¿Recuerdan los libros de texto y
las famosas enciclopedias escolares de los años cincuenta y
sesenta? Pues yo también me acuerdo con cierta nostalgia y
concretamente rememoro el que, cosa extraña, porque solía
suspender, me dieron “nota” por haber memorizado versos y
más versos de “El cantar de mío Cid” que pertenece al género
épico, como “La chanÇon de Roland”.¿Que dicen? ¿Qué si
quiero fardar de mis fallidos estudios de Filosofía y Letras
en el nocturno y como abandoné porque llegaba derrengaíta
del despacho y me pasaba las clases traspuestita durmiendo?
Vale, ustedes tienen mala leche y yo padecí fracaso no
escolar sino universitario en mi carrera favorita, bastante
me duele y bastante jodida estoy.
Pero lo cierto es que, en cantares y romances épicos siempre
aparecían de entrada, de salida y entremedias, los llamados
“moros levantiscos” que yo, en mi inocencia infantil, porque
era una niña llena de candor, me figuraba con turbantes,
barbudos, rechinando los dientes y presas del furor por la
gloriosa Reconquista. Y el término señero me ha vuelto a la
memoria contemplando las tertulias televisivas, donde, los
tertulianos periodistas destilan una contenida mala baba
ante el hecho de que, Felipe y la Leti hayan concedido una
entrevista en exclusiva al semanal de El País. ¿Qué por que
le llamo “Leti” a Su Alteza la Princesa de Asturias y tal
Pascual? Porque es como la llama Joaquin Sabina que es amigo
de la principesca pareja y republicano como yo.
Aunque con diferentes matices y sensibilidades, Sabina es
izquierdoso, progre caviar y borrachín, yo soy republicana
al estilo Bush, al estilo Sarkozy y al estilo suizo, es
decir, con las buenas maneras, la educación y la vergüenza
de la encantadora gente de la derecha-no-vergonzante. Pues
bien, Felipe y Leti han elegido al medio de Polanco y los
otros medios rabian, no llevan turbantes, pero dan
dentelladas al aire, no tienen barbas pero se sienten
ninguneados y discriminados. Los periodistas se ponen
levantiscos y, en las tertulias del marujerío y del corazón,
las tertulianas anuncian que “ellas” también van a pedir
exclusivas a la realeza y debaten en corrillos, poniendo en
cuarentena esa actitud generalizada de la prensa vasalla
ante la Casa Real: respeto, continencia verbal, exquisita
consideración y exponer sesudamente que, esa realeza de la
que se muestran tan cortesana es “siempre” sencillamente
maravillosa y Tan Altos Seres, adolecen de cualquier fallo o
defecto.
Que suerte. La verdad es que, yo pensaba que, la perfección
absoluta no existe más que en Dios. Pero claro, como soy de
la derecha republicana y neoconservadora al estilo yanki, no
comulgo con el dogma de fe de que, los reyes, descienden
directamente del Altísimo y tienen carácter divino . Los
políticos en general, si comulgan con el dogma de la
divinidad, de ahí que, Su Majestad, sea el único español que
no tiene responsabilidad penal, aunque hay que ser muy
hipocrituelos para, a continuación, redactar ese art.14 de
la Constitución que consagra el principio de Igualdad para
los españoles.
A servidora de ustedes le da exactamente lo mismo. Paso de
la movida de celos y agravios en las redacciones, paso de
los comentarios de que, El País ha hecho ediciones
especiales para recoger las fotos exclusivas y la entrevista
en exclusiva y la carta en exclusiva de Felipe y Leti. Los
tertulianos rabiaban porque, El País, presumían que iba a
vender millones de ejemplares, a ganar buenos dineros y a
cotizar bien cotizadas las páginas de publicidad. No me
importa, ni me interesan los comentarios ni las palabras de
Felipe, ni me pica la curiosidad previendo que va a decir
algo interesantísimo o novedosísimo, lo que no es el caso.
No he comprado El País, porque no lo compro jamás y, el
tema, no me motiva en absoluto, porque no soy monárquica.
¿Qué dicen? ¿Qué no mienta porque, de joven yo era
monárquica? Vale, es verdad, de pequeña tendía a la
monarquía y mi ídolo era la Reina Fabiola de Bélgica. ¿Qué
les cuente mis coqueteos con la realeza? No son interesantes
y tampoco cómodos de recordar, pero como soy escribidora y
el mester de mi gremio es escribir, les diré que yo tenía
cinco años y vivía en Granada cuando una tía mía me compró
el album de la boda de Balduino y Fabiola ¿Qué que hacía yo
fuera de mi Nador? Es largo de contar. Para mi madre, que
era muy jovencita y de Madrid, el tirar de un Nador y de una
niña debía resultar muy arduo, así que, mis progenitores
biológicos decidieron mandarme un año a Granada a vivir con
mi abuela, la señora Emilia y con una tía que se había
quedado mocita. Ellas habían abandonado Marruecos, por la
Independencia y habitaban en la barriada gitana de la
Cartuja, en una humildísima vivienda situada en un corralón.
