Alguien dijo que la política es
como patinar sobre ruedas. Se va en parte a donde se desea,
y en parte a donde le llevan a uno esos malditos patines. Me
gustaría, pues, preguntarle a Zapatero cuál ha sido
su caso en lo tocante a visitar Ceuta y Melilla. Así
empezaba yo esta columna cuando arribó a Ceuta el presidente
del Gobierno. Luego, después de considerar la visita de
crucial, aclaraba lo siguiente: La importancia de la visita
de ZP tiene más valor por el hecho de que ni González
ni Aznar pusieron sus pies, siendo presidentes, en
esta ciudad. De no haber sido así, ver a ZP pasear por
nuestras calles habría sido algo normal. Tan normal como
cuando lo vemos por televisión dándose un garbeo por
Logroño, Teruel, Sevilla, etc.
No cabe la menor duda de que los patines que trajeron a
Ceuta al presidente fueron los hechos graves ocurridos en la
valla fronteriza y, cómo no, su metedura de pata en la
cumbre Hispano-Marroquí, celebrada en Sevilla. Aquel
silencio ante el ministro marroquí y el trago de agua para
poder digerir su error, lo comprometieron de manera que la
única salida fue echarse para adelante y anunciar en el
Senado, durante el debate del Estado de las Autonomías, que,
nada más comenzar el año, viajaría a Ceuta y Melilla. Cierto
es que tal anuncio sorprendió a propios y extraños, y que
bien pronto la oposición empezó a poner en duda que el
presidente cumpliera lo dicho. No obstante, ZP cumplió su
promesa y se presentó en ambas ciudades. Un golpe de efecto
que encandiló a los suyos y dejó tocados de un ala a sus
adversarios.
Los socialistas de Ceuta vivieron unos momentos
extraordinarios y gozaron de lo lindo con el gesto del
presidente. Fueron horas inolvidables, me consta, para
Antonia María Palomo y para cuantos
socialistas de verdad llevan mucho tiempo aguantando
desaires y comentarios falsos sobre la falta de ceutismo que
les achacan. Como si ellos no hubieran nacido en esta tierra
y no quisieran lo mejor para ella. De ahí que ver al
presidente del Gobierno transitar por las calles, sin perder
en ningún momento la sonrisa y mostrándose tan cercano y
afable, me hizo pensar que el partido socialista de Ceuta
podría remontar el vuelo en sitio donde innumerables
ciudadanos votan al PP, porque creen que con sus gobernantes
están más protegidos de las continuas afrentas que no cesan
por parte de las autoridades marroquíes. Pues bien, de
aquella visita crucial, casi nadie se acuerda ya. Y peor
aún: los socialistas de Ceuta no han podido sacarle réditos
a ese capital que fue la llegada de ZP a una ciudad que
hasta entonces había sido olvidada por los presidentes.
Miento: Adolfo Suárez sí estuvo aquí.
Digo que no han podido obtener beneficios de semejante
acontecimiento, y no que no hayan sabido, como opinan
muchos. El problema de los socialistas de Ceuta es que se
encuentran atados de pies y manos ante un Gobierno que
prefiere entenderse con Marruecos en cuestiones
fundamentales, aunque sea a costa de tener que tragarse
todos los sapos del mundo en relación con esta tierra. Al
Gobierno le importa un pito que las autoridades marroquíes
hieran, un día sí y otro también, la susceptibilidad de los
nacidos en esta tierra. Y menos le importa el bajarse los
pantalones ante cualquier medida oprobiosa que ataque los
sentimiento de unos ceutíes que, con razón, andan siempre
con la mosca de la traición detrás de la oreja.
Por consiguiente, lo ocurrido con los coches regalados a
Marruecos, y las declaraciones inoportunas del delegado del
Gobierno, han sido gestos más que suficientes para que los
ciudadanos se tomen el desquite cuando les toque votar. Algo
que no merecen, de ningún modo, los socialistas de Ceuta.
Nota: Ayer, escribimos Jerónimo en vez de Jenaro García.
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