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OPINIÓN - LUNES, 16 DE OCTUBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Levantiscos
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿Recuerdan los libros de texto y las famosas enciclopedias escolares de los años cincuenta y sesenta? Pues yo también me acuerdo con cierta nostalgia y concretamente rememoro el que, cosa extraña, porque solía suspender, me dieron “nota” por haber memorizado versos y más versos de “El cantar de mío Cid” que pertenece al género épico, como “La chanÇon de Roland”.¿Que dicen? ¿Qué si quiero fardar de mis fallidos estudios de Filosofía y Letras en el nocturno y como abandoné porque llegaba derrengaíta del despacho y me pasaba las clases traspuestita durmiendo? Vale, ustedes tienen mala leche y yo padecí fracaso no escolar sino universitario en mi carrera favorita, bastante me duele y bastante jodida estoy.

Pero lo cierto es que, en cantares y romances épicos siempre aparecían de entrada, de salida y entremedias, los llamados “moros levantiscos” que yo, en mi inocencia infantil, porque era una niña llena de candor, me figuraba con turbantes, barbudos, rechinando los dientes y presas del furor por la gloriosa Reconquista. Y el término señero me ha vuelto a la memoria contemplando las tertulias televisivas, donde, los tertulianos periodistas destilan una contenida mala baba ante el hecho de que, Felipe y la Leti hayan concedido una entrevista en exclusiva al semanal de El País. ¿Qué por que le llamo “Leti” a Su Alteza la Princesa de Asturias y tal Pascual? Porque es como la llama Joaquin Sabina que es amigo de la principesca pareja y republicano como yo.

Aunque con diferentes matices y sensibilidades, Sabina es izquierdoso, progre caviar y borrachín, yo soy republicana al estilo Bush, al estilo Sarkozy y al estilo suizo, es decir, con las buenas maneras, la educación y la vergüenza de la encantadora gente de la derecha-no-vergonzante. Pues bien, Felipe y Leti han elegido al medio de Polanco y los otros medios rabian, no llevan turbantes, pero dan dentelladas al aire, no tienen barbas pero se sienten ninguneados y discriminados. Los periodistas se ponen levantiscos y, en las tertulias del marujerío y del corazón, las tertulianas anuncian que “ellas” también van a pedir exclusivas a la realeza y debaten en corrillos, poniendo en cuarentena esa actitud generalizada de la prensa vasalla ante la Casa Real: respeto, continencia verbal, exquisita consideración y exponer sesudamente que, esa realeza de la que se muestran tan cortesana es “siempre” sencillamente maravillosa y Tan Altos Seres, adolecen de cualquier fallo o defecto.

Que suerte. La verdad es que, yo pensaba que, la perfección absoluta no existe más que en Dios. Pero claro, como soy de la derecha republicana y neoconservadora al estilo yanki, no comulgo con el dogma de fe de que, los reyes, descienden directamente del Altísimo y tienen carácter divino . Los políticos en general, si comulgan con el dogma de la divinidad, de ahí que, Su Majestad, sea el único español que no tiene responsabilidad penal, aunque hay que ser muy hipocrituelos para, a continuación, redactar ese art.14 de la Constitución que consagra el principio de Igualdad para los españoles.

A servidora de ustedes le da exactamente lo mismo. Paso de la movida de celos y agravios en las redacciones, paso de los comentarios de que, El País ha hecho ediciones especiales para recoger las fotos exclusivas y la entrevista en exclusiva y la carta en exclusiva de Felipe y Leti. Los tertulianos rabiaban porque, El País, presumían que iba a vender millones de ejemplares, a ganar buenos dineros y a cotizar bien cotizadas las páginas de publicidad. No me importa, ni me interesan los comentarios ni las palabras de Felipe, ni me pica la curiosidad previendo que va a decir algo interesantísimo o novedosísimo, lo que no es el caso. No he comprado El País, porque no lo compro jamás y, el tema, no me motiva en absoluto, porque no soy monárquica.

¿Qué dicen? ¿Qué no mienta porque, de joven yo era monárquica? Vale, es verdad, de pequeña tendía a la monarquía y mi ídolo era la Reina Fabiola de Bélgica. ¿Qué les cuente mis coqueteos con la realeza? No son interesantes y tampoco cómodos de recordar, pero como soy escribidora y el mester de mi gremio es escribir, les diré que yo tenía cinco años y vivía en Granada cuando una tía mía me compró el album de la boda de Balduino y Fabiola ¿Qué que hacía yo fuera de mi Nador? Es largo de contar. Para mi madre, que era muy jovencita y de Madrid, el tirar de un Nador y de una niña debía resultar muy arduo, así que, mis progenitores biológicos decidieron mandarme un año a Granada a vivir con mi abuela, la señora Emilia y con una tía que se había quedado mocita. Ellas habían abandonado Marruecos, por la Independencia y habitaban en la barriada gitana de la Cartuja, en una humildísima vivienda situada en un corralón. El entorno social dejaba, lógicamente, mucho que desear, pero la decisión de mis padres biológicos estaba motivada porque, ambas mujeres, eran de misa y comunión diarias y encima mi abuela, era mujer de fuertes principios y amor a las tradiciones: desde que años antes falleciera su esposo, el tío José, nunca se quitó el luto y lo conservó hasta la muerte. ¿Qué quieren que les diga? Se hartaron de mi, aunque era una niña silenciosa que tan solo leía y jugaba con una amiga imaginaria llamada Margarita y me espamplonearon a un corralón de gitanos.

