Expondré un ejemplo para explicar dicha teoría:
Pongamos que vamos a comprar unos zapatos y para elegir el
zapato que nos quede mejor en el pie, pasamos por varias
zapaterías de la ciudad antes de elegir un par, miramos el
escaparate de una de ellas y vemos toda clase de zapatos…Los
hay de todas formas y colores, de todos los precios y
tamaños…De tacón alto, con poco tacón, planos….También los
hay más complejos y decorados, con moñas, hevillas, lazos,
pedrería, de varias texturas y materiales, de piel, tela,
sintéticos, ante… y los hay más sencillos y cómodos, pero
menos elegantes y bonitos, sandalias, manoletinas, zapatos
planos, zapatillas de deporte…etc.
Pasamos al interior de la zapatería y le preguntamos a la
dependienta por un modelo de zapato que teníamos ya en la
cabeza desde hace tiempo, queremos un modelo concreto, con
una forma determinada, de una determinada altura de tacón y
de un color específico, no nos fijamos en ningún otro
zapato, y la verdad es que los hay de todas formas y modelos
y más bonitos y llamativos, pero sólo nos fijamos en ese en
el que teníamos ya pensado, en el que queríamos comprarnos,
sin haber nos lo probado antes y comprobar como le sentaría
a nuestro pie, sin haber andado antes con él, sin saber si
nos hará daño en el pie, por la altura de ese tacón o por la
inestabilidad de su plataforma, sin tener en cuenta del
material del que esta hecho y sin saber si se adaptará bien
a la anatomía de nuestro pie. Pero no caemos en esos
detalles del zapato, simplemente nos fijamos en su
apariencia inicial, nos dejamos llevar por esa imagen
principal, porque es el que más nos gusta, y el que se
lleva, nos pega con el traje que llevamos y no reparamos en
sus posibles “daños secundarios” a modo de rozaduras,
juanetes, ampollas, desviación de columna, tropiezos….etc. Y
nos lo compramos! Y cuando nos los ponemos y llevamos con
ellos una hora notamos las primeras molestias…Al cabo de
cuatro horas nos duele la planta del pie, los dedos… nos
damos cuenta que no podremos estar mucho más tiempo de pie
con ellos. A medida que avanzan las horas, nos paramos
porque no podemos seguir andando con ellos y tenemos que
sentarnos para reposar porque el dolor es cada vez mayor…
Sin embargo, en la zapatería había otros zapatos bonitos con
menos tacón, de mejor material e igual de elegantes para la
ocasión y no los hemos mirado si quiera, no hemos reparado
en ellos, ni nos los hemos probado porque no era “el que
queríamos”…
Esto es lo que ocurre en las relaciones humanas, y en el
caso que nos ocupa en la pareja, elegimos a nuestra pareja,
nuestro/a acompañante por su “forma inicial”, por la idea
preconcebida que teníamos de nuestro hombre o mujer ideal,
sin detenernos en los detalles importantes de ese “zapato”;
de adaptabilidad, compenetración, comprensión, sin probarnos
el “zapato” antes, nos lo ponemos y andamos con él hasta que
nos damos cuenta que nos hace daño, que no podemos seguir
andando con ellos y nos deberíamos haber comprado otros, y
nos cambiamos de “zapatos” porque esos que veíamos “tan
bonitos y perfectos” nos hacen daño.
Las parejas, nuestros/as compañeros/as de trayecto, deben
ser lo más “cómodos posible” para nuestros pies, deben
adaptarse fácilmente, sin necesidad de calzador, deben ser
ajustados a nuestro tamaño de pie y a nuestra anatomía y
deben de servirnos, para andar lo más sosegadamente y
felizmente que se pueda, evitando los tropiezos, las
rozaduras, las ampollas, los esguinces… y cuando nos damos
cuenta que esos zapatos nos hacen daño y no nos dejan andar,
nos producen torceduras varias, tropiezos, daños
irreparables y no nos permiten seguir andando por el dolor
intenso en nuestras plantas de los pies, debemos cambiarlos
por otros que nos lleven al destino donde pretendíamos ir,
sin rozaduras ni daños excesivos…Aunque esos zapatos fueran
de apariencia más sencilla y menos llamativos porque al fin
y al cabo la función de los zapatos es la de ANDAR SIN
HACERNOS DAÑO EN LOS PIES…
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