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OPINIÓN - SÁBADO, 7 DE OCTUBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Hermanamiento
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hubo un tiempo en el cual yo me sentaba a leer la prensa en la Cafetería Real. Y hasta allí acudían algunos políticos a darme la tabarra. Me contaban sus historias, en algunos casos cuentos de nunca acabar, y me hacían armarme de paciencia y educación, para no mandarlos donde los chirlos mirlos. Un día, cuando Juan Vivas esperaba ser investido presidente, creo recordar que era sábado y de buena mañana, se presentaron en la cafetería varias personas, a cuyo frente iba Javier Arenas. Los acompañantes, cito de memoria, me parece que respondían al nombre de Francisco Olivencia, Francisco Antonio González, y un tal Reina, que era, entonces, secretario de Estado de no sé qué.

El local estaba vacío, y por tanto había mesas suficientes y mejor situadas que la que yo solía ocupar. Pero, por algo que nunca he entendido, el grupo eligió acomodarse en una que estaba a mi vera. Y allá que se pusieron a pegar la hebra sin ningún tipo de miramiento. Por consiguiente, pude enterarme de unos comentarios tan imprudentes cual chuscos, que rayaban en la grosería. Tal es así, que siempre he mantenido la siguiente duda: ¿se sentaron allí para que yo supiera qué pensaban ellos de Juan Vivas o acaso fue un descuido inconcebible de Javier Arenas y sus acompañantes?

Sea como fuere, aquella conversación y las opiniones que allí se dieron sobre la personalidad de quien iba a ser investido presidente, me dejaron un mal sabor de boca. Y fue a partir de entonces, créanme, cuando me sentí más de cerca de Vivas que nunca jamás había estado. Entre otras razones porque las relaciones entre Vivas y yo eran inexistentes desde hacía ya mucho tiempo.

Debo confesar, además, que a mí me caía la mar de bien Javier Arenas. Me gustaba su forma de comportarse y, justicia obliga, lo había hecho muy bien en el Ministerio del Trabajo. Incluso me hacía gracia su forma de imitar a Charles Boyer. Esa forma de arquear la ceja izquierda, acompañada de un visaje inconfundible en el astro francés.

Aunque, tras oírle aquella mañana sabatina, en la Cafetería Real, me entraron ganas de acercarme a él y preguntarle por la persona que lo había engañado en relación con el proceder de Vivas y, sobre todo, reprocharle que lo manifestara sin ningún recato delante de un extraño.

Varias veces he intentado preguntarle a Javier Arenas por aquel desliz, y desde luego por algo más principal: qué milagro se ha obrado para que él haya pasado de ver a Vivas como alguien de escasa o nula relevancia a tenerlo por uno de los políticos más destacados de su partido.

La última vez que traté de inquirirle al respecto, fue en Sevilla, durante una conferencia en la cual participaron Imbroda y Vivas. Pero el presidente del PP en Andalucía, Javier Arenas, me dio un regate genial y allá que salió embalado hacia la puerta de salida.

No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que alguien le dijo, en su día, que si se dejaba entrevistar por mí una de las preguntas sería, sin remisión, la siguiente: ¿Por que pusieron ustedes de vuelta y media a Vivas en la Cafeteria Real, el día en el cual usted tenía que hacer de maestro de ceremonias de la investidura? Y, claro, no quiere verme ni en pintura.

De cualquier manera, me imagino que Javier Arenas, más listo que un ratón colorado, habrá ya deslizado bajo cuerda a nuestro presidente el nombre de quién lo indujo a cometer tamaño error. Y que nuestro presidente, dada su bonhomía, se lo habrá perdonado.

Aun así, lo mejor que podría hacer el presidente de los populares andaluces, si de verdad tiene en tan alta estima a Juan Vivas y su afecto por él es tan elevado, es dejar de organizar hermanamientos envenenados como el que se ha celebrado en Málaga.
 

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