Ayer comenzó el mes de octubre y
apuesten lo que quieran a que todos estamos llenos de buenos
propósitos que vivir en la estación de “Las hojas muertas”,
que es el título de una canción maravillosa de los años
cincuenta que me suena a otoños rifeños y a mi padre, que
era un romántico empedernido, poniendo el disco de vinilo en
el picú. ¿Qué musitan? ¿Qué en nuestras circunstancias era
más adecuado escuchar a “Emilio el Moro”? Bueno, también era
muy popular en mi pueblo y todos nos sabíamos al dedillo el
“¡Ay Mustafá!La chicas guapas que hay por allá y si con una
te quieres casar, pregúntale primero a su mamá…” ¿Qué dicen?
¿Qué la cancionzucha es de una ramplonería tal que produce
escalofríos de angustia? Bueno, un prodigio creativo no es,
pero Emilio el Moro aparecía en las portadas de los discos
con una chilaba y un fez y era un ídolo en mi Nador. Aunque
reconozco, que el nivel cultural de mis tiempos, no nos
hacía en absoluto candidatos a participar en el ágora de
Sócrates .
Pero, recuerdos aparte, el mes de octubre se presenta
calentito a nivel político y a verlas venir a nivel curritos
y marujas, oséase, a nuestro nivel, que es el de los
currantes que solemos subsistir en un desierto cultural con
pretensiones. Y si queremos cultura, evolución y
crecimiento, tenemos que ir a buscarlos, porque, ni en las
televisiones ponen programas de autoayuda, ni van a venir a
nuestras casas a traernos otra cosa que no sean los recibos.
¿Y cuantos recibos llegan! Es que no paran, yo por deber,
debo hasta de callarme, de hecho, siempre refiero un hecho
verídico e ilustrativo y que es que, cuando Dios dijo
¡Hágase la luz! Yo ya debía tres meses en la Compañía de
Electricidad. Que amargamiento. ¿Qué si no me he tomado unas
vacaciones para cargar las pilas? No. Yo trabajo en este
periódico los trescientos sesenta y cinco días del año y mi
Editor dice que no me queje, que esto es un aerobic mental y
que debería de pagarle por mantener en forma mis neuronas.
De hecho me extraña que mi Editor no me presente con el
copyright marcado en mi trasero en plan “método registrado
contra la degeneración neuronal y el Alzheimer” ¿Qué donde
me pondría el código de barras? No lo sé. Digo yo que donde
lo llevan los de Badajoz, es decir, en medio de la frente,
por aquello que se dice de “Badajoz, tierra de Dios, andan
los cornudos de dos en dos”.
No obstante la aceptación de mi gimnasia intelectual
cotidiana, tengo que ponerme las pilas, al igual que el
resto de la población ibérica, para afrontar y superar la
lógica “crisis estacional” que conlleva el paso de los meses
estivales a los otoñales y la vuelta a la rutina del trabajo
cotidiano. Que para que no sea una cruz que portamos en un
valle de lágrimas y un ganar el pan con el sudor de la
frente, hay que salpimentar con distracciones intelectuales
y con el aprendizaje de algo que resulte motivador y
atractivo. ¡Se callen coño! No hablen por detrás de mí sobre
el sudor de la frente, porque sé perfectamente que, las
patiperras, se ganan el pan con el sudor de la ingle. Y
encima no pagan impuestos, no como nosotros, que andamos
breaítos y tenemos que financiar Gobierno Central,
Autonomías, pensionazas millonarias de todo mindundi que
haya ocupado un cargo público y encima nos cuestan las
pelas, el que, los gobernantes se pongan en plan “damiselas
de la caridad”. Dispendio por doquier que se tiene que
recortar poco a poco para no saturar al personal. ¿Alguna
partida que se me ocurra? Si, la de los jóvenes inmigrantes
llamados eufemísticamente “menores” que vienen a buscarse la
vida mandados por sus familias, por lo que, legalmente hay
que considerarles emancipados y todos los mayores de quince
años ser repatriados. La figura jurídica del menor
emancipado existe en todos los países y la Ley está para
aplicarla y para conformar y satisfacer al electorado con su
aplicación.
¿Qué los primeros que tienen que ponerse las pilas son los
políticos? Por supuesto, porque ellos vienen con las pilas
bien recargaítas de sus vacaciones y con una sonrisa
esplendorosa al pensar en las pedazo de pensiones que se van
a apañar cuando se jubilen, la vida solucionada la tienen,
nosotros, el resto, nos la tenemos que solucionar y dar el
dinero del sudor de nuestra frente para solucionársela a
ellos. ¿Qué escupen? ¿Qué la institucionalización de la
injusticia produce muchísima frustración? Vale. Será por eso
que, ningún partido, ahora que se habla tanto de la reforma
constitucional, propone el introducir como derecho
inalienable e indiscutible de los españoles el derecho a ser
felices. Porque los Poderosos saben y sienten que, reconocer
ese derecho implícito al ser humano haría peligrar sus
puestos y les obligaría a consultarnos todos los temas
calientes mediante referéndum para no hacernos desdichados
con sus arbitrarias decisiones.
Mientras, los poderosos, dilucidan constitucionalmente el
tema trascendental de la realidad española, que es el de
sustituir la palabra “disminuido” por “discapacitado”. No,
no estoy de coña, de verdad que “ese” matiz ocupa y preocupa
en las alturas, será porque hay mucho disminuido psíquico en
los despachos y ahora quieren cambiarse los nombres y que se
les reconozca que son discapacitados y de paso, supongo,
rascar algún plus por incapacidad. Aunque eso de sentar a
disminuidos o discapacitados en las mesas de los despachos y
darles un cargazo se llama “discriminación positiva” y aboga
por la plena integración, tanto de quien sufre una
minusvalía, como de los deficientes mentales. De hecho
servidora ha enviado sus inquietantes informes psiquiátricos
a los diferentes ministerios y a las Autonomías, por si
quieren integrarme positivamente y ofrecerme algo “muy”
representativo porque, encima, al ser calorro-rifeña y
minoría desfavorecida doy muy buena imagen de caricatura
étnica. ¿Qué no va a colar? Pues ellos se lo pierden.
Ponernos las pilas para que, el curro, no sea un muermo e
ingerir la fórmula mágica del bálsamo de Fierabrás que no es
otra que la aventura del conocimiento, pongo de ejemplo a mi
chiquitillo, que hace el bachillerato nocturno y al que guío
amorosamente cada mañana a la Escuela de Idiomas a francés y
alemán, bueno, no mentiré, puede que no le guíe
“amorosamente” sino que tenga que acompañarle en medio de
terribles amenazas hasta la puerta y obligarle a entrar en
el aula utilizando para todo ello modales y lenguaje poco
apropiados. Pero en herencia no puedo les puedo dejar fincas
a mis hijos, porque no las tengo. Ni tan siquiera ladrillos
¿de donde?. Les puedo dejar conocimiento y cultura como
único legado y esos aprovechan “mi” legado en aplicación
estricta del artículo 33 ¿Qué cual es el art.33 de los
padres y de las madres? Es evidente .Son nuestros cojones.
Lo siento, se me escapan sin quererlo pinceladas de mi vida,
que es muy parecida a la de millones de españoles que,
muchas veces tienen que ponerse, quieran o no las pilas,
para afrontar el cada día y sobrevivir a la realidad. Y
recargárselas sin más ayuda que la de Dios … Y la del
art.33.
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