Yo se lo que es la pobreza vergonzante. Sé como late y como se siente. Aquellas pobres mujeres vivían de lo poco que les enviaba Melilla, porque desde Marruecos no se podía, mi padre. Algo más les debió dar para mi cuidado y manutención por un año porque, en aquel siniestro agujero de donde no me dejaban casi salir porque, en la Cartuja, abundaban “las malas compañías”, apareció de la noche a la mañana una radio. Pero no había libros para leer, ni tebeos, ni juguetes, nada. Mi tía mocita se debió compadecer de mis tardes lloradas en la mecedora y me compró el album de la boda belga, anunciándome, rumbosa, que, cada semana, me compraría dos sobres de estampas y un chicle siempre que dejara de llorar y accediera a comer. Ni que decir tiene que leí y releí con avidez, una y otra vez, los textos inferiores de aquel album huérfano de estampas, sabedora de que, en esa casa miserable, no había nada más legible que rascar. Pasó mi asfixiante verano granadino con Balduino y Fabiola y “supe” y tomé conciencia de que, si quería continuar leyendo y escapándome de aquella mierda, no tenía más remedio que escribirme antes las historias para luego poder leerlas. Yo leía de corrido desde los tres años y había estado un año más escolarizada, pero escribía con mi pluma mojada en tinta china con increíble torpeza, así que con ese “no me conformo” que ha sido la frase clave de toda mi existencia, desde que tengo recuerdos, me propuse conseguir que me llevaran a una escuela para aprender a escribir “bien”. Y me dediqué a negarme a comer y a meterme los dedos para devolver hasta que lo conseguí. Seguramente nadie de mi familia biológica había previsto verse impelidos a algo tan molesto como llevarme y recogerme de una escuela. Y eso que aquella cochambre no era ni una escuela, sino una especie de siniestra academia donde, una resignada señorita, se dedicaba a tratar de desasnar a la gentuza del barrio. Querían obligarnos a aprender cosas útiles para el futuro como coser, pero yo me negaba y me metía los dedos para vomitar, yo había ido allí para “escribir”, me pegaron lo normal y luego me dejaron con mi escritura a lápiz y con la pluma que me costaba más trabajo. Hacía plana tras plana, con los ojos llorosos porque ya necesitaba gafas de miopía pero no conseguí que me las compraran hasta después de hacer la primera comunión, porque mi madre biológica pensaba, muy racional ella, que una comulganda con gafas estaba “horrorosa”.

Y en aquella triste Navidad granadina, con trabajo y escozor de ojos ,en una hoja de papel rayado y a lápiz, comencé el que sería mi primer relato y abrí una puerta para huir que estaría ya abierta durante toda mi vida. Era un cuento y comenzaba así “Había una vez una niña que se llama Nurita y la invitaron a la boda de Fabiola…”. ¿Qué si yo era una niña levantisca dentro de mis largos silencios? No. Era una niña de una barriada de gitanos , a la que el buen Dios iluminó para, con aquella edad y en aquella circunstancias, ser capaz de sentir, pensar y latir con un inmenso “No me conformo”.

Como verán mis contactos con la causa monárquica han sido escasos. Siempre he dicho y diré, que ante la realeza saludaría cortésmente, para reservar mis reverencias y besamanos a cualquier premio nóbel de química, física o medicina o a cualquier científico becario, o a un buen maestro y siempre mi reverencia ante el cura de pueblo, por mucho que ande lampando con la sotana raída y las manos callosas por tirar de las sogas de las campanas. Mi escala de valores nada tiene que ver con la de las arpías que lanzan fulminaciones y anuncian que pedirán un posado en exclusiva de la Leti con la niña ¿A mi que carajo me importa? Yo soy sangre del pueblo, buena sangre roja, que no azul. Nada envidio a los Privilegiados porque me siento y me sé, como católica y española, persona muy principal. ¿Vanidad? No, realismo. Será que me ví obligada a aprender a decir muy pronto ese levantisco “No me conformo” ¿Qué ustedes tampoco se conforman y se sienten a menudo levantiscos? ¿Saben? Es que todos nosotros, ustedes y yo, somos realmente, buena gente, gente Muy Principal.
 

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