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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 11 DE OCTUBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Chusmones y borrokillas
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Todos la misma mierda. Como pueden constatar el título de este artículo se me ha quedado corto por falta de espacio, aunque mis sesudas palabras, fruto de una diáfana inteligencia superficial, se van a alargar unos cuantos párrafos, ya que, una denominación del Delegado García Arreciado, calificativa de la gentuza que provoca vandalismo en Ceuta, me ha hecho reflexionar largo, tendido y extendido.

Barricadas, pedradas, ataques a la autoridad, pasamontañas… Puro y duro terrorismo urbano que es la denominación comúnmente aceptada y nada en absoluto de “jóvenes asilvestrados “. Una denominación eufemística que no se corresponde en absoluto, ni con la realidad, ni con la acepción del término “asilvestrado” que viene de “silvestre” y este, a su vez de “selva”. Un joven asilvestrado es un individuo del medio rural, con conductas que implican cierto primitivismo, tipo “Le bon sauvage” “El buen salvaje” de Rousseau. El asilvestrado se mueve en un entorno natural, con poco contacto con el exterior y su vida es ajena a innovaciones o avances del progreso, que le suele llegar con cuentagotas y muy de refilón. Hoy en día y en España, tan solo en entornos muy cerrados y aldeas rurales se pueden encontrar a campesinos, ganaderos o pastores que, por la falta de contacto fluido con la civilización ,no es que no naveguen por las autopistas de Internet sino que tienen serias dificultades para llegar al núcleo habitado más cercano por falta de carreteras en condiciones. No obstante, retrotraído al lenguaje actual y como calificativo definitivo se puede llamar “asilvestrado” a un tipo muy cateto y muy primario, de costumbres que tienen su origen directo en la simplicidad absoluta del mundo rural más elemental.

Disculpen, tras la parrafada, que me haya puesto en plan maestra ladilla, gentil y marisabidilla, pero me gusta llamar a las cosas por su nombre y tiendo, por deformación profesional, a calificar los hechos y las acciones que merecen un reproche penal, de manera poco eufemística, en absoluto grimosa y, por supuesto, nada romántica. Un joven asilvestrado tiene una pincelada de romanticismo. Unos delincuentes que, de forma premeditada, con alevosía, teniendo la santa paciencia de ir a comprarse pasamontañas para no ser reconocidos ni detenidos, utilizan la violencia urbana y ocasionan disturbios con un burdo acercamiento a tácticas de guerrilla, no están asilvestrados, sino que son elementos indeseables, maleantes y potencialmente peligrosos para la sociedad. En el País Vasco, a estos mierdas de la barricada, la gasolina y las piedras se les llama de la “kale borroka”, es decir, borrokillas y, las pocas veces que, los ineficaces miembros de la Ertzaintza les detienen, si son mayores de edad son juzgados en la Audiencia Nacional. El terrorismo callejero es terrorismo callejero. Y vamos a comenzar a utilizar los términos y acepciones con idoneidad de una puta vez. El terrorismo no es tan solo la utilización de tácticas y técnicas criminales para causar terror. Es terrorista el cabrón que pone la bomba o tiene el detalle de explosionarse con la bomba, alta intensidad. Pero también es terrorista cualquier hijo de puta o grupo de hijos de puta, cuyas conductas sean susceptibles de crear terror, miedo y pánico entre la ciudadanía, este sería un terrorismo de mediana intensidad aplicable a la violencia, el vandalismo y a los disturbios callejeros. ¿Y que tienen que ver unos actos que causan terror con la vida silvestre? Lo silvestre es bucólico y pastoril. La violencia urbana, los atentados contra fuerzas policiales y las tácticas de guerrilla que provocan el terror de la sociedad, ni son bucólicas, ni son pastoriles.

Por mucho que vengan de mano de unos marginales, de tendencias peligrosamente sociopatas y a quienes, despojados del pasamontañas, se les calificaría, no como “borrokillas versión sur” sino como chusmones capaces de crear una grave alarma social con sus hechos delictivos. Delincuentes porque cometen delitos, chusmones porque, parecen haberse autoexcluido voluntariamente de las normas básicas de convivencia, no las aceptan y constituyen un riesgo evidente. Son personas peligrosas sociales y la sociedad tiene que protegerse de ellas. Y no hay excusa. Ni me vengan con mamoneos lacrimosos acerca de “marginalidad y exclusión social”. Una mierda. En la España del siglo XXI quien es marginal es porque hace de su condición una profesión, una forma de vida y una opción voluntaria. La educación y la cultura están al alcance de todos los ciudadanos y son gratuitas, desde el parvulario a la universidad. Los medios de comunicación están al alcance de todos, no hay falta de información ni de formación. Los excluidos sociales no lo son por falta de alternativas y de expectativas, el paro no es ni puede ser una excusa, porque, en España sobra trabajo, piden gente en todas las Autonomías para la agricultura, para la construcción, para la hostelería, para el servicio doméstico, para el sector servicios en general. ¿Qué los parados de Ceuta no se quieren ir de Ceuta? Los parados de Ceuta que sean españoles tienen que funcionar y evolucionar como el resto de la ciudadanía y acudir allá donde se oferta el trabajo . ¿O es que se creen ustedes que los cuatrocientos mil temporeros andaluces que parten cada año para trabajar como bestias en la vendimia francesa van a hacer un circuito turístico? No. Van a trabajar, porque en Francia ofrecen trabajo. Y a vivir en barracones y a ganarse el pan y la calidad de vida con el sudor de su frente y muchos, para ganar más dinero, siguen la campaña francesa, la vendimia, con la siguiente campaña agrícola en Bélgica.

