Leer a Martín Ferrand,
columnista de ABC, es una gozada de la que procuro no
privarme salvo causa mayor. Así, cada mañana, en ese primer
repaso que le doy a la prensa a través de Internet, antes de
ponerme a escribir, busco lo escrito por el maestro Ferrand
con el interés que en mí despierta lo que dice, y sobre todo
por cómo lo dice. Es decir, de manera que no se puede
mejorar. Por lo que lleva ya mucho tiempo ejerciendo de
clásico. Lo cual no es moco de pavo. Por tal motivo, no creo
que al extraordinario periodista le moleste que yo le tome
prestado un párrafo de su artículo de ayer, llamado los
Fantasmas de Aznar, a fin de darle vida a esta columna.
“Un hombre sin experiencia en fracasos y vapuleos, será un
inconsciente peligroso. El éxito enseña poco y aconseja mal
mientras que la desventura, con tal de no volverse crónica,
constituye una escuela en la que se fraguan los talentos y
se aprende que el esfuerzo y la voluntad pueden tanto, o
más, que el ingenio y la fortuna”.
Fue Borges quien dijo que el éxito y el fracaso son
unos impostores. Si bien nunca nos dijo en que consiste el
triunfo de los perdedores. Por más que uno, zarandeado
tantas veces por la corriente del río de la vida, entienda
que ese triunfo quizá esté en caer y levantarse, más de una
vez, sin mirar hacia atrás y sin quejarse jamás de lo
emprendido y que nunca llegó a buen fin. Y es que el hombre
nace queriendo ser muchas cosas y acaba, en bastantes
ocasiones, por representar otro papel distinto al cual había
aspirado.
Según el párrafo de Martín Ferrand, que yo comparto, los
fracasos, las críticas acerbas, las desgracias o daños
grandes, no sólo obligan al hombre a echar mano de ese
segundo aliento, convertido en voluntad y espíritu de
sacrificio, para poder salir a flote de sus graves
contratiempos, sino que lo hace mejor en todos los sentidos.
Mejor de corazón, no de boquilla. Y, desde luego, le permite
echar mano de la razón a cada paso para dejar de ser un
peligro constante. Máxime si hablamos de alguien que tiene
responsabilidades de suma importancia.
Hay personas que llegaron al éxito sin grandes esfuerzos. O
mejor dicho: con la ayuda que a otras se les negó. Y que,
además, tuvieron siempre una prensa favorable y unos
excelentes bardos de sus hazañas. Algo que ha ocurrido
siempre y que seguirá ocurriendo. Y todo porque no es lo
mismo, empecemos por poner un ejemplo taurino, llamarse
Rivera Ordóñez, que Celestino de la Fuensanta. Luis
Aragonés, que Pepe Trompi, en lo tocante a entrenadores.
Y así podríamos seguir enumerando nombres de profesionales
que representan los éxitos y los fracasos. Los primeros han
accedido al triunfo con gran facilidad, por más que haya que
reconocerles que se han mantenido. Aunque sin haber sufrido
la demoledora presión que otros muchos profesionales que se
quedaron en el camino por carecer de esas ayudas
primordiales en sus comienzos.
Luis Aragonés tuvo la suerte de encontrase en su vida a
Vicente Calderón. Un presidente que lo hizo entrenador
del Atlético sin que Zapatones hubiera entrenado a
nadie. Y supo aguantar todas las impertinencias y desvaríos
del que dieron por llamar sabio. Luis ha sido, durante
muchos años de su vida profesional en los banquillos, el
entrenador mejor tratado por la prensa en general y por
todos sus compañeros. Parecía intocable. Y pobre de quien se
atreviera a ir más allá de donde Luis hubiera trazado la
linde. Era un hombre afortunado. Ahora, en cambio, está
continuamente expuesto en plaza pública. A merced de toda la
España que lo ve como enemigo. Y juegan con él al abejorro.
¿Sabrá levantarse?... Es lo que uno le desea a madrileño tan
castizo.
|