Tras las ventanas del sueño
contemplo pasar meditabundos seres humanos, como si a las
flores del mundo les hubiera amilanado la escarcha. Yo
también lamento esta frialdad de otoño que me aqueja y no
encuentro lugar para calentar el alma. Si alguien lo tiene
que me lo comunique. Este paraíso artificial, donde se muere
más que se vive, me ha partido los labios del verso. En
consecuencia, pido un salvavidas poético, tan hondo como
dejar a la existencia que nos viva, porque sólo ella es
bella. Sentir pura la vida, que nadie la marchite, nos eleva
a la dulce armonía que tanto necesitamos, porque andamos
escasos de estética, en hostilidad perenne.
El vicio todo lo contamina. Con urgencia, así lo pienso,
debemos despojarnos de ese impuro contagio que nos mata a
destiempo. Se habla que, en España, la cifra de personas que
fallece por la elevada concentración de sustancias
contaminantes asciende a miles de miles de personas. Nos
llega poco aire limpio al corazón para oxigenar las ofensas.
¿Dónde están los actores de la política medioambiental?
Precisamos una buena dosis de esplendor para clarear
horizontes. Ya no es fácil ni construir castillos en el
aire, el humo del progreso y los propios humos de los
humanos, nos impiden respirar el perfume de la rosa; hoy
convertida, cantidad de veces, en polvo y ceniza.
Parece que vamos al reino de la perversión por el camino de
la vida desordenada, donde los poderosos se comen a los
frágiles. Ciertamente, a juzgar por los hechos, los débiles
siguen siendo los más perjudicados en esta selva de otoños
enlutados y de inviernos sangrientos. Este año está siendo
especialmente negro para los niños en conflictos armados,
según informa la Relatora de las Naciones Unidas que se
ocupa de los menores en esa situación, Radhika Coomaraswamy.
Al presentar su informe anual ante el Consejo de Derechos
Humanos de la ONU, en Ginebra, Coomaraswamy señaló que en la
reciente guerra del Líbano murieron más niños que
combatientes. “Esto demuestra que se ha entrado en una era
peligrosa en la que los principios básicos del derecho
humanitario internacional, pilar de todo nuestro trabajo, se
está poniendo bajo cuestionamiento”, subrayó la experta. Un
SOS que no debiera dejar indiferente a ninguna nación.
Considero, y estaría mejor que todos así lo considerásemos,
que es hora de que las naciones se unan y persigan a estos
leones que siegan primaveras de esperanza, hagan justicia,
que los niños no tienen pasado, sino presente para gozarlo y
el futuro (que también es el nuestro) pende de ellos.
El otoño también nos trae más terrorismo doméstico, donde
los niños corren peligro y sufren lo suyo. La legión de
violentos se reproduce como las cucarachas. Son frutos del
tiempo; de una época en la que se ha identificado al hombre
con la fuerza y a la mujer con la sumisión. En esta
cuestión, creo que se podría hacer más. Por ejemplo,
fomentar terapias de rehabilitación. Estoy seguro que habrá
maltratadores deseosos de mudar de aires y no pueden.
Necesitan la ayuda de un profesional, capaz de introducir
las motivaciones suficientes para modificar actitudes. Las
personas, cuando quieren, sí pueden ser otro hombre. Tienen
medio camino andado, el otro medio está en manos del guía.
Démosle, pues, medios y buenos mentores para salir del
entuerto. Se trata de algo tan simple como educar personas
que, una vez rehabilitadas, se conviertan ellas mismas en
educadores, generando un círculo virtuoso que pueda poco a
poco extenderse a todos los ámbitos de la sociedad, hasta
hacerla ellos mismos cambiar por su propio cambio. No hay
mejor testimonio de luz que el ofrecido por la gente que ha
vivido en la sombra. Seguramente así restaríamos escándalos
que inducen a hacer el mal y sumariamos quietudes que
inducen a cultivar el bien.
En cualquier caso, me da miedo esa libertad que huye de la
evidencia. Vivir en la verdad sería una buena manera de
disfrutar de una primavera otoñal. “Queremos saber la
verdad”, dice uno de los lemas de la Asociación Víctimas del
Terrorismo. Y es cierto, la verdad por si misma, nos
tranquiliza. Al igual que menospreciamos la mística que se
esconde tras la caída del amarillo en el otoño, también lo
hacemos con la verdad. Para botón de muestra, el diluvio de
informaciones deformadas que nos entran por los oídos a
diario ¿Qué decir de la aireada práctica política de poner
la etiqueta de enemigo a quienes no comparten las mismas
posiciones, para mejor reducirlos al silencio,
atribuyéndoles palabras que nunca dijeron o acciones que
nunca realizaron? En la base de todas estas formas ruines de
falsedad continua, la mentira más grande radica en no
creernos lo que somos y en ser incapaces de llamar a las
cosas que nos pasan por su nombre. No se puede hacer la
vista larga, hay que denunciarlo para ayudar al canje de
modos, modales y mentalidades.
Vivimos tiempos de contradicción, la incoherencia nos rige.
Por una parte hacemos fervientes declaraciones a favor de la
paz y, por otra, llenamos el mundo de armas. Somos así de
contradictorios, aunque pasen los otoños por nosotros.
Flaubert, ya nos lo advirtió: “no le demos al mundo armas
contra nosotros, porque las utilizará”. Un inmenso campo
otoñal, repleto de abecedarios que nos empapan la tierra,
puede servirnos para reconstruir un nuevo jardín, fundado
sobre la autenticidad de los pinceles que nos pintan las
estaciones del año. Sí, ésta es mi convicción: el otoño
fortalece la paz del invierno, que la primavera resucita y
el verano engalana. Las energías humanas, generadas bajo un
clima de sinceridad, son también como esas estaciones,
fuente de luz y manantial de paz. La verdad nos aproxima
siempre. Es cuestión de buscarla, como buscan esas
volanderas hojas del otoño escribir nuestra propia vida.
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