Quienes trabajan en el Gabinete de
la Presidencia serán personas escogidas por Juan Vivas.
Que éste las habrá elegidos tras empaparse exhaustivamente
de la trayectoria profesional de cada una y, desde luego, de
que son conscientes de cómo en el desempeño de sus funciones
ha de primar la lealtad al jefe. Lo cual es una verdad de
Pero Grullo.
Quienes trabajan en una oficina de un organismo encargada de
conocer todos los pasos que da el presidente de la Ciudad,
han de ser personas que hayan acreditado un enorme sentido
de la responsabilidad. Que hagan del sentido común un arma
imprescindible para salir airosas de su tarea y que procuren
por todos los medios no irse de la lengua o tratar de
favorecer a sus amigos con filtraciones de documentos que
pasan por sus manos. Verdad que no necesita demostración.
Quienes trabajan a la vera del presidente han de ser
personas que sepan separar el grano de la paja. Es decir,
que estén acostumbradas a no dejarse llevar por sus impulsos
para decidir a quienes pueden favorecer con sus acciones y a
quienes ningunear. Toda una obviedad.
Quienes ocupan un despacho tan principal y tan cercano a
Juan Vivas, deben no sólo ser honrados sino parecerlo.
Deben, por encima de todo, comerse las inquinas, las
envidias, los rencores... y no usarlos para ir en contra de
quienes son objetos de sus fobias. Nadie les podrá pedir que
vean con buenos ojos a quienes no quieren ver ni en pintura.
De acuerdo. Pero han de ser justos y desechar esa práctica
de discriminar a cuantos no sean santos de su devoción. Una
actitud elemental.
Quienes hablan, consultan y despachan todos los días con el
presidente de la Ciudad han de ser comedidos, prudentes,
juiciosos, y sabedores de que con cualquier desliz ponen al
jefe a los pies de los caballos. Ellos están para pensar en
qué medida pueden aliviar la pesada carga del jefe. De
alguien que se levanta cada mañana sabiendo que en el
despacho se va a encontrar con innumerables problemas y
peticiones que ha de resolver. Nada que no sepa hasta el
último ciudadano.
Quienes están disfrutando de un empleo en el Gabinete de la
Presidencia, un puesto destacado a todas luces y donde la
nómina es de grana y oro y puede hacer la felicidad de
cualquier mortal, tendrían que estar tan plenos de moral
como afanados en ver de qué manera son capaces de hacer más
llevadera la tarea del hombre que ha depositado tan grande
confianza en ellos. De cajón.
Quienes presumen de pertenecer a un despacho donde toda la
información pasa por sus manos y se jactan de conocer hasta
el último gesto de Juan Vivas, están obligados a no beberse
una copa de más si acaso conocen que ésta les ablanda las
seseras y les pone la lengua en condiciones de sacarla a
pasear. No hace falta decir que ganan una pasta gansa. Y que
en ella está implícita la orden de tener la boca cerrada.
Una obligación tan normal como incuestionable.
Quienes viven día tras día, hora tras hora, a la vera de uno
de los hombres más poderoso de la ciudad, han de cuidarse
muy bien de recibir regalos de cualquier empresario
dispuesto a convertirlos en empleados suyos dentro del
Gobierno de la Ciudad. Por una sencilla razón: porque
estarían delinquiendo. Me imagino que nadie de ese Gabinete
caerá nunca en esa tentación. Sería una necedad por parte de
quienes, por el mero hecho de haber sido seleccionados por
Juan Vivas, hay que suponerles la inteligencia. A pesar de
todo lo reseñado, no entiendo por qué quienes están en el
Gabinete de la Presidencia favorecen a El Faro y
discriminan a los demás medios. Y me lleno de dudas: ¿será
que su misión consiste en atentar contra Juan Vivas? ¡Qué
lío!...
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