Tenemos quebrantadas mil razones
que, a veces, me da la sensación de que hemos perdido la más
fundamental, la del sentido común, y que nos gobernamos más
por el capricho que por la sabiduría
¿Habrá dolor más grande que vivir en el miedo permanente?
Ahora que las Universidades abren sus puertas a un nuevo
curso académico y las aulas encienden una renovada luz de
esperanza en el corazón de nuestros jóvenes, no estaría mal
reflexionar sobre los conocimientos adquiridos y sobre los
que se van a adquirir, puesto que todo pasa por el
entendimiento y culmina en el raciocinio. Téngase en cuenta
que la razón es el único andar que nos hace ser camino.
Para empezar, nos hace falta abrirnos a la razón, entrar en
ella, ser de ella. Unas Facultades encerradas en sí mismas,
en la especialización por la especialización, niega la
posibilidad de un horizonte compartido en valores razonables
de mente y espíritu.
El valor para abrirse a la razón como tal, contribuirá a que
tomemos sentido social, mayor justicia y libertad.
La que hoy no tenemos o, al menos, vive deteriorada.
Redescubrir la buena orientación, es justo, pero también es
necesario discernir, penetrar en las cosas. Un ingenio que
debiera cultivarse, a mi manera de ver, mucho más en la
Universidad.
En ocasiones, pienso que nos quedamos en la mera
competitividad entre distritos universitarios, obviando
otras aradas como puede ser la siembra humanística.
Frente a tanta irracionalidad que nos envuelve, las gentes
de pensamiento y, por ende, las Universidades, como servicio
público que son, deberían ocupar un espacio más protagonista
en la sociedad. Hoy apenas se les oye lejos de sus cátedras.
La forma de conseguirlo pasaría por establecer vínculos más
vivos con la ciudadanía, en condiciones de horizontalidad y
nunca de jerarquía. Una Universidad incapaz de dar sentido a
nuestras vidas es nulo su laboreo. Mal que nos pese. Unas
Facultades incapaces de ofrecer a los jóvenes otras
alternativas que no sean las del botellón, me parece también
nula su labranza. A lo mejor hay que estimular otros
descubrimientos más del espíritu que nos mejoren la calidad
de vida.
Parece ser que nos espera una renovación trascendental de
nuestras enseñanzas superiores. No tiene sentido alguno
impedir su evolución, la vida misma es una novedad continua.
Renovarse o morir que dice el refranero.
Las Universidades para que nos transformen deben
transformarse antes ellas, ejercer como verdaderos focos de
cultura reformista, encaminada a mejorar la convivencia de
unos y otros. Estas reformas anunciadas, tendrán más acogida
si somos capaces de integrarnos todos con todos, de escuchar
la voz del docente, del alumno, del padre o de la misma
sociedad.
Lo ideal en estos temas es llegar al máximo consenso y a la
máxima colaboración, entre la comunidad universitaria y los
agentes sociales, puesto que si vamos en una misma dirección
es más fácil reencontrarse y desarrollar la apertura de la
razón, con la pasión por la verdad y el interés por mejorar
el futuro de los humanos, que son muchos los que aún no lo
tienen. Ojalá que el reto no deje a nadie indiferente y
todos podamos participar.
De lo contrario, educar por decreto no es democrático; y
tendrá poca razón de ser, porque tampoco servirá para
adecuarse a los tiempos de convivir con la diversidad. Si
falla el alma del debate, la prudencia y la reflexión, apaga
y vámonos.
|