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OPINIÓN - DOMINGO, 15 DE OCTUBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mirar con simpatía
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En cualquier curso de redacción existe ese profesor que se dirige a sus alumnos recordándoles que antes de ponerse a escribir es preciso saber mirar con simpatía lo que se siente, sin odio, sin piedad, sin cólera. Simplemente, con simpatía. Y citará a Flaubert, que es muy socorrido en casos así, para recordarnos lo que él pensaba al respecto: “Hay que miralo todo con la misma mirada con que Dios mira las cosas de acá abajo”.

Al dictado de la simpatía no hay tragedias; no se ensaña uno con la víctima, no se condena a nadie, no se sacan conclusiones partidistas. En suma: ver las cosas con simpatía significa reproducirlas en su justa medida. O sea, la mejor manera de saber lo que no se debe decir.

Lo cual es muy bueno, mayormente, para conservar el puesto de trabajo. De lo contrario, escribir es exponerse a que el día menos pensado se levante un manda de la política con la cabeza llena de vientos imperiales y ordene que al escribidor lo dejen a pan y agua durante un tiempo considerable. El tiempo suficiente para que aprenda a reírle las gracias y a bailarle el agua todos los días.

De cualquier manera, yo dudo que desde las alturas se vea todo de color de rosa y con la visión generosa y agradable que se les aconseja a quienes transitan a ras de suelo. Permítanme, pues, ponerle un ejemplo que le leí a Gerald Brenan: El volar induce a una actitud de escepticismo religioso. Uno se da cuenta del error de suponer que Dios puede estar “ahí arriba”, y puede estar “mirando hacia abajo” hacia nosotros. Porque la actitud del observador ahí arriba es necesariamente de indiferencia. Uno ve a un hombre pedaleando en una bicicleta, uno ve una pequeña granja con su arroyo y su puente, y no hay nada humano en ello. Uno no siente el menor deseo de ayudar al hombre en su camino o de lanzar una bendición sobre la pequeña casa. Para sentirse bien o mal dispuesto hacia ellos uno necesita verlos horizontalmente, a nivel humano”. Y finaliza así: “El hombre sólo puede ser un hombre en relación con aquellos que caminan sobre la tierra a su lado”.

Parafraseando a Brenan, yo veo a los políticos, salvo casos excepcionales, como dioses que viven en las alturas y cuyas miradas hacia nosotros, los seres terrenales, son de mucha indiferencia y faltas de todo punto de simpatía y generosidad.Y desde luego, si les fuera posible, fulminarían con rayos a todos cuantos se muestran reacios a seguir las pautas que ellos marcan desde su privilegiada atalaya.

Muchos acaban por deshumanizarse, por alejarse de la realidad; ya que frecuentan un mundo superior que se han fabricado para llegar a cierta edad celebrando que se han cumplido los sueños de su niñez: vivir convencidos de que son muy listos y que se llevan al huerto a todos los mindundis que paseamos el asfalto.

Eso sí, para conseguir el poder y retenerlo, a fin de poder mirar hacia abajo con desdén y manifiesta superioridad, son capaces de todo. Y, además, se han aprendido de memoria lo único que les interesa de cuanto dijo Maquiavelo al respecto: “El fin justifica los medios”.

Cuando uno mira hacia arriba y ve por televisión las imágenes de cómo camina Carod Rovira por los pasillos del edificio donde se cobija la Generalidad, siente unos deseos enormes de ser apasionado sin miramientos y ponerse a escribir impropios de un tío que está todo el día renegando de haber nacido en Zaragoza y no en Cataluña. Un tío que da muestras continuas de odiar a la Benemérita, pero que ha vivido, por haber sido su padre un miembro de ella, en un cuartel durante su niñez. No crean que el tal Carod es de lo peor que tenemos aposentado entre nubes, no. Pero sí nos vale como ejemplo para saber con quiénes nos gastamos los cuartos.
 

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