Bien podrían las distintas
Administraciones del Estado, tanto territoriales como
institucionales, coincidiendo con la designación de 2006
como Año Europeo de la Movilidad de los Trabajadores, hacer
un guiño real hacia sus obreros, y favorecer la libre
circulación de los empleados públicos. Que el personal pueda
cambiar de puesto de trabajo, mediante convenios de
colaboración entre las diversas Administraciones,
comunidades, provincias o países, es siempre motivador y muy
esencial para lograr un servicio eficaz que sepa responder a
los retos de las demandas ciudadanas.
Un cambio de aires laborales siempre ayuda a desarrollar
nuevas habilidades y conocimientos. Quedarse pegado a un
sillón, de por vida, es muy monótono y poco estimulante.
Cuando se incentiva con mejoras la vida laboral suele
aumentar la satisfacción profesional, y, con ello, la
eficacia en la prestación del servicio. Atmósfera que, por
otra parte, beneficia la inserción laboral. Se parte del
entusiasmo que genera, por si mismo, el propio cambio al
producirse voluntariamente. No sólo conlleva resultados
positivos para la realización de la persona, también en la
prestación del servicio. Por ello, pienso que hay que
reducir los obstáculos que todavía son muchos, patrocinar
permutas entre Administraciones, con el fin de lograr un
mejor aprovechamiento de los recursos humanos.
Es cierto que mucho se viene hablando de la libre
circulación de los empleados públicos entre las distintas
Administraciones, incluso se apuesta por beneficiar, como no
ha de ser de otra manera, ante supuestos de violencia de
género, por motivos de salud o por conciliación de la vida
personal, familiar y laboral. Sin embargo, cuando uno se
adentra en los boletines oficiales que convocan la provisión
de puestos y movilidad, la cuestión es bien distinta, suelen
publicarse bastantes límites de exclusión que imposibilitan
el cambio hasta dentro de las mismas administraciones,
además de amparar como mérito los años de permanencia en el
puesto.
Los ciudadanos tienen derecho a que la Administración
funcione, para ello ha de ser capaz de atraer profesionales
bien formados y con estímulos de promoción y movilidad
voluntaria. Es grande la responsabilidad de los Gobiernos
estatales, autonómicos, locales e institucionales, pero no
menos importante es la de las organizaciones encargadas de
tutelar los intereses colectivos de los trabajadores. Al
final todos estamos llamados a solidarizarnos y a caminar en
la misma dirección de unir brazos y mente para contribuir a
ser buenos constructores de sociedades humanas, donde se
respete al ser humano y su trabajo. De lo contrario, cuando
se pierde la conciencia profesional, el trabajo amarga.
Está bien que sea la Administración la primera que predique
con el ejemplo. Haber si conseguimos calmar la efervescente
enfermedad del síndrome del quemado. La maldición laboral de
no poder moverse, puede ser un motivo.
Algo que se da mucho, sobre todo, en los servicios
periféricos de la Administración del Estado ¡Y mira que la
empresa es grande! Otra puede ser la barbarie basada en
producir y disfrutar. Esto forja el culto a las cosas, lo
que echaría por tierra la conciliación, puesto que el
cultivo familiar, en la mayoría de los casos, sería un
suplicio más que un gozo.
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