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OPINIÓN - SÁBADO, 28 DE OCTUBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Bovarismo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Pido perdón por comenzar hablando de mí. Un buen día, de hace ya muchos años, cuando repasaba el vocabulario de la psicología, descubrí lo que significaba bovarismo: Estado de insatisfacción debido al desajuste entre la alta concepción de sí que tienen algunas personas y sus condiciones reales. Medité unos minutos y me pregunté lo siguiente: ¿padeceré yo ese malestar por creer que el sitio que me corresponde como entrenador está en la Primera División del fútbol español?

Desde ese momento, es decir, desde que la palabra bovarismo se cruzó en mi camino, me hice a la idea de que tenía que tomar alguna medida para que una legítima y noble ambición no acabara por convertirse en el móvil que podía destrozar mi vida.

Porque mi problema no radicaba en los conocimientos ni, por supuesto, en una falta de ilusión o entrega, sino en la hipermotivación por destacar. Esas prisas por conseguir la meta prevista, que a su vez me causaban, en bastantes ocasiones, la angustia suficiente para cambiar mi forma de ser. Con el agravante de que mi estado de ánimo perjudicaba a terceras personas.

Una mañana, de manera inesperada para quienes me conocían, anuncié que dejaba mi profesión. En la que estaba situado entre los técnicos más reputados y solventes de la categoría. Jamás me faltaba trabajo. Pero ese trabajo no me satisfacía, aunque me reportara beneficios suficientes para vivir bien. Y decidí empezar de cero en todos los aspectos y con grandes inconvenientes. El principal es que lo inicié con una cuenta corriente de cien mil pesetas. Pobre bagaje para quien se atrevía a despreciar otro empleo donde las ganancias eran muchas y también la popularidad.

A partir de entonces, nadie me regaló nada y tuve que pelear muchísimo para sobrevivir. Pero lo hice con la garra y la ilusión generados por una tarea en la cual no me sentía sobrado para alcanzar elogios, admiraciones y poder. Es cuando sin despreciar la ambición ésta ya no daña y sirve, además, para no sentirse águila encerrada en un gallinero.

En esta ciudad hay personas que, por su preparación, han conseguido ocupar puestos relevantes y hacer fortuna en los negocios. Son, naturalmente, merecedoras de elogios. Y están en su perfecto derecho de ser cada vez más ambiciosas y aspirantes a cargos para los que se sienten tan preparadas como las que más.

Se me viene a la memoria, en estos momentos, lo que dijo el delegado del Gobierno, Jenaro García Arreciado, días atrás, “Sé que en Ceuta hay personas más cualificadas que yo para ser delegado, pero la realidad es que me ha tocado serlo a mí”.

Juan Luis Aróstegui y José María Campos son bien distintos en todo. Excepto en ambiciones. Los dos, una vez que han conseguido estabilidad económica, tratan de ser más poderosos cada día. Aunque podrían hacerlo sin que se les notara tanto que desean mandar a toda costa, y así no se ganarían el desafecto de los ciudadanos.

El primero daría lo que tiene, que no es poco, y mucho más, por convertirse en alcalde de la ciudad. Por una razón clara: está convencido de que nadie en esta tierra reúne sus condiciones para llevar a este pueblo hacia la gloria y el bienestar. Se cree un César en todos los sentidos. Y espero que su estado de insatisfacción, al no ver cumplidos sus deseos, no le cause más problema que el tener que soportar a este plumilla.

El segundo, amigo de orientar y de actuar en la sombra, piensa que su asesoramiento ha de primar por encima de todos los demás. Sabe a qué juega. Pero sufre la falta de reconocimiento. Una putada en toda regla que suele propiciar frustraciones antes o después. Lo sentiría por él. Pues me cae bien.
 

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