Pedro Rodríguez era el fotógrafo
más popular de Huelva. La gente se lo rifaba. Y él se
encontró un día con que no daba abasto a cubrir bodas,
bautizos, comuniones y todos los acontecimientos donde el
personal quería ser inmortalizado por el daguerrotipo.
Pedro Rodríguez sabía pisar la calle con la soltura que
suelen tener los hombres que se han hecho en ellas. Se hacía
querer y jamás desperdiciaba la ocasión de conseguir nuevos
conocidos. Se recorría la ciudad y se adentraba en su
barrios con la sonrisa presta y los brazos dispuestos a
tabletear las espaldas de quienes ya tenía por amigos.
En cualquier reunión, la gente sencilla, nada más verle,
repetía sin cesar: Pedro ha casado a mi hija, ha bautizado a
mi nieto y me hizo una foto en las Fiestas Colombinas a la
Mercedes y a mí que la tenemos en grande presidiendo el
comedor de la casa. Y a partir de ahí que si Pedro eres el
mejor, que si quieres una cerveza, que si no hay nadie como
tú... Y a Pedro aquel mundo se le fue quedando chico y
empezó a cavilar con ánimos de sacarle partido a ese
entusiasmo que despertaba entre sus paisanos. Un fervor que
tampoco había pasado inadvertido para quienes manejaban los
hilos de la política del Partido Popular.
Un buen día, y tras los pasos anteriores y obligados, a
Pedro Rodríguez lo eligieron candidato a la alcaldía de su
tierra y obtuvo un triunfo resonante. Un triunfo de los que
conviene ser muy sensato para digerirlo y no marchitarse
como la flor de un día. Así que el fotógrafo tan popular y
tan querido por sus conciudadanos no sólo se convirtió en
alcalde sino que lleva once años presidiendo la cosa en el
Ayuntamiento de una Onuba a la que ha conseguido convertir
en una capital de ensueño. ¡Qué bonita estaba la ciudad
cuando yo la visité en aquellas Fiestas Colombinas dedicadas
a Ceuta! Y todo, según me dijeron, por obra y gracia de un
tío que hacía de alcalde pero que seguía pateando su ciudad
como cuando era fotógrafo y estaba siempre en el sitio
justo.
Pedro Rodríguez quiso, hace pocos años, que las fiestas
grandes de su pueblo estuvieran dedicadas a Ceuta. Y allá
que atendió a la expedición caballa sin delegar en nadie.
Simpático, diligente, espléndido anfitrión..., se mostró
incansable tratando de que sus invitados supieran que,
aunque alcalde, él continuaba ejerciendo de ciudadano que
gustaba de dejarse ver en plaza pública. Conocía a su gente
y su gente demostraba que lo quería y que, por tanto, lo
votaba sin pestañear. Durante la cena que tuvimos, en medio
de un ambiente extraordinario, hice un aparte con él y le
pregunté por cómo lo hacía para ganarse a sus ciudadanos.
“En que ejerzo como alcalde de la misma manera que me movía
como fotógrafo”.
Ahora, leo que los socialistas onubenses, encabezados por
Javier Barrero, secretario general, han acusado otra vez al
alcalde de usar su móvil, pagado con dinero público, para
hacer llamadas a prostíbulos. Y hasta se han entretenido en
contárselas. Digo que han vuelto a las andadas, porque ya en
febrero lo denunciaron por supuestas llamadas eróticas desde
su móvil. Y que, tras las oportunas investigaciones, resultó
que era el chófer del alcalde el adicto al sexo. Sobre todo
porque se declaró culpable. Y, claro, a Pedro Rodríguez se
le han hinchado los huevos y ha decidido presentar una
querella contra Barrero por dañar su “honor”. La verdad es
que uno, tras haber tenido la oportunidad de conocer al
alcalde de Huelva, piensa que su manera de ser, tan llana,
explica que pueda haber sufrido las consecuencias de tener
un chófer libidinoso. Pero que el alcalde se haya dedicado a
llamar a cien prostíbulos no se lo cree ni su mujer. Pues de
ser así, sus paisanos tendrían que homenajearlo y votarlo
como hasta ahora. O sea, mayoritariamente. Que el sexo hace
mucho bien.
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