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OPINIÓN - VIERNES, 13 DE OCTUBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Lo que el clamor esconde
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿Cuántas veces hemos oído o leído el término “clamor social”? Infinidad. Y sin detenernos a realizar una labor analítica, tal vez porque todos conocemos el “por qué” de ese runruneo colectivo que acaba por llegar a los medios de comunicación y ser lanzado en letra impresa en las ediciones matinales. Así, en negro sobre blanco y letra redondilla, se consigue que, los que detentan el Poder se enteren y se informen de que, algo pasa en esa especie de lejanas alcantarillas donde subsiste y sobrevive el pueblo llano.

Hay veces que el “clamor social” se utiliza por la propia clase política para sustentar y explicar sus decisiones. Recuerdo y nunca voy a olvidar la estrepitosa campaña lanzada hace unos años por el diario El Mundo para reunir firmas que avalaran el indulto para el juez Javier Gomez de Liaño, condenado por el Tribunal Supremo por haber tenido la osadía de tratar de empapelar al hombre más poderoso de España que es Polanco. La campaña, lógicamente, iba dirigida y orquestada desde Génova 13 y los de El Mundo eran un instrumento de marketing. Se reunieron cien mil firmas, tras una campaña publicitaria auténticamente espectacular, se presentaron avalando el indulto y Aznar lo concedió alegando, que esas cien mil firmas constituían un auténtico “clamor social” a favor del magistrado condenado.

Lo curioso del tema es que, al mismo tiempo y en las mismas fechas, con el general Enrique Rodríguez Galindo, ese que desarticuló desde el cuartel de Intxaurrondo ciento un comandos de ETA y que es el militar más condecorado de España, repito, con el general en prisión, primero en la militar de Alcalá de Henares y después en la siniestra Ocaña donde enfermó crónicamente, en esos meses, recogimos un millón de firmas para avalar su indulto. Y sin ningún poderoso medio de comunicación que nos respaldara, boca a boca, con los pliegos de adhesión fotocopiados que nos íbamos pasando de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Nadie nos amparó. Ningún periódico recogió retazos de las heroicidades minúsculas de amas de casa que recogían firmas en las puertas de los supermercados, anécdotas pequeñas, como cuando nos acercamos a la Policía Local de Marbella y firmaron todos los del turno y nos dijeron que volviéramos más tarde a por más firmas porque cambiaban los compañeros y regresaban muchos que estaban en las calles. Y así en toda España. Un millón de firmas entregadas en el Ministerio de Justicia por la hija del General y que fueron recibidas con frialdad. Voto al Partido Popular porque soy neoconservadora. Y por ello espero que Aznar y los que entonces gobernaban pidan perdón a los españoles por su increíble mezquindad y porque jamás admitieron que las voces de un millón de españoles constituyeran “clamor social” éramos, sencillamente, un millón de molestos hijos de puta que les querían joder su venganza personal contra el héroe de Intxaurrondo y por ende, contra el PSOE de Felipe. Oigan, que asco.

Pero lo cierto es que se suele hacer caso de los clamores, eso si, cuando salpican las páginas de la prensa. Aunque hay clamores que le son infinitamente más gratos a los políticos y que consiste en que ellos los convoquen y manipulen, capitalicen y aprovechen, como las manifestaciones convocadas por uno u otro sigo y encabezadas por los poderosos que marchan en primera fila tras la pancarta. Y ese clamor de diseño y prefabricado, con eslóganes salidos de los despachos de marketing me vale menos, me sirve menos, yo soy una simple madre de familia y una curranta y se de clamores del pueblo llano, a pie de calle, en la barra de un bar o en la cola de la charcutería.

Y se que, en Ceuta hay un clamor de indignación y descontento, un runruneo atenuado, con relativo reflejo en los medios. ¿Es normal en la Europa del siglo XXI que se acepte como algo natural el que, un transporte urbano tenga que llevar escolta policial? En Kabul puede resultar normalísimo. En nuestro sistema de valores y de derechos y obligaciones es inadmisible. Y más aún cuando se tiende a frivolizar con el asunto, intentando desdramatizar el auténtico drama que es el que existan auténticas bandas de delincuentes juveniles, absolutamente fuera de control, que atemorizan a la ciudadanía, alteran gravemente el orden público y requieren una respuesta rigurosa que la sociedad demanda y exige.