Y a todos esos andaluces les gustaría que les dieran el trabajo en la esquina de su casa, en su pueblo y encima que fueran a llevárselo a domicilio. Los temporeros portugueses también vienen a la fresa de Huelva, cargando con toda la familia para ensartar campaña tras campaña. Los trabajadores se mueven y van allí donde están las posibilidades de sustento. Porque en nuestra Europa las hay. Todas. Déjenme por tanto de excusas intragables y de hablarme de los profesionales de la marginalidad y de la pobreza como de “pobres víctimas”. Ellos no son víctima de nada y sí viven de victimizar a la sociedad, a los trabajadores, parasitándoles desde su absoluta improductividad.

Existen, por supuesto, en nuestra realidad social, cada vez más pobres. Se ven por las ciudades, entre cartones, a personas con problemas mentales, abandonadas por el sistema, a drogadictos de todo tipo, a alcohólicos, a ancianos y ancianas desposeídos que piden un bocadillo en las puertas de los bares. Ahí falla estrepitosamente el sistema de protección social y se da mucho en las urbes gigantes, que parecen fagocitar las penas y ser prolíficas en mendigos y vagabundos, demasiado hambrientos, enfermos y aturdidos como para ser capaces de reciclarse. Para ellos nuestro inmenso cariño, nuestro compromiso de acción y nuestros impuestos, que no para guardaespaldas, escoltas y coches oficiales, ni para los profesionales de la exclusión social, chupópteros que rechazan las oportunidades que les ofrece el sistema.

Si los del vandalismo urbano de Ceuta son marginales es una opción como otra cualquiera, escuelas hay y oportunidades hay. Si no tienen cultura es porque la rechazan y si atacan al sistema no es por ideología batasunera y separatista, como los puercos borrokillas, ni por parásitos antisistema vocacionales como la basura del colectivo “okupa” de Cataluña que lo que quieren es ocupar inmuebles y decir no a la globalización, defendiendo al tiempo a los indígenas de todo signo. A esos impresentables se les tolera en parte en Cataluña porque son los primeros en declararse furiosamente independentistas. Pero la escoria ceutí ¿A que ideología pertenece? Les digo que a ninguna, no hay movimiento ni movida política bajo la que se puedan amparar, ni independentismo feroz al que digan pertenecer. No han sido contaminados por unos maestros antiespañoles de ideas radicales como los desgraciados niños vascos o catalanes. No hay excusa moral ni hay razón, no hay bandera ni hay opción.

Repito, nada de “jóvenes asilvestrados”. Esa denominación es un insulto cruel hacia los nobles campesinos, ganaderos o aldeanos. Son simples delincuentes que cometen actos delictivos y a los que hay que detener y, si son jóvenes de menos de dieciocho años enviar a un correccional en régimen cerrado y si son mayores a la cárcel. Los vándalos, los violentos y los terroristas, por mucho que puedan presentar esa enfermedad que se cura con los años, que es la juventud, no son “muchachitos rebeldes” ni “cosas de los jóvenes” ni hacen bromas, ni se emborrachan en el botellón y mean un coche. Cometen delitos, crean el pánico, alarman al entramado social y la obligación policial es detenerles y la de los jueces juzgarles por su peligrosidad, teniendo en cuenta la alarma que genera su conducta . En el País Vasco acaban en la Audiencia Nacional, en Cataluña ante los tribunales y si son extranjeros de colectivos marginales de por ahí se les pone en la frontera. ¿Y en Ceuta se va a caer en la cursilería eufemística de llamarles, sencillamente, “asilvestrados”? Incluso, la ley de la selva, que es la ley del más fuerte, tiene una lógica natural. Esta mierda no va a la ley del más fuerte, se emboscan, se camuflan, se disfrazan, atacan por sorpresa y sin ninguna razón, causan daños, ponen en peligro a las personas. Son delincuentes y son peligrosos. Saben lo que hacen y el truco está en que, la sociedad no se lo permita y utilice toda la presión policial y judicial para demostrar que, en Ceuta, ni se va a permitir la kale borroka, ni se les va a excusar con resignación porque enarbolen ikurriñas, estamos aquí y a esos vándalos, les tenemos que joder. Y si leen estas palabras las entenderán, no hay mucho que interpretar, porque, mis razonamientos son muy básicos y muy fáciles de comprender.
 

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