Si hiciéramos una catalogación de
los políticos podríamos definirlos en “buenos” o “malos”,
apoyándonos en el sentido de la bondad de su carácter, de su
trato con los demás o en el referido al ejercicio de su
actividad política. Y empleamos estos calificativos porque
aquí no cabe un término medio, no existe la palabra regular
para calificar a quienes nos proponemos referir.
Por desgracia son “muchos los llamados y pocos los elegidos”
por lo que al tener que considerar a los “buenos”, nos
quedamos con pocas palabras para así catalogarlos aun
cuando, justo es reconocerlo, siempre han existido y existen
personas entregadas de cuerpo y alma a los demás desechando
la vida eminentemente superficial, siendo la moral la base
de su personalidad, respondiendo con sus actos a la
confianza en ellas depositada, personas en la mayoría de los
casos dedicadas al bien común donde poco o nada pueden
recibir a cambio, si acaso la conocida frase de la
“satisfacción por el deber cumplido”. Se trata, pues, de
quienes hacen realidad la verdadera vocación de entrega a
los demás y que demuestran continuamente con sus actos en
pro principalmente de los menos favorecidos. En ello se
basa, creemos, la auténtica labor política.
Por otro lado, vemos a los “malos”, esos advenedizos que se
han valido del trato profesional o amistoso sirviéndose de
otro de su misma calaña que haya escalado las cimas de un
partido político a base de adulación y siempre con un
interés desmedido e intención de lograr sus ambiciones
(valiéndose, éste último, de engaños y deslealtades) que
consiguen colocarse en altos puestos de responsabilidad
dentro de un órgano municipal, autonómico, estatal o de un
partido que, si está gobernando, se hace doblemente deseable
y, consiguientemente, punto de mira de quien tiene, y lo
consigue, predisposición al acrecentamiento de su status
social que pudiéramos llamar profesional puesto que se trata
de obtener un puesto de alta responsabilidad y, además, por
un largo período de tiempo que pueden ser cuatro, ocho o más
años. Luego, éstos últimos, se convierten en depositarios de
pecados capitales (soberbia, avaricia, envidia, pereza,…)
olvidándose de que los frutos del servicio a los demás
siempre deben ser desinteresados y de generosa amistad y que
el remedio a estos pecados está en las virtudes que deben
adornarlos.
Por eso hemos aplicado el calificativo de “malo” a quien,
aprovechándose de todas las circunstancias enumeradas, viene
ejerciendo un honorable puesto (nunca a él destinado ni al
que haya realizado mas oposición que la adquirida por la
adulación de quien le apadrina para su desempeño) solo con
el fin de disfrutar de unos sustanciosos emolumentos y de
alta, venerable y respetable posición social. Son personas
que, en definitiva, carecen de humildad, paciencia,
templanza o caridad, virtudes necesarias y que deben ser
tenidas en cuenta para el buen obrar y ordenación de la
vida.
Todos, buenos y malos, tienen sus nombres y apellidos y
quizás cualquier día nos de por nominarlos (palabreja que
ahora está de moda) aunque pueda servir de orgullo y
satisfacción para unos, o de enojo e ira, para otros.
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