficial, debemos ir a las raíces y ver las causas por el
que los seres humanos caminan con el ceño fruncido. Detrás,
casi siempre hay un montón de heridas sin cicatrizar. Por
eso, es fundamental la igualdad de derechos y libertades, lo
que excluye las diversas formas de privilegio y corrupción,
por falta siempre de transparencia en las finanzas, que se
vienen generando descaradamente, tanto en países ricos como
pobres.
Esta es la vida que tenemos, hemos de cuidarla y protegerla.
A todos nos conviene que las Naciones Unidas ganen fortaleza
y efectividad. Tiene un papel vital para la paz. Hoy más que
nunca, no podemos permitirnos el lujo de estar desunidos. Ya
se sabe: la unión hace la fuerza. Es preciso ese impulso,
para que la Organización siente cátedra en el mundo, como
tribunal supremo de la justicia: auténtica curia de
libertad; atmósfera necesaria para vivir mejor todos con
todos. Sus iniciativas siempre han sido, a lo largo de su
historia, un signo de luz y esperanza para todos los
pueblos. Si no es fácil el consenso entre los pueblos dentro
de un mismo país, imagínese lo dificultoso que será hallar
un beneplácito mundial para instaurar la paz donde no exista
y encontrar la cooperación necesaria para resolver tantos
problemas que afligen al mundo dada la tentación que todos
tenemos de buscar más el propio interés que el bien de toda
la familia humana. Por esta razón, aunque el abrazo cueste,
las Naciones Unidas han de perseverar, con el aguante de la
mejor ciencia, la de la paciencia, a que el mundo se abrace
a la Organización. Considero que el enfoque ético es
decisivo para la ONU, porque sin esta posición se pierden de
vista valores como la dignidad y los mismos derechos que
pertenecen a cada ser humano por el hecho de vivir. Ahí está
el choque de intereses económicos y de ideologías rivales
que hoy en día sufren las naciones. No es fácil, pues,
conseguir el abrazo y superar esta competitividad de
zancadillas que a ningún sitio nos conduce. Si en verdad
estuviesen unidas las naciones, o sea abrazadas con el
corazón, jamás se violaría derecho fundamental alguno, ni
discriminación racial, ni tortura, ni represión política, ni
religiosa. Sería saludable para la vida que se instaurase un
abrazo más sincero entre las naciones, un lazo más auténtico
entre las grandes potencias. Ayudarían a la ONU, puesto que
teniendo la convicción serena y firme de que gobernar a la
humanidad es abrazar a la vida, se allanaría el camino del
diálogo. Con la palabra, puesta en sólidas leyes éticas,
siempre se suavizan los conflictos. Por ello, la táctica o
la técnica comprensiva, para ganarse el abrazo del
contrincante, siempre es una buena razón antes que las
armas. Es el estímulo que se me ocurre dirigir a las
Naciones Unidas. Siempre admirables y siempre sufridas. El
dolor humano es mucho.
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