Todos la misma mierda. Como pueden
constatar el título de este artículo se me ha quedado corto
por falta de espacio, aunque mis sesudas palabras, fruto de
una diáfana inteligencia superficial, se van a alargar unos
cuantos párrafos, ya que, una denominación del Delegado
García Arreciado, calificativa de la gentuza que provoca
vandalismo en Ceuta, me ha hecho reflexionar largo, tendido
y extendido.
Barricadas, pedradas, ataques a la autoridad, pasamontañas…
Puro y duro terrorismo urbano que es la denominación
comúnmente aceptada y nada en absoluto de “jóvenes
asilvestrados “. Una denominación eufemística que no se
corresponde en absoluto, ni con la realidad, ni con la
acepción del término “asilvestrado” que viene de “silvestre”
y este, a su vez de “selva”. Un joven asilvestrado es un
individuo del medio rural, con conductas que implican cierto
primitivismo, tipo “Le bon sauvage” “El buen salvaje” de
Rousseau. El asilvestrado se mueve en un entorno natural,
con poco contacto con el exterior y su vida es ajena a
innovaciones o avances del progreso, que le suele llegar con
cuentagotas y muy de refilón. Hoy en día y en España, tan
solo en entornos muy cerrados y aldeas rurales se pueden
encontrar a campesinos, ganaderos o pastores que, por la
falta de contacto fluido con la civilización ,no es que no
naveguen por las autopistas de Internet sino que tienen
serias dificultades para llegar al núcleo habitado más
cercano por falta de carreteras en condiciones. No obstante,
retrotraído al lenguaje actual y como calificativo
definitivo se puede llamar “asilvestrado” a un tipo muy
cateto y muy primario, de costumbres que tienen su origen
directo en la simplicidad absoluta del mundo rural más
elemental.
Disculpen, tras la parrafada, que me haya puesto en plan
maestra ladilla, gentil y marisabidilla, pero me gusta
llamar a las cosas por su nombre y tiendo, por deformación
profesional, a calificar los hechos y las acciones que
merecen un reproche penal, de manera poco eufemística, en
absoluto grimosa y, por supuesto, nada romántica. Un joven
asilvestrado tiene una pincelada de romanticismo. Unos
delincuentes que, de forma premeditada, con alevosía,
teniendo la santa paciencia de ir a comprarse pasamontañas
para no ser reconocidos ni detenidos, utilizan la violencia
urbana y ocasionan disturbios con un burdo acercamiento a
tácticas de guerrilla, no están asilvestrados, sino que son
elementos indeseables, maleantes y potencialmente peligrosos
para la sociedad. En el País Vasco, a estos mierdas de la
barricada, la gasolina y las piedras se les llama de la
“kale borroka”, es decir, borrokillas y, las pocas veces
que, los ineficaces miembros de la Ertzaintza les detienen,
si son mayores de edad son juzgados en la Audiencia
Nacional. El terrorismo callejero es terrorismo callejero. Y
vamos a comenzar a utilizar los términos y acepciones con
idoneidad de una puta vez. El terrorismo no es tan solo la
utilización de tácticas y técnicas criminales para causar
terror. Es terrorista el cabrón que pone la bomba o tiene el
detalle de explosionarse con la bomba, alta intensidad. Pero
también es terrorista cualquier hijo de puta o grupo de
hijos de puta, cuyas conductas sean susceptibles de crear
terror, miedo y pánico entre la ciudadanía, este sería un
terrorismo de mediana intensidad aplicable a la violencia,
el vandalismo y a los disturbios callejeros. ¿Y que tienen
que ver unos actos que causan terror con la vida silvestre?
Lo silvestre es bucólico y pastoril. La violencia urbana,
los atentados contra fuerzas policiales y las tácticas de
guerrilla que provocan el terror de la sociedad, ni son
bucólicas, ni son pastoriles.
Por mucho que vengan de mano de unos marginales, de
tendencias peligrosamente sociopatas y a quienes, despojados
del pasamontañas, se les calificaría, no como “borrokillas
versión sur” sino como chusmones capaces de crear una grave
alarma social con sus hechos delictivos. Delincuentes porque
cometen delitos, chusmones porque, parecen haberse
autoexcluido voluntariamente de las normas básicas de
convivencia, no las aceptan y constituyen un riesgo
evidente. Son personas peligrosas sociales y la sociedad
tiene que protegerse de ellas. Y no hay excusa. Ni me vengan
con mamoneos lacrimosos acerca de “marginalidad y exclusión
social”. Una mierda. En la España del siglo XXI quien es
marginal es porque hace de su condición una profesión, una
forma de vida y una opción voluntaria. La educación y la
cultura están al alcance de todos los ciudadanos y son
gratuitas, desde el parvulario a la universidad. Los medios
de comunicación están al alcance de todos, no hay falta de
información ni de formación. Los excluidos sociales no lo
son por falta de alternativas y de expectativas, el paro no
es ni puede ser una excusa, porque, en España sobra trabajo,
piden gente en todas las Autonomías para la agricultura,
para la construcción, para la hostelería, para el servicio
doméstico, para el sector servicios en general. ¿Qué los
parados de Ceuta no se quieren ir de Ceuta? Los parados de
Ceuta que sean españoles tienen que funcionar y evolucionar
como el resto de la ciudadanía y acudir allá donde se oferta
el trabajo . ¿O es que se creen ustedes que los
cuatrocientos mil temporeros andaluces que parten cada año
para trabajar como bestias en la vendimia francesa van a
hacer un circuito turístico? No. Van a trabajar, porque en
Francia ofrecen trabajo. Y a vivir en barracones y a ganarse
el pan y la calidad de vida con el sudor de su frente y
muchos, para ganar más dinero, siguen la campaña francesa,
la vendimia, con la siguiente campaña agrícola en Bélgica.
