Confieso, sin ningún rubor, que
habré oído dos veces en mi vida a José Ramón de la Morena;
que jamás he visto El Rondo, así como suena; que nunca he
sentido curiosidad por enchufarme a ese programa que llaman
Maracaná, y que cada vez que veo jugar a Congo
pienso en lo bien que haría el Madrid en no prestarle la más
mínima atención a las recomendaciones que le haga Maldini.
Y no sólo el Madrid, sino cualquier otro equipo al cual se
dirija.
Maldini es un documentalista, como otros muchos, que se ha
creído a pie juntillas que sabe de fútbol. Como si estar
delante de catorce parabólicas y viendo veinte videos al
día, concediera conocimientos balómpedicos suficientes para
dar lecciones magistrales. Mi desafecto por estas criaturas
que hablan del deporte rey como papagayos no es de ahora,
sino que viene de largo. De cuando uno trataba de hacerse un
sitio en el escalafón de los mejores entrenadores y
comprobaba que una mayoría de periodistas no sabía una papa
de lo que hablaba o escribía.
Los mejores, en aquel tiempo, donde los medios técnicos eran
muy inferiores, solían ser los críticos dispuestos a saber
cómo y por qué los profesionales decidían tal o cual
alineación y la manera de jugarle al rival. Escuchaban
atentamente las explicaciones de quien se iba a sentar en el
banquillo y luego podían hacer unas crónicas explicativas,
interesantes e instructivas para los aficionados. Crónicas
que los lectores leían con avidez. Porque contaban si lo
ideado por el entrenador había salido bien o mal.
Vengo observando, desde hace ya muchísimo tiempo, que casi
todos los comentarios de los partidos que veo están
salpicados de mentiras continuas y despropósitos
inconcebibles, en televisiones de tanto fuste. Verbigracia:
no se puede hacer peor que lo hicieron en Canal Plus de
pago, los señores encargados de glosar y narrar el
Madrid-Atlético. Y la pena es que Amavisca y
Pedraza han sido futbolistas de talla. Qué manera de
decirnos lo obvio y qué enorme carencia en cuanto a
detallarnos situaciones que ellos, por haber sido
profesionales, deben conocer. De no ser así, qué pintaban
ocupando una plaza a la vera de un narrador que gritaba con
histeria las acciones del jugador que le tiene comida la
sesera.
Tampoco se salvan las crónicas en los papeles -me refiero a
los periódicos de más tiradas-. Uno lee cada semana lo
mismo. Que si la posesión del balón ha sido vital, que si el
equipo carece de “jugones”, que si el “portero volador” ha
vuelto a salvar a su equipo de la derrota, que si
Cannavaro es un desastre, que si el Niño Torres
-¿cuando se hará hombre?- bla, bla, bla.
Una comedia encabezada siempre por Raúl, desde hace
mucho tiempo, y en la que ahora ha entrado, como actor
secundario, Emerson. Y yo me pregunto: ¿tan malo
puede ser un futbolista de la selección brasileña y alguien
que ha jugado a pleno rendimiento en Italia? ¿Se acuerdan
ustedes de cómo actuaban Emerson y Vieira en el
Juventus?
Decir que Emerson está jugando bien sería mentir. Pero hay
que reconocer que el conjunto de Capello está pensado
para presionar muy arriba a los rivales y, cuando pierde el
balón, sus jugadores necesitan replegarse en bloque al medio
terreno. Lo que se conoce por repliegue intensivo. Una
acción que el equipo no está aún en condiciones físicas para
realizarla con la frecuencia necesaria. Y, por encima de
todo, porque los centrales, quiza dos de los cuatro o cinco
mejores del mundo, están llenos de dudas. Y cada vez quieren
alejarse menos de su portería. ¿Razón? Un portero egoísta,
que no sabe jugar con los pies y que jamás colabora con los
compañeros. Un desastre.
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