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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 11 DE OCTUBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los jardines de Elena
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Estimada Elena Sánchez: se me viene a la memoria, nada más escribir tu nombre, lo que dijera el poeta en su día: “¡Qué solos se quedan los muertos!”. Por ello, se recomienda a los deudos y amigos de los finados, que los recuerden a cada paso, para que así permanezcan entre nosotros. De manera que no se vayan desdibujando sus figuras y terminen por convertirse en una vaga referencia a los pocos meses de haber cumplido con el tránsito por el cual todos hemos de pasar.

Mira, Elena, dado que antes de ocurrir lo tuyo, allá en una habitación de hotel madrileño, nosotros solíamos conversar mucho, siento la necesidad de contarte cosas de Ceuta. Sí; de una tierra de la que tú te prendaste y decidiste vivirla con la intensidad que ofrece la política activa. Y lo hacías en primera línea: aceptando cargos importantes y rodeada de mastines carentes de ladridos pero peligrosos en extremo. Andabas siempre, pues, expuesta a las dentelladas de esos canes que no te perdían de vista y que buscaban la oportunidad de hincarte los dientes en ese tu cuerpo frágil y que terminó por romperse.

Mira, Elena, la última vez que le dijiste a tu secretaria que querías hablar conmigo, acudí a tu despacho, deprisa y corriendo, porque dos días antes te había visto decaída y me hablabas con un deje de tristeza inconfundible, en alguien que se siente acosada. Y acerté. Fue cuando te sinceraste conmigo y me pusiste al tanto de ciertas persecuciones que no entendías. Sin embargo, cuando yo te di mi opinión al respecto, me respondiste tan rauda como convencida de lo que decías:

-Nunca haría yo nada que perjudicase a Juan Vivas.

Es más, me constaba ya que cualquier contrariedad con el presidente, debido a disparidad de criterios, te causaba trastornos y te hacía pasar un mal rato. Porque tú sabías que había individuos dispuestos siempre a contar de ti historias para no dormir. Eran quienes no aceptaban, de ninguna manera, que una recién llegada al partido hubiera escalado puestos hasta conseguir ser una pieza destacada, quizá la que más, del Gobierno del PP.

Mira, Elena, Juan Vivas, a quien tú diste cobijo cuando su etapa en la Delegación del Gobierno, inauguró el lunes pasado, unos jardines que llevan tu nombre. Jardines que están enfrente del lugar donde tú vivías; concretamente en el Sardinero. Y ante tu busto, que por cierto ha quedado la mar de bien, y tras descubrir una placa, el presidente recordó lo dispuesta que estabas siempre para trabajar; también refirió que eras una mujer íntegra; y, como ya es costumbre, habló de tu honradez. Y al leerlo, ya conoces de qué manera me gusta analizarlo todo, he pensado que si no hubieras sido persona honorable, a prueba de bomba, ya te habrían despellejado en plaza pública, incluso en tu situación.

Mira, Elena, te lo digo porque ya estoy cansado de oír que a cuento de qué se ha dispuesto que unos jardines lleven tu nombre; te lo digo porque a cada paso sacan a relucir que hay personas nacidas en Ceuta, con mayor derecho a ser distinguidas como lo has sido tú; y porque tus enemigos, amiga, si bien no han podido denigrarte después de muerta, se han dedicado a desmerecer tus méritos en todos los sentidos.

Mira, Elena, ya no te canso más con esta misiva, que se está haciendo larga. Juan Vivas te ha premiado la lealtad. Que no es más que un comportamiento donde nunca tuvieron cabida las cosas que se suelen dar en patio de Monipodio. Ese patio de casa que frecuentan quienes te detestaban. Y en el cual predomina la falta de honradez, los secretos inconfesables y el engaño por sistema. Ah, se me olvidaba: cada día, y desde hace ya su tiempo, no dejo de visitarte en tus jardines. Puesto que me hace bien. Y quiero que lo sepas
 

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