Me sentía muy cómodo siendo maestro, aunque nos
“ascendieron” a profesores por la ley del 70. Después
recobramos nuestro estatus inicial. Pero yo notaba que me
faltaba algo. Me seducía complementar, el título de maestro,
con el de universitario. Y, después de cuatro años de
dedicación lo conseguí, así vi realizado mi sueño. Mi
autoestima se disparó. ¡Por fin había conseguido lo que me
proponía! ¡Ser universitario! Acababa de cumplir los
cincuenta y un años. Se abría para mí nuevos horizontes. Y a
ellos me dediqué. Previamente tenía que buscar motivadores
cauces de perfección, encontrándolos en los distintos cursos
que se programaban en el centro de profesores, donde me
convertí en asiduo “cliente” de sus aulas. No viene al caso
enumerar las actividades en las que estuve presente.
Otro de mis proyectos fue, voluntariamente, formar parte del
equipo directivo de mi centro, con la responsabilidad de
Jefe de Estudios, recibiendo mi nombramiento al inicio del
curso 1986-87. Cumplí con el período previsto, causando baja
por iniciativa propia, en Junio de 1989. No conseguí los
objetivos previstos, ya que sólo se tuvo en cuenta por la
Comunidad Educativa, que mi función, entre otras, de gran
importancia, era ser el “Jefe de la Disciplina”, de forma
que todos los pequeños conflictos que se generaban en las
aulas tenían que pasar necesariamente por la Jefatura de
Estudios.
En repetidas ocasiones solicitamos para nuestro Centro ser
incluido dentro del Proyecto de Apoyo Psicopedagógico y
Orientación Educativa. Por las especiales características
del mismo, por parte del Organismo competente, tenía que
haber sido concedido. No fue así, pero por mi parte, y con
la aprobación del Claustro, me dediqué a la labor
orientadora, presentando especial interés a aquellos alumnos
que abandonaban el Centro. Cobraba especial importancia la
Orientación Vocacional y Profesional, a la hora de facilitar
a alumnos y padres la labor decisoria al concluir el Ciclo
Superior.
En ello me encontraba cuando me incorporé a una tertulia
radiofónica, donde se plantearía problemas que vivían
nuestros centros escolares en aquellos momentos. Me sentí
ilusionado de participar sabiendo que mis aportaciones
serían muy valiosas. En ellas nos encontrábamos un director
de Escuela de EGB, yo como Jefe de Estudios de mi Colegio,
un representante de la Asociación de Padres y el moderador.
Todo transcurrió con normalidad, quedando para la semana
siguiente hacer una nueva reunión.
Por mi parte hice aportaciones en este sentido: la ratio. En
aquellos momentos por referencias que yo tenía, confirmadas
por el representante de la Dirección de Centro, era alta. En
el caso de mi Centro quizás lo fuese más que lo que allí se
exponía. Refería, a la manera de anécdota, que concretamente
en mi Centro teníamos un grupo de 6º nivel de 60 alumnos.
Esto desde la Inspección Técnica se entendió como un
“engorde” de matrícula, por lo que se recibió la visita del
Inspector de turno, con la misión “ridícula”, de ponerse a
contar delante de todos los alumnos, los que en aquel
momento se encontraban en el aula. Aquello no sirvió para
nada, ya que terminamos el curso con los mismos alumnos.
Otro problema que se planteó fue el de las sustituciones.
Estaban muy difíciles. Así lo manifestaron también el resto
de los componentes de la tertulia. En mi caso me tocó vivir
una situación bastante problemática. Cuando se producía una
ausencia de maestro o maestra por la causa que fuere, no
mandaban de inmediato un sustituto.
Por un período de unos meses me tocó asumir la
responsabilidad de la Dirección del Centro, por enfermedad
de la titular. Tanto el Secretario como yo, esperábamos que
todas las unidades se dirigieran a sus aulas, y allí
quedaban una o dos clases, las de los ausentes: Entre los
dos íbamos repartiendo los alumnos entre las distintas
aulas, no con el beneplácito de los tutores, porque sabían
de antemano que era una jornada perdida. Cuando las unidades
eran de Preescolar, la cosa se complicaba más, ya que los
compañeros del mismo nivel, ante la repetición del “reparto”
diario, empezaron a negarse. Por supuesto, que yo llamaba
diariamente, al comienzo de la jornada a la Dirección
Provincial para que enviaran a sustitutos. La respuesta era
siempre la misma: no hay sustitutos.
Los primeros días, los padres de los pequeños los retiraban,
quizás pensando que al día siguiente el problema se habría
resuelto. No fue así. De forma inesperada se presentó un
padre, caballero legionario, posiblemente de Guinea, con dos
metros de altura, cabo, que se cuadró delante de mí. Me
preguntó que cuándo se iba a resolver el problema, al que
contesté que no era la solución que podría dar el Centro,
que eso dependía de la Dirección Provincial. De nuevo se
cuadró, y se despidió, sin mediar palabra.
En esta ocasión los niños no fueron retirados por los
padres, quizás esperando una solución de última hora. El
caso fue resuelto, porque de inmediato, se presentó en el
Centro una chica, que la habían mandado de la Dirección
Provincial, para que se hiciera cargo de los pequeños
alumnos. ¿Se había producido un milagro? No. Una llamada
telefónica dio la solución. El responsable de turno,
consideraba que yo había mandado al caballero legionario
para que llevara la consiguiente protesta por no tener clase
los niños. Supongo que el mencionado caballero, de la misma
forma correcta que lo hizo en nuestro Centro, lo haría allí.
Pero no gustó. Posiblemente porque insistiera demasiado en
la exposición de su problema. ¡Y es, lo que siempre he
mantenido, que a los padres se les hace más caso que a los
maestros!
Con estos problemas, ratios, sustituciones, se tratarían
otras situaciones que se daban en los Centros, como por
ejemplo, la escasez de recursos didácticos, atención a las
instalaciones deportivas, limpieza, las consecuencias que
nos traería la implantación de la LOGSE… Problemas reales,
que no inventados, cuya exposición servían para ponerlos en
conocimiento de los responsables, aunque no se solucionaran.
Lamentablemente la reunión prevista para la semana
siguiente, no se celebró. Una llamada telefónica puso fin a
mi “aventura” como tertuliano. Mi admirado y querido
Director de Centro me comunicó si el Director Provincial me
había llamado. Le contesté que no. Y me añadió: “Bueno, es
lo mismo, yo te informo. Me ha dicho que la próxima vez
vayamos a su despacho, con las preguntas preparadas, y entre
todos, las contestamos”.
Libertad de expresión. Por supuesto que dejamos la tertulia,
ante la mordaza que nos había puesto, porque no de otra cosa
se trataba.
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