Llega con la expresión de cuando
las cosas le han ido bien. Aunque lleva ya mucho tiempo que
está subido en el carro de la victoria. Cierto que se lo ha
currado, a su manera, y que en el camino ha dejado más
heridos que muertos y que los primeros están siempre al
acecho de cualquier síntoma de desfallecimiento que perciban
en él para buscarle la yugular. Pero a estas alturas, mi
conocido se desenvuelve en las sentinas de la política como
si en ellas se estuvieran vertiendo diariamente litros y
litros de Cocó Chanel.
Digo que llega mi conocido como si acabara de rematar un
gran negocio y comenzamos a pegar la hebra bajo los rituales
de costumbre en situaciones así; es decir, aparecen las
consiguientes bromas que sirven de preámbulo para
intercambiarnos cromos. Unos, falsos; otros, merecedores de
comprobar si en el mercado se cotizan a la alta o están ya
tan repetidos como devaluados.
De pronto, y sin que recuerde los motivos, sale a relucir el
nombre de Juan Luis Aróstegui y de qué manera se
empecina éste en decirle a Juan Vivas de todo menos
bonito. Algo que suele hacer en su Dardo de los jueves
publicados por El Faro. Una sección que le vale a su
editor para demostrar que la libertad de expresión reina en
su periódico por encima de los intereses crematísticos.
Libertad de expresión de la que usa y abusa el secretario
general de CCOO, pero que le negarían, sin duda, a cualquier
otro articulista que estuviera disfrutando de una nómina en
la Casa. La trampa es perfecta y de ella se aprovechan las
dos partes. El editor, porque le permite sacar pecho y
encima puede regodearse con las críticas acerbas que recibe
el presidente de la Ciudad. Por razones tan claras que no
necesitan ser reseñadas, si acaso no lo aconseja la
intromisión en el asunto de algún tonto con balcón a la
calle. En cuanto al sindicalista, y disfrutador de cargos
varios, con El Dardo de los jueves consigue darle
rienda suelta a la envidia que le corroe por no ser él quien
esté ocupando el sitio de Juan Vivas. A quien sigue
considerando un advenedizo en la política.
Un momento, dice mi conocido, debo aclararte que entre Juan
Vivas y Juan Luis Aróstegui existe un acuerdo por el cual
éste puede decirle impropios al presidente y de esa forma
Juan Luis tiene vía libre para arremeter también contra el
delegado del Gobierno y demás personajes pertenecientes a la
farándula política.
Me quedé con el cromo y lo he pegado en una zona media del
álbum donde acostumbro a coleccionar estampitas con escenas
de algún interés. Sobre todo porque quien lo proclama es
alguien que conoce sobradamente cómo son ambos personajes.
Aunque mucho más a Juan Luis Aróstegui. Con el cual ha
compartido risas y sinsabores. Sinsabores de ver que ni
siquiera invirtiendo dinero, mucho dinero, a favor de
Aróstegui alcanzaba éste su sueño: ser alcalde de Ceuta. Un
cargo con el que viene soñando desde que llevaba melena y se
las daba de ácrata y de simpatizar con Josif Stalin.
Precisamente, su enorme frustración por no haber obtenido
hasta ahora ese fervor popular que decide el que Juan Vivas
gane las elecciones por goleada, ha transformado a Aróstegui
en alguien que no se resigna al papel que le corresponde. Y
con grandes dosis de vanidad, pues si no es inexplicable que
esté a diario buscando ser protagonista en todos los medios
de la ciudad, y en estado de permanente excitación, trata de
convencernos de que el presidente necesita, cuanto antes,
someterse a los cuidados de un psicólogo, no vaya a ser que
un día lo veamos subido a un caballo tipo Imperioso.
En rigor, y por más que yo quiera confiar en mi conocido, no
creo que Juan Vivas esté de acuerdo con que Aróstegui lo
ofenda cada jueves en El Faro.
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