Muhammad Yunus caminaba ayer de
tarde por la Gran Vía con parsimonia, casi ajeno a la
ceremonia que poco después protagonizaría, al ser el
galardonado del Premio Convivencia 2006. Yunus ha dejado, a
su paso por Ceuta, un poso de reflexión en las tazas de los
ceutíes. Es un hombre agradable aunque extremadamente
directo en sus respuestas, no en vano ha dejado en sus
entrevistas frases llenas de poesía y pragmatismo aunque
parezca una aleación imposible: “Sueño con un mundo en que
la pobreza esté en los museos”, espetaba ayer el bangladeshí
con una sonrisa en los labios. Yunus no rechaza el sistema
sobre el que se asienta la humanidad, aunque sea
tremendamente injusto para millones de personas. Yunus no
pretende una revolución que rompa definitivamente con lo
establecido. Yunus no defiende la lucha escandalosa; ni
plantea cada obstáculo como una batalla a vida o muerte. El
banquero de los pobres enarbola una bandera silenciosa, que
prácticamente no hace ruido, pero que da frutos
numéricamente alucinantes: más de 22.000 empleados, casi
todas mujeres, y 6,5 millones de prestatarios, de nuevo
mujeres en su mayoría. Es una revolución silenciosa que
pretende humanizar un sistema económico y social que ya
existe y que pesa sobre nuestras cabezas. Ante la enormidad
de la coyuntura, Yunus optó por ir poco a poco, fijarse en
la pobreza de su entorno y tratar de girar la rueda.
Microcréditos que comenzaron siendo de 27 dólares diarios y
que han acabado convirtiéndose en 3,5 millones por jornada.
Todo un milagro teniendo en cuenta la dinámica planetaria
donde, si nos ponemos positivos, sólo se premia lo inmediato
y lo que genera riqueza rápidamente. Yunus no quiere romper
sino lijar, excarvar, remover, completar, remendar o
movilizar. Un camino silencioso que, a todas luces, es mucho
más valioso y fructífero que las grandes invasiones, las
monstruosas batallas y las increíbles promesas de los
grandes del planeta. Humildad.
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