Sin cansarnos de reiterar lo que
es una realidad, pese a que algunos intenten no verla -por
algún interés bastardo- lo cierto es que es evidente la
perfecta armonía y el máximo respeto que se respira a la
hora de las celebraciones y festividades propias de cada una
de las confesiones religiosas que cohabitan perfectamente en
este pequeñísimo espacio de tierra de 19 kilómetros
cuadrados llamado Ceuta.
Cuando los ceutíes que profesan la religión musulmana se
encuentran a punto de finalizar su mes sagrado del Ramadán,
la comunidad de caballas hindúes viven con intensidad su
particular fiesta de la Luz (el Diwali), lo cual incide en
esta magnífica realidad de la que hablamos.
Si a ello se le une el hecho de que el inicio del Ramadán
coincidió con la celebración del Yon Kipur que también
vivieron los ceutíes de confesión hebrea y que está muy
próxima la celebración del Día de Todos los Santos para la
comunidad cristiana y que se ha convertido en una fiesta de
tradición -con cabida para todos- como lo es ‘La Mochila’;
unido a que en diciembre la sociedad cristiana ceutí festeja
el nacimiento de Jesús, podemos orgullosamente afirmar que
esto sólo ocurre aquí, en Ceuta.
Mientras que en otros lugares del planeta estas
circunstancias sencillamente son impensables, en nuestra
ciudad, como también sucede en Melilla, son habituales,
tradicionales y, por supuesto muy común. El mundo debe tomar
buena nota, es algo que sucede con absoluta normalidad entre
los habitantes de nuestra ciudad y debe ser exportado lo
suficientemente bien como para que sea por sí mismo un
activo para Ceuta.
Es cierto también que muchos hablan de ‘ficticias’ buenas
relaciones entre las confesiones. En realidad el mejor modo
de callar y arrinconar a quienes buscan desatar tensiones,
es precisamente seguir compartiendo y participando -con el
respeto por bandera- del sentir tan variado de los ceutíes
en lo relativo a la fe, esa fe de paz que dice mover
montañas.
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