Antonia María Palomo hace
una oposición que pone de los nervios a los diputados del
PP. Los cuales llegan a los plenos convencidos de que la
secretaria general de los socialistas, de Ceuta, siempre
sacará a relucir cualquier asunto que les obligue a tragar
saliva.
Antonia María no se toma la menor tregua durante las
sesiones parlamentarias. Ella va a lo suyo; es decir, a
denunciar todo lo denunciable y si es posible demostrar que
Juan Vivas goza de un prestigio inmerecido. Un crédito que
le da un aura ante los ciudadanos y que le vale para que a
éstos no se les caiga su nombre de la boca y acudan a las
urnas con la boleta de su nombre entre las manos.
Por decir lo que siente, y de la manera tan apasionada como
lo expresa, hay políticos del PP que se quejan de Antonia
María y reconocen que oírla les repatea y les produce dolor
de cabeza. La tienen marcada con la equis de la inquina y
cuando pronuncian su nombre es para no reconocerle nada
bueno. Una injusticia, mírese por dónde se mire, puesto que
el voto de la señora Palomo fue decisivo para que el
Gobierno del GIL saliera de Ceuta con el rabo entre las
piernas.
-Bueno, bueno, algo sacaría ella por ayudarnos a desalojar
del poder a un grupo de desaprensivos.
Así me respondía, no ha mucho, un diputado del PP al
recordarle yo la postura de la socialista cuando lo del voto
de censura, para que Juan Vivas fuera investido como
presidente de la Ciudad.
Una contestación que, por improcedente, me supo tan mal que
debió hasta quedar calcada en mi cara la indignación causada
por semejante comentario. Dado que mi interlocutor trató de
dar marchar atrás e incluso intentó por todos los medios
salirse del jardín en el cual se había metido.
Tampoco Antonia María es santa de la devoción del hombre que
manda en el PSPC. A quien habría que preguntarle - ya que no
fue capaz de dar su nombre en el Dardo de los jueves donde
lo refirió- qué persona es la que va diciendo por ahí que es
la verdadera representación del Gobierno de la Nación en
Ceuta. Una denuncia malintencionada, a todas luces, a fin de
meter cizaña entre el partido y la Delegación del Gobierno.
Una acusación que a mí no se me pasó por alto, a pesar de
que estaba camuflada entre la muchísima broza del artículo.
Antonia María Palomo es una mujer de armas tomar. Sin duda.
Con lo cual cae mal a muchos hombres: a esa gran mayoría que
aún no se ha dado cuenta de que la tradición ya no exige a
las mujeres obediencia a los varones.
Sin embargo, y aunque me toque redoblar el tambor, justicia
obliga reconocer que Antonia María ha sabido ganarse la
confianza de sus compañeros de partido y ha conseguido que
el orden y la disciplina se mantengan en la sede sita en la
calle de Daoíz.
Y es que esta mujer, briosa, resolutiva, y poco dada a
eludir los problemas, supo afrontar los malos tiempos de su
partido y se ganó el derecho a ser candidata a la
presidencia. De ella, cada vez que he tenido la oportunidad
de pulsar la opinión de sus compañeros, suelen decir que no
le arredra el trabajo, que es constante y que pocas veces se
le puede ver sumida en el desánimo.
Me consta, además, que sigue preparando su asistencia a los
plenos como si fuera la primera vez que acude y procura huir
de las improvisaciones. Sabedora de que enfrente tiene a un
presidente con muchas tablas y recursos suficientes, cual
funcionario brillante que es y, por tanto, conocedor de todo
lo habido y por haber acerca de la Administración. Ese
hombre es, precisamente, la cruz de Antonia María. De haber
otro presidente, que no fuera Juan Vivas, seguro que esta
mujer estaría en disposición de convertirse en presidenta.
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