Está comprobado que uno nunca debe
decir de esta agua no beberé. Por más que bien podría alegar
motivos para justificarme. Fue airear que nunca había visto
El Rondo, programa dedicado al fútbol en la 1 de
tve, y verme al día siguiente sentado en cómoda butaca
de sala de estar, como espectador de un bodrio montado para
deteriorar aún más la imagen de un deporte que está siendo
envilecido por ciertos periodistas.
Aunque, y he aquí la gravedad del asunto, ayudados por
profesionales del balón que bien acuden al plató a la
búsqueda de dinero o para mantener una actualidad de la cual
ya no disfrutan. De no ser así, uno no comprende que
pintaban allí Joaquín Caparrós, Lobo Carrasco, Karpin,
y Manolo Sánchez.
Nada más finalizar el partido Suecia-España, de triste
recuerdo, me quedé ante el televisor para ver el comienzo de
una serie, titulada La dársena de poniente. Y a
renglón seguido, y en vista de que lo sucedido ante los
suecos me había producido insomnio, decidí conocer de qué
manera se desarrollaba El Rondo: un programa del que la
gente habla y no acaba.
Apenas habían pasado unos minutos, entendí perfectamente lo
que allí se intentaba: ganar audiencia a costa de
charlatanes que se gritaban entre ellos, que se
desautorizaban con chabacanerías, que trataban de hacerse
los graciosos mientras miraban a una claque que apludía a
rabiar en cuanto el regidor lo ordenaba.
Aún me parece estar viendo a un tal Roberto Gómez, a
quien parece que los mandas del programa han descubierto
como bufón muy principal para mantener la tensión del
espacio, con la sonrisa enmarcada por la cara abobada de una
persona que está viviendo su momento estelar.
De sus compañeros, periodistas ellos también, siento
recordar sólo al que se llama José Vicente Hernáez. A
los otros dos, nunca los había visto antes, pero si estaban
en el programa es porque seguro que trabajan en medios
destacados.
A todos les perdía, sin duda, el chamulle con que se
empleaban: una especie de vacile, que mezclaban con
arrogarse unos conocimientos que no tenían y que bien
podemos ver en las tertulias entre aficionados de tono
menor. Más o menos de gente que gusta emplear la chufla
cuando habla de fútbol, para ocultar que no sabe una papa de
cuanto dice.
Viendo El Rondo, y hasta su puesta en escena, es
decir, la presencia de Juan Carlos Rivero investido
de seriedad, formando cabecera con Quique Guasch,
siempre en su papel de vigilante de la playa, uno cae en la
cuenta de que el programa busca hacerse hueco entre los
espacios que han encontrado un filón de oro traficando con
la miseria y la vulgaridad. En este caso, a costa de
denigrar el deporte rey y convertir a sus protagonistas en
monigotes con los cuales cebarse en los momentos que pintan
bastos.
Es verdad que Luis Aragonés, de rabiosa actualidad
por cómo ha desvariado en los últimos meses, merece ser
criticado. Pero ha de hacerse mediante la exposición de los
hechos de que se le acusa. Entablándose el diálogo correcto
entre los que son llamados como contertulios a cualquier
programa donde se haya decidido emitir pareceres al
respecto. Todo antes que lo ofrecido por El Rondo. Donde los
periodistas, a voz en cuello, trataban de rivalizar en decir
las mayores paridas, a fin de ganarse a un público que se lo
pasa mejor con periodistas bufones que con los que puedan
enseñarles los secretos del fútbol. Lo que hagan tales
periodistas, de verdad que me la traen floja. Ahora bien,
que frente a ellos se sienten, asintiendo, Caparrós, Karpin,
Lobo Carrasco y Manolo, me parece aún más grave. Que los
detengan ya mismo.
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