No hay excusa moral válida para justificar la conducta de unos muchachos que han tenido y tienen acceso a la educación, a la formación y a la capacitación y han optado voluntariamente y con la negligencia o el consentimiento culpable de sus progenitores por la exclusión, la automarginación y el vandalismo. Nada de excusas lacrimosas, porque hoy, aquí, con las mil oportunidades que el sistema ofrece, no sirven. Ya está bien de “profesionales” de la exclusión y de los mamarrachos ponticadores que llegan a disculpar conductas delictivas, amparándose en demagogia de baratillo. Hay un clamor de irritación, porque, los jóvenes que hacen de la conflictividad y del delito una forma normal de comportarse, sean llamados “asilvestrados”. Ridículo, el asilvestrado es el que no sabe usar una escalera mecánica porque viene de vivir en el monte, se asusta delante de unas puertas automáticas porque en su núcleo rural no las hay y considera que, la bombilla es el máximo adelanto de la civilización. Los vándalos ceutíes son urbanitas, de ciudad y con teléfono móvil, son delincuentes juveniles ante los que no cabe caer en la omisión del deber de socorro ni en la prevaricación de no castigar conductas jurídicamente reprochables. Requieren urgentes medidas de reinserción social y de reeducación. Pero no charlitas onegetistas ni gazmoñerías de asistentes sociales, sino el ser sustraídos a un entorno permisivo que no les es favorable, a unos padres incapaces de controlarles y de disciplinarles y que, ante la falta de medios y de capacitación palpable y evidente de los progenitores que, o no saben, o no les importa, o no quieren, que asuma su tutela la Ciudad Autónoma hasta la mayoría de edad ya que se encuentran desprotegidos.

¿Qué son un grupo de vente individuos los que provocan disturbios, vandalismo y daños? Más eran los de las temibles maras sudamericanas y el Delegado de Gobierno de Madrid les neutralizó, les detuvo, les condujo ante el juez y la mitad a reformatorios y los mayores de edad expulsados. A veinte jilipollas que van de pandilleros por la vida, delinquiendo impunemente y causando alarma social, se les desarticula en una semana, se les va deteniendo y si son menores se llama a los padres, si se demuestra que los padres no han cumplido con sus deberes se les retira la tutela y en el Juzgado de Menores, donde rige una Ley del menor que obliga a reeducar y a reinsertar, se toman medidas urgentes para recuperarles socialmente en centros de reforma cerrados. Delitos cometen, daños, alteración del orden público, coacciones, amenazas graves, vandalismo. Y constituyen bandas para delinquir. Suficientes conductas de riesgo como para argumentar una medida de reforma y encerrarles en lugares alejados de su entorno social y familiar, porque están en situación de riesgo.

En la península, las pandillas y los pandilleros suelen tener muy mal final, desde el punto de vista legal y la Policía Local les neutraliza en cuanto dicen ¡A por ellos!. Y la respuesta policial y judicial es como consecuencia y para atender a un auténtico clamor social que debería llamarse más bien “descontento social” o “hartazgo e irritación social” . En Málaga al menos, donde existen barrios auténticamente conflictivos, no se da el caso de que, un autobús tenga que ir escoltado para eludir los ataques de un grupo “concreto” de maleantes “concretos”. Antes se hace una redada, se detiene a los maleantes, se les lleva al Juzgado y se les hace entrar en esa rueda de detención-arresto-comparecencia ante el Juez- consecuencias desagradabilísimas, que los delincuentes juveniles temen más que a un tornado. La sociedad no quiere defenderse ante malos elementos desde el temor y el miedo de tener que blindar autobuses y encerrarse en sus casas. Los que tienen que estar encerrados son los malhechores, que no los contribuyentes y los que tienen que tener miedo de la policía y de la justicia son los vándalos, mientras que , al ciudadano, le tienen que ser dados motivos para creer y confiar, tanto en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, como en la eficacia del sistema judicial y en la operatividad y la profesionalidad de quienes mueven los hilos, porque han sido elegidos para hacerlo.

He venido leyendo en el edición digital de El Pueblo, los problemas graves de seguridad ciudadana en Ceuta y el que, los autobuses necesiten “refuerzos” no es ninguna “gracieta” a la que haya que resignarse, porque, si la ciudadanía se resigna a que ganen “los malos” y a que campen por sus respetos, sin que existan como respuesta redadas masivas, detenciones y encarcelaciones, es decir, neutralización absoluta y tolerancia cero, entonces comienza el runruneo de descontento, de irritación, comienzan las críticas, se pierde la confianza en las instituciones y se habla de ineptitud y pasotismo de quienes dirigen esas instituciones.

Lo que, el clamor esconde, es indignación ante la falta de respuestas y las respuestas están ahí, claras y diáfanas, para quien las quiera aplicar. ¿O es que para “clamar” es necesario sacar la pancarta, el eslogan y la banderola? Si es así que avisen.
 

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