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OPINIÓN - DOMINGO, 8 DE OCTUBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Éxito y fracaso
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Leer a Martín Ferrand, columnista de ABC, es una gozada de la que procuro no privarme salvo causa mayor. Así, cada mañana, en ese primer repaso que le doy a la prensa a través de Internet, antes de ponerme a escribir, busco lo escrito por el maestro Ferrand con el interés que en mí despierta lo que dice, y sobre todo por cómo lo dice. Es decir, de manera que no se puede mejorar. Por lo que lleva ya mucho tiempo ejerciendo de clásico. Lo cual no es moco de pavo. Por tal motivo, no creo que al extraordinario periodista le moleste que yo le tome prestado un párrafo de su artículo de ayer, llamado los Fantasmas de Aznar, a fin de darle vida a esta columna.

“Un hombre sin experiencia en fracasos y vapuleos, será un inconsciente peligroso. El éxito enseña poco y aconseja mal mientras que la desventura, con tal de no volverse crónica, constituye una escuela en la que se fraguan los talentos y se aprende que el esfuerzo y la voluntad pueden tanto, o más, que el ingenio y la fortuna”.

Fue Borges quien dijo que el éxito y el fracaso son unos impostores. Si bien nunca nos dijo en que consiste el triunfo de los perdedores. Por más que uno, zarandeado tantas veces por la corriente del río de la vida, entienda que ese triunfo quizá esté en caer y levantarse, más de una vez, sin mirar hacia atrás y sin quejarse jamás de lo emprendido y que nunca llegó a buen fin. Y es que el hombre nace queriendo ser muchas cosas y acaba, en bastantes ocasiones, por representar otro papel distinto al cual había aspirado.

Según el párrafo de Martín Ferrand, que yo comparto, los fracasos, las críticas acerbas, las desgracias o daños grandes, no sólo obligan al hombre a echar mano de ese segundo aliento, convertido en voluntad y espíritu de sacrificio, para poder salir a flote de sus graves contratiempos, sino que lo hace mejor en todos los sentidos. Mejor de corazón, no de boquilla. Y, desde luego, le permite echar mano de la razón a cada paso para dejar de ser un peligro constante. Máxime si hablamos de alguien que tiene responsabilidades de suma importancia.

Hay personas que llegaron al éxito sin grandes esfuerzos. O mejor dicho: con la ayuda que a otras se les negó. Y que, además, tuvieron siempre una prensa favorable y unos excelentes bardos de sus hazañas. Algo que ha ocurrido siempre y que seguirá ocurriendo. Y todo porque no es lo mismo, empecemos por poner un ejemplo taurino, llamarse Rivera Ordóñez, que Celestino de la Fuensanta. Luis Aragonés, que Pepe Trompi, en lo tocante a entrenadores. Y así podríamos seguir enumerando nombres de profesionales que representan los éxitos y los fracasos. Los primeros han accedido al triunfo con gran facilidad, por más que haya que reconocerles que se han mantenido. Aunque sin haber sufrido la demoledora presión que otros muchos profesionales que se quedaron en el camino por carecer de esas ayudas primordiales en sus comienzos.

Luis Aragonés tuvo la suerte de encontrase en su vida a Vicente Calderón. Un presidente que lo hizo entrenador del Atlético sin que Zapatones hubiera entrenado a nadie. Y supo aguantar todas las impertinencias y desvaríos del que dieron por llamar sabio. Luis ha sido, durante muchos años de su vida profesional en los banquillos, el entrenador mejor tratado por la prensa en general y por todos sus compañeros. Parecía intocable. Y pobre de quien se atreviera a ir más allá de donde Luis hubiera trazado la linde. Era un hombre afortunado. Ahora, en cambio, está continuamente expuesto en plaza pública. A merced de toda la España que lo ve como enemigo. Y juegan con él al abejorro. ¿Sabrá levantarse?... Es lo que uno le desea a madrileño tan castizo.
 

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