La Asociación Deportiva Ceuta era
un equipo respetado y temido en su categoría. Durante varias
temporadas estuvo siempre en los primeros puestos de la
clasificación y hasta jugó cuatro fases de ascenso. Lo cual
es tarea muy difícil y más difícil aún conseguir el ascenso.
Ya que en cualquier modalidad que se juegue la competición
hay que hacer méritos, tener dosis suficientes de suerte y,
por encima de todo, contar con las ayudas necesarias en
momentos claves.
El momento clave, en juego y merecimientos, se hizo patente
en El Ferrol. Pero la ayuda la recibió el equipo local, por
parte del árbitro, canario él. Un mandado que hizo el
trabajo sucio y canallesco que le habían encomendado quienes
suelen conspirar entre bastidores. Tras el robo sufrido por
la ADC en tierras gallegas, los comentarios fueron muchos
pero el más destacado rezaba así: José Antonio Muñoz
no está bien visto en la FEF y mientras él sea presidente
nunca podrá ascender el Ceuta.
A los comentarios suelo yo prestarles muy poca atención.
Porque los aficionados al fútbol suelen ver fantasmas por
todas partes y hablan, casi siempre, por boca de ganso. Sin
embargo, sí me mosqueaba muchísimo que el presidente de la
Federación de Fútbol de Ceuta, un cargo vitalicio, según se
viene comprobando con el paso de los años, mostrara
públicamente su desafecto hacia el presidente del primer
equipo de la ciudad. De la manera más clara: no asistiendo
al Murube los días de partido.
Bien mirado, un hecho inexplicable y, desde luego, de
interés para que a mí me diera por analizarlo
minuciosamente. Y llegué a preguntarme lo siguiente: ¿cómo
es posible que quien preside la federación local, y es
miembro directivo de la todopoderosa federación que preside
Ángel Villar, mantenga esa postura arbitraria? ¿Acaso
sentir aversión hacia José Antonio Muñoz le obliga a
evidenciarlo con su no asistencia al campo? Incluso, en un
momento determinado, pensé mal: El presidente de la
Federación de Fútbol de Ceuta es, por lo que cuenta, muy
amigo de Padrón. El hombre que controla todos los
entresijos del arbitraje canario y el directivo más poderoso
de Villar. Y el árbitro que le birló el ascenso a la ADC...
¡Uf! Aunque pronto deseché lo que me parecía un acto
indigno.
No, me dije para mí. No hay persona capaz de odiar lo
suficiente a otra como para tratar de acabar con las
ilusiones de miles de aficionados que ansiaban ver cómo su
equipo militaba en la Segunda División A. Y hasta rebatí las
explicaciones de quien me aseguraba que atentar contra el
Ceuta había sido muy sencillo: recordarle a Padrón que el
presidente caballa no formaba parte de lo que la Ciudad
necesitaba en ese momento. Elucubraciones tuyas, le
respondí. Y, por tanto, me gané su enfado y hasta que me
dejara de hablar.
Pasaron los años, y los comentarios se sucedían: que si el
presidente del Ceuta no quiere ascender, que si gana dinero
con el equipo, que si su presencia es la que hace que los
árbitros salgan predispuestos contra el club, etc. Lo de
siempre; es decir, la manera que tienen los aficionados de
desahogarse cuando no se cumplen sus expectativas. Un
desahogo que, unido a otras cuestiones, hizo que José
Antonio Muñoz decidiera dejar el club. Un anuncio que
movilizó a todos cuantos ansiaban que éste se largara con
viento fresco. Y se largó. Y sonaron los altavoces cantando
la buena nueva: “Recuperaremos el prestigio perdido.
Ascenderemos. A partir de ahora habrá transparencia en las
cuentas”. Pero lo más destacado fue ver al presidente de la
Federación de Fútbol de Ceuta en el palco, henchido de gozo.
Desde entonces, el Ceuta está dando barquinazos. Y se
necesita de él, de la autoridad federativa, para que el
equipo salga del pozo donde lo han metido.
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