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OPINIÓN - SÁBADO, 28 DE OCTUBRE DE 2006

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Maestros amordazados

Por Andrés Gómez Fernández


Me sentía muy cómodo siendo maestro, aunque nos “ascendieron” a profesores por la ley del 70. Después recobramos nuestro estatus inicial. Pero yo notaba que me faltaba algo. Me seducía complementar, el título de maestro, con el de universitario. Y, después de cuatro años de dedicación lo conseguí, así vi realizado mi sueño. Mi autoestima se disparó. ¡Por fin había conseguido lo que me proponía! ¡Ser universitario! Acababa de cumplir los cincuenta y un años. Se abría para mí nuevos horizontes. Y a ellos me dediqué. Previamente tenía que buscar motivadores cauces de perfección, encontrándolos en los distintos cursos que se programaban en el centro de profesores, donde me convertí en asiduo “cliente” de sus aulas. No viene al caso enumerar las actividades en las que estuve presente.

Otro de mis proyectos fue, voluntariamente, formar parte del equipo directivo de mi centro, con la responsabilidad de Jefe de Estudios, recibiendo mi nombramiento al inicio del curso 1986-87. Cumplí con el período previsto, causando baja por iniciativa propia, en Junio de 1989. No conseguí los objetivos previstos, ya que sólo se tuvo en cuenta por la Comunidad Educativa, que mi función, entre otras, de gran importancia, era ser el “Jefe de la Disciplina”, de forma que todos los pequeños conflictos que se generaban en las aulas tenían que pasar necesariamente por la Jefatura de Estudios.

En repetidas ocasiones solicitamos para nuestro Centro ser incluido dentro del Proyecto de Apoyo Psicopedagógico y Orientación Educativa. Por las especiales características del mismo, por parte del Organismo competente, tenía que haber sido concedido. No fue así, pero por mi parte, y con la aprobación del Claustro, me dediqué a la labor orientadora, presentando especial interés a aquellos alumnos que abandonaban el Centro. Cobraba especial importancia la Orientación Vocacional y Profesional, a la hora de facilitar a alumnos y padres la labor decisoria al concluir el Ciclo Superior.

En ello me encontraba cuando me incorporé a una tertulia radiofónica, donde se plantearía problemas que vivían nuestros centros escolares en aquellos momentos. Me sentí ilusionado de participar sabiendo que mis aportaciones serían muy valiosas. En ellas nos encontrábamos un director de Escuela de EGB, yo como Jefe de Estudios de mi Colegio, un representante de la Asociación de Padres y el moderador. Todo transcurrió con normalidad, quedando para la semana siguiente hacer una nueva reunión.

Por mi parte hice aportaciones en este sentido: la ratio. En aquellos momentos por referencias que yo tenía, confirmadas por el representante de la Dirección de Centro, era alta. En el caso de mi Centro quizás lo fuese más que lo que allí se exponía. Refería, a la manera de anécdota, que concretamente en mi Centro teníamos un grupo de 6º nivel de 60 alumnos. Esto desde la Inspección Técnica se entendió como un “engorde” de matrícula, por lo que se recibió la visita del Inspector de turno, con la misión “ridícula”, de ponerse a contar delante de todos los alumnos, los que en aquel momento se encontraban en el aula. Aquello no sirvió para nada, ya que terminamos el curso con los mismos alumnos.

Otro problema que se planteó fue el de las sustituciones. Estaban muy difíciles. Así lo manifestaron también el resto de los componentes de la tertulia. En mi caso me tocó vivir una situación bastante problemática. Cuando se producía una ausencia de maestro o maestra por la causa que fuere, no mandaban de inmediato un sustituto.

Por un período de unos meses me tocó asumir la responsabilidad de la Dirección del Centro, por enfermedad de la titular. Tanto el Secretario como yo, esperábamos que todas las unidades se dirigieran a sus aulas, y allí quedaban una o dos clases, las de los ausentes: Entre los dos íbamos repartiendo los alumnos entre las distintas aulas, no con el beneplácito de los tutores, porque sabían de antemano que era una jornada perdida. Cuando las unidades eran de Preescolar, la cosa se complicaba más, ya que los compañeros del mismo nivel, ante la repetición del “reparto” diario, empezaron a negarse. Por supuesto, que yo llamaba diariamente, al comienzo de la jornada a la Dirección Provincial para que enviaran a sustitutos. La respuesta era siempre la misma: no hay sustitutos.

Los primeros días, los padres de los pequeños los retiraban, quizás pensando que al día siguiente el problema se habría resuelto. No fue así. De forma inesperada se presentó un padre, caballero legionario, posiblemente de Guinea, con dos metros de altura, cabo, que se cuadró delante de mí. Me preguntó que cuándo se iba a resolver el problema, al que contesté que no era la solución que podría dar el Centro, que eso dependía de la Dirección Provincial. De nuevo se cuadró, y se despidió, sin mediar palabra.

En esta ocasión los niños no fueron retirados por los padres, quizás esperando una solución de última hora. El caso fue resuelto, porque de inmediato, se presentó en el Centro una chica, que la habían mandado de la Dirección Provincial, para que se hiciera cargo de los pequeños alumnos. ¿Se había producido un milagro? No. Una llamada telefónica dio la solución. El responsable de turno, consideraba que yo había mandado al caballero legionario para que llevara la consiguiente protesta por no tener clase los niños. Supongo que el mencionado caballero, de la misma forma correcta que lo hizo en nuestro Centro, lo haría allí. Pero no gustó. Posiblemente porque insistiera demasiado en la exposición de su problema. ¡Y es, lo que siempre he mantenido, que a los padres se les hace más caso que a los maestros!

Con estos problemas, ratios, sustituciones, se tratarían otras situaciones que se daban en los Centros, como por ejemplo, la escasez de recursos didácticos, atención a las instalaciones deportivas, limpieza, las consecuencias que nos traería la implantación de la LOGSE… Problemas reales, que no inventados, cuya exposición servían para ponerlos en conocimiento de los responsables, aunque no se solucionaran.

Lamentablemente la reunión prevista para la semana siguiente, no se celebró. Una llamada telefónica puso fin a mi “aventura” como tertuliano. Mi admirado y querido Director de Centro me comunicó si el Director Provincial me había llamado. Le contesté que no. Y me añadió: “Bueno, es lo mismo, yo te informo. Me ha dicho que la próxima vez vayamos a su despacho, con las preguntas preparadas, y entre todos, las contestamos”.

Libertad de expresión. Por supuesto que dejamos la tertulia, ante la mordaza que nos había puesto, porque no de otra cosa se trataba.
 

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