Y a todos esos andaluces les gustaría que les dieran el
trabajo en la esquina de su casa, en su pueblo y encima que
fueran a llevárselo a domicilio. Los temporeros portugueses
también vienen a la fresa de Huelva, cargando con toda la
familia para ensartar campaña tras campaña. Los trabajadores
se mueven y van allí donde están las posibilidades de
sustento. Porque en nuestra Europa las hay. Todas. Déjenme
por tanto de excusas intragables y de hablarme de los
profesionales de la marginalidad y de la pobreza como de
“pobres víctimas”. Ellos no son víctima de nada y sí viven
de victimizar a la sociedad, a los trabajadores,
parasitándoles desde su absoluta improductividad.
Existen, por supuesto, en nuestra realidad social, cada vez
más pobres. Se ven por las ciudades, entre cartones, a
personas con problemas mentales, abandonadas por el sistema,
a drogadictos de todo tipo, a alcohólicos, a ancianos y
ancianas desposeídos que piden un bocadillo en las puertas
de los bares. Ahí falla estrepitosamente el sistema de
protección social y se da mucho en las urbes gigantes, que
parecen fagocitar las penas y ser prolíficas en mendigos y
vagabundos, demasiado hambrientos, enfermos y aturdidos como
para ser capaces de reciclarse. Para ellos nuestro inmenso
cariño, nuestro compromiso de acción y nuestros impuestos,
que no para guardaespaldas, escoltas y coches oficiales, ni
para los profesionales de la exclusión social, chupópteros
que rechazan las oportunidades que les ofrece el sistema.
Si los del vandalismo urbano de Ceuta son marginales es una
opción como otra cualquiera, escuelas hay y oportunidades
hay. Si no tienen cultura es porque la rechazan y si atacan
al sistema no es por ideología batasunera y separatista,
como los puercos borrokillas, ni por parásitos antisistema
vocacionales como la basura del colectivo “okupa” de
Cataluña que lo que quieren es ocupar inmuebles y decir no a
la globalización, defendiendo al tiempo a los indígenas de
todo signo. A esos impresentables se les tolera en parte en
Cataluña porque son los primeros en declararse furiosamente
independentistas. Pero la escoria ceutí ¿A que ideología
pertenece? Les digo que a ninguna, no hay movimiento ni
movida política bajo la que se puedan amparar, ni
independentismo feroz al que digan pertenecer. No han sido
contaminados por unos maestros antiespañoles de ideas
radicales como los desgraciados niños vascos o catalanes. No
hay excusa moral ni hay razón, no hay bandera ni hay opción.
Repito, nada de “jóvenes asilvestrados”. Esa denominación es
un insulto cruel hacia los nobles campesinos, ganaderos o
aldeanos. Son simples delincuentes que cometen actos
delictivos y a los que hay que detener y, si son jóvenes de
menos de dieciocho años enviar a un correccional en régimen
cerrado y si son mayores a la cárcel. Los vándalos, los
violentos y los terroristas, por mucho que puedan presentar
esa enfermedad que se cura con los años, que es la juventud,
no son “muchachitos rebeldes” ni “cosas de los jóvenes” ni
hacen bromas, ni se emborrachan en el botellón y mean un
coche. Cometen delitos, crean el pánico, alarman al
entramado social y la obligación policial es detenerles y la
de los jueces juzgarles por su peligrosidad, teniendo en
cuenta la alarma que genera su conducta . En el País Vasco
acaban en la Audiencia Nacional, en Cataluña ante los
tribunales y si son extranjeros de colectivos marginales de
por ahí se les pone en la frontera. ¿Y en Ceuta se va a caer
en la cursilería eufemística de llamarles, sencillamente,
“asilvestrados”? Incluso, la ley de la selva, que es la ley
del más fuerte, tiene una lógica natural. Esta mierda no va
a la ley del más fuerte, se emboscan, se camuflan, se
disfrazan, atacan por sorpresa y sin ninguna razón, causan
daños, ponen en peligro a las personas. Son delincuentes y
son peligrosos. Saben lo que hacen y el truco está en que,
la sociedad no se lo permita y utilice toda la presión
policial y judicial para demostrar que, en Ceuta, ni se va a
permitir la kale borroka, ni se les va a excusar con
resignación porque enarbolen ikurriñas, estamos aquí y a
esos vándalos, les tenemos que joder. Y si leen estas
palabras las entenderán, no hay mucho que interpretar,
porque, mis razonamientos son muy básicos y muy fáciles de
comprender.
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