Existen en esta ciudad, desde hace
muchos años, personas dedicadas a tratar de meterle las
cabras en el corral al delegado del Gobierno, sea quien
fuere, para que éste ceda y les permita obtener lo que piden
en nombre de un grupo de presión que siempre permanece en la
sombra.
De ahí que todos los delegados anteriores, incluso el
subdelegado, Fernando Marín López, antecesor de
Manolo Peláez, hayan salido de aquí echando pestes
contra esos emboscados a quienes acusan de querer mantener
sus privilegios a toda costa. Aunque sea infrigiendo las
leyes establecidas. He aquí unas declaraciones del tal Marín
López, en El Faro, el jueves 10 de marzo de 1982.
Habla la autoridad gubernativa de los hábitos establecidos
en Ceuta. Y de qué manera hay gente que se resiste a
cambiarlos.
“Mire usted, Amores, llegan los interesados en que
nada se innove y que se haga sólo su santa voluntad,
procurando convencer con sutilezas y por medio de
influencias de ciertas amistades. Y si no lo consiguen se
emplean con acciones directas y tratando de imponer sus
leyes. Aquí se actúa con la palmada en la espalda, el tuteo
indiscriminado y exigiendo que los despachos estén abiertos
a todas las horas y para todas las personas que se crean
relevantes. Lo que yo suelo llamar la práctica del chalaneo
interminable. Prima la gestión informal; en definitiva, una
especie de Administración oral”.
El periodista quiere saber si se respeta la ley. “En Ceuta,
continúa hablando el subdelegado, no se puede aplicar la ley
a rajatabla. Tampoco es que se viva al margen de ella, pero
aquí hay que seguir haciendo la vida que se hizo siempre. Si
se combate la costumbre..., surgen los problemas”.
Jenaro García-Arreciado llegó a esta ciudad revestido
de modales exquisitos y dispuesto a causar la mejor de las
impresiones en un sitio donde sabía que sus antecesores lo
habían pasado mal por la misma causa que ya denunciaba,
veintitantos años atrás, Fernando Marín López. Y hasta tuvo
un gesto fuera de concurso: permitir que Juan Vivas
cerrara el acto de su toma de posesión. Luego, me imagino
que tuvo tiempo de informarse por medio de Jerónimo Nieto
de muchas cosas y, sobre todo, de cómo eran los integrantes
la Mesa por la Economía y qué apetecían. Y, claro, en cuanto
pudo dijo que nones. Que él no se sentaba a la mesa con
ellos ni muerto.
Sin darse cuenta, o tal vez lo hizo adrede, que se estaba
ganando la inquina de El Faro. Que es juez y parte en
este asunto que ha permitido que el decano vomite mierda
contra su persona. Y en el cual su directora sigue
saltándose a la torera una norma fundamental: que es la de
no contestar a unas declaraciones el mismo día en que éstas
son publicadas.
Al delegado del Gobierno le pierde la forma con que suele
expresarse en ocasiones. Y así se lo recordé yo cuando los
coches regalados a Marruecos y el lío que se armó en
relación a que los marroquíes no quisieran recibirlos por la
frontera del Tarajal. Pero en el fondo lleva razón cuando
intenta evitar que se le maneje. Y me parece que ha sido
tratado con una violencia verbal de baja estofa e indigna de
quienes pertenecen a un periódico que permite escribir a
alguien cuyas actuaciones no son para que señale con el dedo
a nadie.
En cuanto a las declaraciones de García-Arreciado me parecen
calcadas, cambiando lo que haya que cambiar, a las que
hiciera hace más de dos décadas el último subdelegado de la
dictadura. Que en esta ciudad hay un hostigador convencido
de que es el no va más en todos los aspectos. Un tipo que
preside ese grupo de presión y que manda por delante a
quienes los ingleses conocen por los “lobbys”. Es decir,
fulanos a sueldo de algunos empresarios. Contra ellos, el
delegado debe atiborrarse de paciencia, y ser hábil y
eficaz.
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