Creo haber contado ya esta
anécdota, pero no tengo el menor inconveniente en repetirla,
después de lo ocurrido, días atrás, en el Camp Nou. Donde se
celebró el partido de la desvergüenza entre las selecciones
de Cataluña y el País Vasco. Mientras tanto, Ángel Villar,
presidente de la FEF, hacía el mejor don Tancredo de su
vida.
Era Antonio Vázquez concejal de Deportes y me
pidió que hiciera una gestión para ver si era posible que
Telmo Zarra diera una conferencia en Ceuta. Me
agradó la idea, porque muchas veces había oído hablar de las
muchas cualidades que adornaban al delantero legendario. El
hombre del gol frente a Inglaterra, en el Campeonado del
Mundo celebrado en Brasil, en 1950. Y no dudé en ponerme en
contacto con quien podía servirme de enlace con él:
Manolo Delgado Meco. Manolo, a quien
conocí en su niñez, me atendió de maravilla y no dudó en
hacer posible que Zarra se me pusiera al teléfono. Y fue
entonces cuando comprendí las razones por las que los
españoles admirábamos y queríamos a un futbolista, nacido en
el País Vasco, pero español como la copa de un pino.
Zarra era afable, educado, íntimo, sencillo, y me hablaba
como si hubiésemos estado comiendo toda la vida en el mismo
plato. Me agradó tanto su conversación, que dije entre mis
conocidos que era aún mejor de lo que pensaba.
Aproveché el momento para preguntarle por el equipo de sus
amores y por el jugador a quien más admiraba y no dudó en
decirme lo siguiente:
-Mi equipo, después del Athletic, es, sin duda, el Real
Madrid. Y te diré más: la directiva del Madrid está siempre
pendiente de agasajarme por cualquier motivo. Sus directivos
son más detallistas incluso que los del Athletic. Y mi
jugador predilecto es Hugo Sánchez. Pero hazme
un favor: no se te ocurra publicarlo porque aquí no lo
entenderían, si acaso alguien leyera lo que te estoy
contando.
Corrían los años ochenta y todavía ser hincha del Athletic
Club de Bilbao o del Barcelona se podía entender. A pesar de
los pesares que todos conocemos. Y hasta se les podía
permitir a los aficionados de ambos clubes, ir de víctimas
por las ayudas que el franquismo había prestado al Madrid.
Una mentira como un templo de grande: pues Bilbao y
Barcelona se repartían los títulos de la Copa de su
Excelencia el Generalísimo, mientras los madridistas se
quedaban en la luna de Valencia. Sobre todo el Athletic, por
razones económicas y políticas que otro día explicaremos.
Pues bien, si entonces se podía entender que muchos
españoles sintieran los colores rojiblanco y azulgrana como
cosa propia, ahora me parece una cuestión de mal gusto y de
falta de amor propio, por parte de quienes celebran las
victorias de tales equipos y sufren con sus derrotas. Puesto
que los dos clubs no merecen el menor aprecio de quienes
hemos nacido en España y no sentimos españoles sin exagerar
la nota.
Y es que toda situación tiene un límite y todas las afrentas
una respuesta. Si ustedes, vascos y catalanes no quieren ser
españoles, procuren meterse sus equipos, símbolos de los
respectivos países, allá por donde Luis Aragonés
dice que no le entra ni el bigote de una gamba. Esa
situación se produjo en el Campo Nou. Un estadio donde las
selecciones de Cataluña y el País Vasco fueron simples
comparsas que sirvieron para que 40.000 tipos mostraran en
las gradas su desprecio por los españoles.
¿Cómo es posible, pues, que viendo lo que se ha visto en el
estadio azulgrana, en forma de pancartas, insultos, gritos,
escenificaciones grotescas, etc, puedan muchos españoles
seguir deseándoles el bien a Bilbao y Barcelona? Y encima,
por si fuera insuficiente, un vasco preside la FEF desde
hace veinte años. Así nos va...
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