El entorno social dejaba, lógicamente, mucho que desear,
pero la decisión de mis padres biológicos estaba motivada
porque, ambas mujeres, eran de misa y comunión diarias y
encima mi abuela, era mujer de fuertes principios y amor a
las tradiciones: desde que años antes falleciera su esposo,
el tío José, nunca se quitó el luto y lo conservó hasta la
muerte. ¿Qué quieren que les diga? Se hartaron de mi, aunque
era una niña silenciosa que tan solo leía y jugaba con una
amiga imaginaria llamada Margarita y me espamplonearon a un
corralón de gitanos.
Yo se lo que es la pobreza vergonzante. Sé como late y como
se siente. Aquellas pobres mujeres vivían de lo poco que les
enviaba Melilla, porque desde Marruecos no se podía, mi
padre. Algo más les debió dar para mi cuidado y manutención
por un año porque, en aquel siniestro agujero de donde no me
dejaban casi salir porque, en la Cartuja, abundaban “las
malas compañías”, apareció de la noche a la mañana una
radio. Pero no había libros para leer, ni tebeos, ni
juguetes, nada. Mi tía mocita se debió compadecer de mis
tardes lloradas en la mecedora y me compró el album de la
boda belga, anunciándome, rumbosa, que, cada semana, me
compraría dos sobres de estampas y un chicle siempre que
dejara de llorar y accediera a comer. Ni que decir tiene que
leí y releí con avidez, una y otra vez, los textos
inferiores de aquel album huérfano de estampas, sabedora de
que, en esa casa miserable, no había nada más legible que
rascar. Pasó mi asfixiante verano granadino con Balduino y
Fabiola y “supe” y tomé conciencia de que, si quería
continuar leyendo y escapándome de aquella mierda, no tenía
más remedio que escribirme antes las historias para luego
poder leerlas. Yo leía de corrido desde los tres años y
había estado un año más escolarizada, pero escribía con mi
pluma mojada en tinta china con increíble torpeza, así que
con ese “no me conformo” que ha sido la frase clave de toda
mi existencia, desde que tengo recuerdos, me propuse
conseguir que me llevaran a una escuela para aprender a
escribir “bien”. Y me dediqué a negarme a comer y a meterme
los dedos para devolver hasta que lo conseguí. Seguramente
nadie de mi familia biológica había previsto verse impelidos
a algo tan molesto como llevarme y recogerme de una escuela.
Y eso que aquella cochambre no era ni una escuela, sino una
especie de siniestra academia donde, una resignada señorita,
se dedicaba a tratar de desasnar a la gentuza del barrio.
Querían obligarnos a aprender cosas útiles para el futuro
como coser, pero yo me negaba y me metía los dedos para
vomitar, yo había ido allí para “escribir”, me pegaron lo
normal y luego me dejaron con mi escritura a lápiz y con la
pluma que me costaba más trabajo. Hacía plana tras plana,
con los ojos llorosos porque ya necesitaba gafas de miopía
pero no conseguí que me las compraran hasta después de hacer
la primera comunión, porque mi madre biológica pensaba, muy
racional ella, que una comulganda con gafas estaba
“horrorosa”.
Y en aquella triste Navidad granadina, con trabajo y escozor
de ojos ,en una hoja de papel rayado y a lápiz, comencé el
que sería mi primer relato y abrí una puerta para huir que
estaría ya abierta durante toda mi vida. Era un cuento y
comenzaba así “Había una vez una niña que se llama Nurita y
la invitaron a la boda de Fabiola…”. ¿Qué si yo era una niña
levantisca dentro de mis largos silencios? No. Era una niña
de una barriada de gitanos , a la que el buen Dios iluminó
para, con aquella edad y en aquella circunstancias, ser
capaz de sentir, pensar y latir con un inmenso “No me
conformo”.
Como verán mis contactos con la causa monárquica han sido
escasos. Siempre he dicho y diré, que ante la realeza
saludaría cortésmente, para reservar mis reverencias y
besamanos a cualquier premio nóbel de química, física o
medicina o a cualquier científico becario, o a un buen
maestro y siempre mi reverencia ante el cura de pueblo, por
mucho que ande lampando con la sotana raída y las manos
callosas por tirar de las sogas de las campanas. Mi escala
de valores nada tiene que ver con la de las arpías que
lanzan fulminaciones y anuncian que pedirán un posado en
exclusiva de la Leti con la niña ¿A mi que carajo me
importa? Yo soy sangre del pueblo, buena sangre roja, que no
azul. Nada envidio a los Privilegiados porque me siento y me
sé, como católica y española, persona muy principal.
¿Vanidad? No, realismo. Será que me ví obligada a aprender a
decir muy pronto ese levantisco “No me conformo” ¿Qué
ustedes tampoco se conforman y se sienten a menudo
levantiscos? ¿Saben? Es que todos nosotros, ustedes y yo,
somos realmente, buena gente, gente Muy Principal.
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