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OPINIÓN - SÁBADO, 14 DE OCTUBRE DE 2006

 
OPINIÓN / EDITORIAL

La historia de nunca acabar con los barracones

Hace años que no están operativos y por tanto el estado de abandono en el que se encuentran propicia lo que ha venido sucediendo a lo largo de los últimos tiempos; el mejor ‘hotel’ para la inmigración ilegal. Las naves del Sardinero, como así se las conoce, ha acogido a subsaharianos, argelinos, marroquíes... se han sellado sus puertas una, dos, infinidad de veces. Las mismas que han vuelto a ser asaltadas, las mismas que han vuelto a ser incendiadas.

Suciedad interior, kilos y kilos de miserias entre las cuatro paredes de cada uno de los barracones que, situados en una de las zonas de mayor potencial urbanístico de la ciudad, ensombrecen el barrio. Cobijo de delincuentes y de personal poco legal, las naves del Sardinero son un canto a la verguenza escondida de una ciudad que vende imagen de modernidad.

De propiedad privada, la institución autonómica intenta arreglar el futuro de esta zona que está afectando notablemente a los habitantes próximos de las viviendas cercanas. Ayer volvió a arder una de las naves del Sardinero. Y no ardió fortuitamente, volvió a ser quemada, una vez más.

La Ciudad Autónoma continúa pensando que la situación puede tener arreglo ‘por las buenas’ con la propiedad. De hecho, es algo que podría estar cercano en tanto en cuanto los propietarios estén dispuestos a comprender, en primer lugar que una propiedad no puede quedar de este modo tan abandonada en perjuicio, en segundo lugar, de una comunidad que soporta con cierto estoicismo -todo hay que decirlo- la inseguridad derivada de esta lamentable realidad.

Los vecinos aplaudirán, de momento, el derribo de las naves si es que llega a producirse. Para ello habrá que mantener la esperanza en que la Ciudad Autónoma se ‘arregle’ con la propiedad antes de ejercer derechos menos amistosos, por el bien general de la ciudadanía.
 

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